¡TODOS A DESCANSAR!
Camino por la vereda de la avenida costanera una tarde en que el cielo se tiñe de arrebol. De repente (me gusta comenzar la frase con de repente porque parece un mal relato de misterio, que no lo es. De misterio, digo). De repente me encuentro con uno que supo ser compañero en un equipo de fútbol y nos abrazamos con genuino afecto. Los afectos futbolísticos tienen una fuerza vinculante de intensidad quizás similar a las amistades amasadas con los años y las experiencias compartidas. Pero a diferencia de estas últimas, las futboleras se forjan en más breve tiempo. Un acontecimiento fundamental para el fortalecimiento del lazo puede ser un partido que ganamos después de ir perdiendo dos a cero con un gol en el último minuto. Pero esto no era ni por asomo el tema de la presente entrada veraniega. Con el amigo futbolero intercambiamos un par de comentarios y le comento, con lo que se podrá deducir el tenor superficialísimo de la conversación: lindo lugar éste.
-Bah -contesta-, yo alquilé acá frente a la playa porque tengo chicos y cuando se ponen rompepelotas los tiro en la arena para que no molesten.
A mi amigo, el balneario se le importaba un ardite. Sólo le servía para liberarse durante algunos ratos de la purretada.
Una vecina de mi mujer (cincuentona ella. Digo, la vecina) tenía dos opciones vacacionales: ir al Uruguay con su madre o a la costa argentina con su hijo y su nuera, que tienen una niña de tres años. Mi señora le dio un consejo sabio y utilitario, en fin, una asesoría más eficaz que las de Melconián. Le dijo: te conviene ir con tu madre. Si vas con tu hijo, tu nuera y tu nieta, te van a usar para cuidar a la pendeja. Ya me parece verlo: van a ir todos a la playa. A las once y pico vas a estar cansada y te querrás ir al departamento. De paso te pondrás a preparar el almuerzo. Pero mientras metés tus cosas en el bolso para irte de la playa, tu nuera te dice: ah, Nancy, ya que vas, ¿no te podrías llevar a la nena así vamos a caminar por la arena con el Eduardo? Y te llevás a la nena. Y a la noche te quedarás a cuidarla mientras los padres salen a pasear y… Argumentos más que convincentes como para que esta sufrida mujer huya a la Banda Oriental con su mamá, que seguro la va a mimar. Y podrá descansar porque, teóricamente, de eso se tratan las vacaciones. De más está decir que triunfó la tiranía filial y la pobre mujer se fue a la costa con hijo, etcétera. El núcleo de la presente monografía se cae de maduro, es un higo a merced de los loros: los niños son una carga. Perdóneseme que lo diga un poco más crudamente: los niños rompen las pelotas. Conozco a una chica (treintañera ella) que, huérfana desde muy pequeña, ansiaba con todas sus fuerzas formar una familia. Se casó enamorada y tuvo tres nenas que son un sol, o un peso con sesenta, que es la cotización actual de la moneda peruana. Pero la chica se sentía frustrada porque quería al machito. Y llegó por fin el cuarto. Y la partera dijo macho. La máxima aspiración en la vida de esta señora estaba cumplida con creces. Lo pedís, lo tenés, parecía haberle dicho Dios. ¿Qué otra flor se le puede cortar al jardín de la vida? Pero, no. Ahora la señora tiene depresión. ¡De qué! ¡hija mía tenías que ser! ¡Depresión!. Está medicada y todo.
Otra amiga de mi esposa, María sale de vacaciones con su marido, su hijo, la esposa de su hijo y la bebita, a quien durante el resto del año cuida todos los días porque sus padres trabajan. Mi señora sarcásticamente le desea felices vacaciones y maliciosamente le comenta que durante su propio veraneo leyó un montón de libros la mar de interesantes y que de mil amores se los prestaría, pero que no tiene sentido puesto que María, como abuela, va a tener que abocarse durante toda la quincena a cuidar a la nietecita. Mi mujer espera que la otra le conteste: ¡no seas mala!, la Solange es divina, además no me la van a dar todo el tiempo para cuidarla. La vamos a cuidar entre todos. Pero no. Sorpresivamente la amiga de mi esposa confiesa, ya con el barco hundido como el de Schettino: igual dame los libros así, cuando veo que me están por dejar a la Soli, hago como que estoy leyendo y no me molestan. ¡Dame los libros que son el pretexto ideal!
Bueno, pobres todos, ya podrán descansar cuando vuelvan.
FOTO: Jóvenes evangelizadores ofrecen juegos y entretenimientos a los chicos de la playa. Terminado el jolgorio los sientan sobre la arena y los previenen de que si pecan arderán en el infierno sin protección 45 que valga. He escuchado el siguiente diálogo:
-viejo, nosotros somos judíos. Debería estar el Davidcito con los evangelistas?
-Mirá, Rebeca, con tal de que nos deje tranquilo cuantimenos una hora, me importa tres carajos que se haga evangelista, budista o musulmán.
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