miércoles, mayo 09, 2012

SE DESPERTÓ EL HELIOS En mi pueblito reinauguraron el otro día un cine y teatro, fundado en 1951 y que estuvo cerrado cerca de quince años. Se llama cine-teatro Helios. Casi siempre viví cerca de él. Primero a una cuadra y después, cuando me mudé más lejos, a siete. El cine Helios fue la mejor plataforma para hacer realidad la huida hacia la fantasía, No la única ni la más barata porque cuando somos purretes lo que nos sobra es fantasía. De todos los colores y formas. Y todas al módico precio de cero pesos. Pero la fantasía que nos proporcionaba el cine Helios tenía un efecto duradero, que nos hacía comentar durante días su contenido, su calidad y su dimensión. No profundizaré aquí sobre las películas que vi porque, siempre que podìa, iba. Entonces fueron muchas. Casi todas, diría. Menos una que se llamaba La Bella Culandrona porque era prohibida para menores. Y Además, no quiero abundar en títulos porque la calidad del recuerdo no necesariamente se corresponde con la de la película vista. Sin ir más lejos, una de las que más recuerdo, y que me proporcionó los momentos de mayor euforia dentro del Helios, fue Canuto Cañete y los cuarenta ladrones con Carlitos Balá. La vi como cuatro veces. Cuando era adolescente, es muy posible que haya disfrutado de las películas aburridas si estaba acompañado por una chica en trance de ¿querés salir conmigo?. Gracias a esos filmes insoportables ese beso que crece en la penumbra (como dice Dolina) encontraba justificación y sustento, especialmente cuando transcurre alguna escena nocturna y la sala se pone negra. ¡Que no amanezca nunca! Cuando la película era muy interesante, en cambio, reclamaba toda nuestra atención con la vista clavada en la pantalla blanca. Y se sabe que donde van los ojos van los labios. Por la injusta disposición que tienen las partes de la cara. Es cierto que nuestro nivel de excitación (el de los hombres digo) bien podía sacrificar un momento apasionante de la cinta, pero ellas por lo general no resignaban esas partes, y mucho menos los tramos románticos, por ejemplo un beso de Ryan O’Neal con Ali Mac Graw. ¡Celebraban los besos de la pantalla y renunciaban a los besos en vivo! Así son las mujeres. El cine Helios, entonces, fue el país de las fantasías, primero, y después, el del amor. Porque ¿No es acaso el amor una fantasía? No seas grasa. Gracias a esos filmes descartables salíamos del Helios con los labios hinchados de tanto besar. El colágeno del amor. Cuando éramos chicos, si la pelicula era de acción, íbamos con los amiguitos del colegio. Quedaban afuera nuestros padres que por tres horas se liberaban de esos mocosos del demonio (¿o de mierda?). Y cuando salíamos de la sala inclinada pretendíamos imitar las acciones de los combois (así se decía, con acento en la o) y nos molíamos a piñas y patadas en plena vereda. De adolescentes, como he dicho, el cine Helios suponía la oscuridad que posibilita la libertad. La libertad, a los 16, eran los primeros besitos y las tocaditas pícaras. Y después de los veinte también, aunque besitos debe reemplazarse por besos (¿chupones?) y tocaditas pícaras por todo aquello que cada quien desee imaginar. Eso sí, a veces la pifiábamos con la película y chau beso y mano pegada al cuerpo ajeno y felicidad por el módico costo de una entrada de cine. Así me ocurrió una vez cuando, junto a mi amigo Guillermo, fuimos con dos chicas a ver Sacco y Vanzetti. Estuvimos pavos con la elección. No de Pupi y Lila sino de Sacco y Vanzetti. Las hermosas señoritas se pasaron la película llorando hasta que colgaron de sendas cuerdas a los dos pobres anarquisti italiani. Todo con el acompañamiento de una canción de Joan Baez que repetía hasta el hastío: Here’s to you Nicola and Bart… Nicola era Sacco y Bart era Bartolomeo Vanzetti. Y las chicas salieron llorando del Helios. Y lloraron y lloraron hasta que las dejamos en sus respectivas casas cantando here’s to you, Nicola and Bart... Pero a lo que iba era que el otro día reinauguraron ese milagroso lugar de dicha y promesa y concurrí con mi mujer, la misma a quien, de jovencito, pude besar gracias a algún olvidable bodrio. Pero no así con La última nieve de primavera (estuvo todo el tiempo ocupada en llorar). Está bien, era una película de llorar. Imagínense, se trataba de un niñito hermoso que se muere de leucemia. Con eso lloran hasta las piedras. Yo estaba muy engripado. Películas citadas en este artículo (por orden cronológico): La Bella Culandrona. Italia. 1963. Director: Antonio Pietrangeli. Elenco: Sandra Milo, Gastone Moschin y Angela Minervini. Canuto Cañete y los 40 ladrones. Argentina. 1964. Director: Leo Fleider. Elenco: Carlitos Balá, Mariángeles, Ernesto Bianco, Tito Alonso, Romualdo Quiroga, Nelly Beltrán, María Rosa Gallo, Luis Tasca, Jacinto Herrera, Nathán Pinzón, Jorge Luz, Aída Luz, Ignacio Quirós, Beatriz Taibo, Gilda Lousek, Enzo Viena, Alberto Berco, Colomba, Tono Andreu, Ricardo Bauleo y gran elenco. Love Story. EEUU. 1970. Director: Arthur Hiller. Elenco: Ryan O´Neal y Ali Mac Graw. Sacco y Vanzetti. Italia. 1971. Director: Giuliano Montaldo. Elenco: Gian Maria Volonte y Ricardo Cucciolla. L’ultima neve di primavera. Italia. 1973. Director: Raimondo Del Balzo. Elenco: Bekim Fehmiu y Agostina Belli.
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