¡CAMPEONES! TERCERA PARTE
A ESTOS HOMBRES TRISTES
El hombre es taxista, le dicen el tano, ligeramente alopécico. Confesó, a poco de llegar a Uruguay, que no sabe lo que es disfrutar de nada de esta vida. Agregó que en estos viajes que emprendemos cada año la pasa apenas un poco mejor que arriba del taxi. Nada lo satisface, nada le viene bien, para él todo está mal hecho. Nunca se ríe. No conoce lo que es una diversión. Dice que la única vez que sonríe es cuando le van a sacar una foto. Jamás fue a un concierto de música ni a ver una obra de teatro, alguien le sugiere que tal vez lo suyo es una depresión de las buenas y él se apresura a contestar que no es eso, que él se baña todos los días y sale a trabajar con su taxi. Eso sí, no levanta a personas acompañadas de niños si estos van con una galletita en la mano, menos cuando llueve porque las madres depositan a sus pequeñas bestias mojadas sobre el tapizado de pana, que es sagrado. Tampoco en días lluviosos sube a personas que llevan paraguas. Se diría que es un poco negativo La habitación del hotel le pareció ¡una cagada!, dicho así, con signos de admiración, lo que motivó un ligero llamado de atención de mi parte (¡No empecés a romper las pelotas que no pienso bancarte así todo el tiempo!). A partir de allí pensé que se encarrilaría por la senda del bien pero su enfado regresó cuando quiso probar la consistencia del chorro del bidet para una eventual higiene y se empapó la remera. No toma vino y no entiende por qué a la gente le gusta tanto. Sin embargo a veces bebe porque no puede soportar el hecho de no disfrutar como buena partre de la humanidad. En el hotel hay una piscina de agua caliente y se quejó porque le quemaba. El pan del restaurante, para él, estaba duro. En cuanto a su actuación en el partido, no mostró todo lo que puede. Puede decirse que estuvo amarrete.
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