DEL CANCIONERO POPULAR:
El tero-tero.
Autor: Chico Novarro
En los descampados de la Argentina y Uruguay habita un ave llamado tero, hermoso ejemplar de copete soberbio y carácter podrido. Los teros son celosos de su lugar y suelen hacer vuelos rasantes por sobre las cabezas de los seres humanos. Gracias a esos vuelos los hombres miedosos tememos que nos piquen los sesos con sus temibles espolones expuestos o nos cercenen horriblemente los cráneos. Ese canguelo debería persuadirnos de que lo mejor es alejarnos de sus dominios sin pensarlo demasiado. Antes de comenzar el partido de foot-ball contra el equipo oriental, jugado en la cancha del club Colonia, en la ciudad del mismo nombre, había sobre el césped una lata vacía de pintura que protegía los huevitos que había dejado cierta tera y que, a su vez, nos señalaba que no debíamos pasar por allí cerca. Se sabe que los teros anidan en el suelo, en campo abierto, por lo que viven en constante zozobra ante el peligro de que sus futuros pichoncillos sean atacados por rapaces o por el hombre, que es como decir la misma cosa. El canchero (señor que cuida la cancha) dijo que no había que mover los huevos porque sino la mamá tera los abandonaría. En consecuencia, nos vimos obligados a jugar gambeteando los huevitos, cosa prácticamente imposible en futbolistas de escasa precisión. Yo en mi vida ni siquiera he gambeteado la pobreza en las casas de pensión. Jugar un partido del deporte viril en esas condiciones parece cosa difícil salvo que el que juegue sea el tero Di Carlo o los jugadores de la selección uruguaya de rugby (Los Teros) Para mí estaba bien si eso ponía a salvo a los hijitos de papá y mamá tero. Por otra parte no sería la primera vez que juego en una cancha con obstáculos. Hace más de veinte años jugaba todos los domingos en un field donde había, cerca de un ángulo del área grande, un pozo negro. Un día un jugador se cayó y después de que lo pudimos rescatar con vida continuó el juego. Eso sí, el hombre egresó del agujero tan pringado de inmundicias que, en el resto del match, tuvimos que dejar de jugar con él al toque corto, sólo le tirábamos pelotazos largos. Esta ecológica historia de los huevecillos del tero finalizó cuando alguien corrió la lata hacia más allá de la línea lateral en la convicción de que los futuros padres preferirían la corta mudanza que un rechazo al córner de la lata con pelota, huevitos y todo. De no haberse procedido así hubiésemos tenido que esperar 26 días para comenzar el partido, que es el tiempo de incubación de los huevos. Demasiado tiempo. Nuestras mujeres nunca lo creerían.
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