miércoles, diciembre 16, 2009

SUBVERSION EN TIEMPOS DEL TENIENTE GENERAL ONGANIA

En los tiempos en que gobernaba el país el militar Juan Carlos Onganía ser adolescente suponía una usina y semillero de males presentes y futuros: se perseguía a los jóvenes si tenían el pelo largo, si no tenían documentos, si estaban en una plaza sentados, si estaban parados, si tenían gorrita verde, y otras razones igualmente imaginativas. Los colegios secundarios se habían convertido en dependencias donde se ayudaba a los rapaces a egresar preparados para la vida en la sociedad onganiástica, o la que rigiera cualquier otro gobierno militar. Se instruía al joven para aprender a ser formal y cortés y cortándose el pelo una vez por mes. Se les enseñaba el respeto por las instituciones ¿que los propios militares no habían respetado derrocando al gobierno constitucional? No, no me refiero a instituciones como el Congreso, Poder Judicial y eso sino a la institución familiar, la religión, la bandera (la enseña patria) . El respeto a los profesores estaba implícito nada más trasponer el felpudo del colegio. Señor y señora o profesor y profesora era el tratamiento imprescindible y con esas palabras debían terminar las frases:
Si, profesor.
Terminé la prueba, ¿recojo las hojas, profesora?
¿Puedo ir al baño, profesor?
Y así. Señor.
El silencio en las aulas era tan obligatorio como la corbata azul y los pantalones grises. Cuando el profesor, además, era el director del establecimiento, como ocurría en mi escuela con nombre de sillón, todo lo que dije antes debía estar multiplicado por dos debido a la propia dualidad de cargos subsumidos en una sola persona: me refiero al venerable José Rafael Saúl y nos ponemos de pie. Sentarse. El clima de onganiasis exacerbaba el sentido del chupamedismo como salvoconducto para asegurarse la tranquilidad dentro del claustro. Callar y poner cara de qué interesante lo que dice este gran hombre, esto es, estar bien con el profesor, que a la vez era el director del establecimiento, era tan productivo como cumplir un trabajo y cobrar dos sueldos. Quiero decir que si le chupabas las medias a Saúl, le chupabas las medias al profesor y también al director. Ahora bien, hubo unos pocos valientes que no quisieron seguir chupándolas y les importó un ardite estar mal con el profesor, que a la vez era director. Y además, quiso la providencia que estos pibes pudieran aprovechar una circunstancia única en la vida que se les presentó cuando el señor Saúl se encontró del todo inhibido para sancionarlos. Por lo menos para sancionarlos en lo inmediato. Sépase que el rencor interrumpe la prescripción por lo cual estos hombres te pueden condenar y la pena la aplican antes o después, pero no te la perdonan. Enseguida paso a la narración de la deliciosa anécdota pero antes debo decir que estos valientes de zapatos sin lustrar, que se le animaron al profesor-director, tenían la contra de ser impopulares, no demasiado simpáticos, no tener pantalones Lee, ni ser facheros (pintones se decía antes), además de ser ignorados por las chicas del mundo, lo que amplifica grandemente el heroísmo de su proceder.
El profesor J. R. Saúl, profesor de matemática y director de la escuela de enseñanza media número dos dictaba placenteramente su clase cuando sonó el timbre que anunciaba el recreo. Como se trataba de una la hora “doble” (dos horas) y la explicación del docente no había culminado -de hecho faltaba un pequeño sector del pizarrón sin garabatear con tiza-, éste comunicó a sus alumnos que naturalmente estaban autorizados para salir al recreo pero que él prefería, para poder dar finiquito a su clase magistral, que se quedaran en el aula. Y volvió a declarar el derecho inalienable de sus educandos a salir al patio. Todos los alumnos se quedaron en sus pupitres sacrificando el recreo por respeto al educador -e irrespeto a sí mismos- excepto tres muchachones que se levantaron con serena elegancia de sus pupitres y se retiraron buscando la puerta de salida del aula sin un ápice de remordimiento, para disfrutar de sus escasos minutos de libertad (vigilada). El trío no alcanzó a escuchar el final del discurso del profesor, que a la vez era director, ante tan flagrante desconsideración, y que versaba sobre la responsabilidad, la falta de compromiso, la buena fe y las manzanas podridas, que cuando venían de a tres, pudrían no ya el cajón sino la frutería toda. ¿Cómo miraban sus camaradas-ovejunos a esa trilogía que se retiraba con estudiada dignidad sacudiéndose levemente la caspa del blazer? ¿Con indignación? ¿Con un dejo de admiración? No sé, esto es tarea de los historiadores. En cualquier caso, quiera la posteridad guardar una poca de gloria y de loor para Fito, Colo y Dilo, valientes sin armas y que fueron de frente.

9 Comments:

Blogger Unknown said...

Este hermoso relato hace ver como épico un simple acto de desapego.

Gracias,

FITO

11:35 a. m.  
Blogger estejulioesuno said...

Es lo que tiene la Historia, vuelve épico lo desapegado.

11:38 a. m.  
Blogger bonito lunch said...

eso era rebeldía en los terribles tiempos de la dictadura.
carajo.
viva peron.

11:57 a. m.  
Blogger estejulioesuno said...

no se dice p... se dice el tirano prófugo

12:05 p. m.  
Blogger edu, desde el barrio, said...

No conocí tipo más hipócrita que Dn. José Rafa.(Bueno, bah.. después conocí algunos).
Además era un mal profesor de matamática. Le contaron cuando se presentó en su hora con la camisa metida no dentro de su pantalón pero si dentro de sus zolcilloncas asomando sobre el cinturón? Fue un martirio esa hora. Nadie le dijo nada, pero poner cara de póker durante 45 min. fue un martirio.

1:34 p. m.  
Blogger estejulioesuno said...

era una basura, digámoslo. Su catigo es que pasaron miles de alumnos por sus aulas y nadie lo recuerda con un mínimo afecto.

4:44 p. m.  
Blogger estejulioesuno said...

castigo

4:44 p. m.  
Blogger edu, desde el barrio, said...

Fito? Qué Fito?
Si lo encuentro le reenvío algo gráfico sobre Dn J.R.S.

5:59 p. m.  
Blogger estejulioesuno said...

Fito es mi hermano pero ya no le dicen más Fito

6:21 p. m.  

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