VIAJE A ROSARIO
Fuimos a Rosario en varios coches y camionetas. Llegamos sin novedad después de tres horas. Nos hospedamos en un hotel bueno, pero con algunas manchas de humedad y el agua caliente un poco floja para el esfuerzo. A la noche fuimos a ver el partido de la Argentina a una pizzería. Poquito Messi. Después subimos al piso superior del establecimiento para comer. Era un salón que ofrece comida y show para cumpleañeros, y personas próximas a casarse. El clima entonces era de euforia y pepepepepe. Pero la música está a todo lo que da. Me siento junto a un parlante. El sonido es tunchi tunchi tunchi tunchi. No para nunca. No se puede hablar. Para mí no es tanto problema porque soy de poco hablar. Aparece una señorita con un micrófono en la mano. ¡No es una señorita! ¡Es un señor! Está dentro de una modalidad de ser humano que se conoce como travesti. O trava. O travieso. O travesaño. Hace un monólogo con profusión de palabras como puto y poronga. Comemos lomo con papas fritas. Espectáculo de una señorita desabrigándose. Luego de un joven haciendo lo propio. El joven desnudista queda completamente despojado. Con una mano se cubre las vergüenzas. Con un dedo le alcanzaría. Nuestro grupo es de unos futbolistas argentinos y uruguayos que superaron ya los cuarenta, algunos los cincuenta, otros los sesenta. El travieso nos llama “la mesa del Pami” La mitad de nuestra mesa se ríe. La otra mitad no porque, como son uruguayos, desconocen el sentido de la sigla PAMI o, en todo caso, no saben que ella alude a uno o más viejos chotos. En otra mesa una chica cumple veintipico. Todas sus amigas son de similar edad. Los de la mesa del Pami, a sabiendas que esas bellezas podrían ser sus hijas, las miran con embeleso y nostalgia por el pasado. Uno de los nuestros pretende mostrarse más moderno y cul, se para de su asiento y comienza a bailar a go-go. Parece Enrique, el antiguo. Pero al día siguiente es el encuentro bianual, binacional y vitivinícola, que incluye partido de fútbol y asado. No podemos descuidar el físico. Eso lo hacen los jugadores profesionales que son jóvenes y pueden ir a Cocodrilo la noche anterior al partido. Y después así juegan. Nosotros, los argentinos, jugamos como para que los hermanos uruguayos se vayan contentos a su patria. Como huéspedes somos completos. El asado incluye los discursos de siempre con algunas voces que se quiebran, fuese por la emoción o por la intoxicación etílica. Les entregamos de regalo a los uruguayos camisetas de fútbol blancas, rojas y celestes. Los hinchas de Peñarol se muestran indignados porque esos son los colores del equipo de Nacional, archienemigos del carbonero. Algunos gritan ¡bolso puto, bolso puto! Pero se colocan las casacas por educación. El armenio, peñarolense impenitente, no se la pone aduciendo razones que no se alcanzan a escuchar. Está ofendido. Se guarda la casaquilla en el bolso puto y creemos que no la usará ni para encerar el parquet. La próxima vez, ya sabemos, deberemos regalar camisetas celestes, blancas, rojas, pero también negras, amarillas, y verdes. El verde, junto al rojo son los colores de otro club, el Rampla Juniors y hay un uruguayo que es hincha de ese equipo. Va a surgir una camiseta que sea una porquería pero multicolor. El micro nos lleva de vuelta al hotel. Al llegar a una barrera baja debemos esperar que pase un tren de carga. Inesperada atracción para los orientales que carecen de trenes. Otra vez en el hotel: todos a dormir la siesta. Gran intercambio de uvasal, medicinas para el estómago, para la acidez, para la inflamación de la próstata. En nuestra habitación, que es una suite de dos dormitorios, dos baños y living, convivimos cinco muchachos. Como dirían los uruguayos “una persona y cuatro argentinos”. Buena convivencia, excepto que hay uno que, cuando se destapa los cornetes, emite unos sonidos aterradores. Parece Jack Lemmon en Extraña Pareja. En una habitación masculina las sillas son perchas y las toallas son alfombras de baño. A la noche a comer pizza. Los que tienen algún espacio estomacal luego del atracón del mediodía. Después algunos a pasear, otros a bailar y unos pocos a dormir. El domingo, desayuno y vuelta a casa. Duele todo. Pero todo todo.
Un encuentro más con los orientales y la amistad inoxidable. Los partidos no parecen de argentinos contra uruguayos. No hay pica, rivalidad. No hay patadas. Nada. Así da gusto. Ahora nosotros debemos ir a Uruguay. Ya van a ver de lo que somos incapaces.
3 Comments:
muy bueno lo de " no la va a usar ni para lustrar el parquet" y te olvidaste de "Bergoglio", que fue de jogging y zapatillas.
Si! Un bergoglio kirchnerista. Raro.
Raro no, in - cre - i - ble !!
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