miércoles, enero 19, 2011


CÓMO PERDER UN DÍA CUANDO NO TE SOBRAN
Salimos de nuestra ciudad a las ocho y cuarto a eme sin sospechar la aventura que viviríamos durante las siguientes catorce horas. Parece insólito hacer un viaje de trescientos y pico kilómetros en 14 o 15 horas sin haber tenido inconveniente ninguno con el auto. Lo que ocurre es que es el día de recambio vacacional y eso supone un atraso perfectamente lógico, pero nunca la escandalosa demora que nos hizo llegar a las diez y media de la noche. No me gusta manejar de noche y tuve que incursionar en esa lisérgica práctica de, en un contexto de negritud total, ver solamente pares de lucecitas blancas y rojas agrandarse y achicarse. Tampoco me gusta manejar cuando llueve pero eso ya depende de la furia de los elementos y sólo el Altísimo tiene decisión sobre el particular. En la autopista 25 de mayo el trámite fue normal pero al tomar la autovía 2 se empezó a aglomerar el parque automotor y bien pronto nos encontramos mezclados en un batiburrillo de chaperío y motores silenciosos donde era imposible entrar o salir. Los minutos pasaban y no avanzábamos más que unos pocos metros. Los primeros tiempos lo tomamos con buen humor y nos entretuvimos escuchando canciones de The Beatles de su primera época, pero cuando se acababa el disco reparábamos en que seguíamos casi en el mismo lugar. Lo que provocaba el gran embotellamiento era el efecto embudo en el peaje. Por la ley de concesión a los peajeros no se puede esperar en la fila de autos por más de un minuto con cuarenta y cinco segundos. En consecuencia, cuando ese lapso transcurría, los coches comenzaban a hacer sonar sus bocinas para indicarle al operador que debía levantar la barrera y dejar pasar a los automovilistas sin costo. Las pérdidas de las empresas, cuando estos eventos se producen, deben ser inmensas pero eso no es una cuestión que me perturbe ni mucho ni poco. Acaso las concesionarias legítimamente se ilusionan cuando llegan estos días de recambio porque la cantidad de autos se multiplica, e imaginan pingües ganancias. Todo lo cual se neutraliza cuando, por el estricto cumplimiento de la normativa, las compañías deben levantar sus palos rayados y permitir el paso irrestricto de las unidades. Pero insisto, no me preocupa un ardite. Cuando en cortos tramos el tránsito se agilizaba nos dejábamos ganar por el entusiasmo pero enseguida volvían las detenciones y el silencio ominoso. Mi mujer se quejaba un poco más que yo, que ardía por dentro pero me cuidaba bien de no exteriorizar ninguno de mis sentimientos que alternaban entre una alteración de nervios moderada y el miedo, aun el pánico, la desesperanza, la desilusión, la morbidez, y toda una paleta que nunca ayuda para un estable ritmo del corazón. Intentaba poner en práctica los conocimientos adquiridos en Louise Hay, Deepak Chopra y Ari Paluch, pero no. Es paradójico, se me había presentado la oportunidad única de estar en el medio de la pampa como nunca antes, ahicito nomás de los alambrados y de las vaquitas, oliendo el perfume sabio de la madre tierra. Pero el desespero de la espera pulverizaba cualquier imagen idílica. Queríamos fugarnos de allí, necesitábamos tomar velocidad, aunque más no fuese unos cuantos kilómetros en la hora, no nos importaba tardar lo que fuese, llegar dentro de cinco horas pero que el coche se moviera. El andar, parar, andar, parar, andar, parar, te deteriora los nervios, te oblitera la paciencia. Decí que nuestra perrita (Loli) es una santa y duerme casi todo el tiempo (ver foto). Paramos en Castelli para que ella, que está viejita pero bien, pudiese estirar un poco sus patas y hacer pichín. Además comeríamos algunas de las pocas vituallas que habíamos cargado. Para qué traer de comer, pensábamos antes de salir de las casas, si para el mediodía ya estaríamos en el balneario. Me apeé del auto, me dirigí al baño y volví para comerme tres sandwichitos de salame y queso tamaño small. Cinco minutos más tarde nos reincorporamos a la ruta y a la caravana. El panorama no había cambiado. El problema era el nudo que se provoca en la desembocadura (cabinas de peaje) del río (la ruta). La marcha era exasperante. Sólo en algunos momentos rozábamos apenas los cincuenta por hora pero la desilusión era grande cuando de nuevo veíamos adelante la fila de autos parados que llegaba mismamente hasta el horizonte. La recordación del cuento de Julio Cortázar llamado La autopista del sur es inevitable pero creo que el embotellamiento que imaginó el gran escritor argentino dura una semana o algo así y que había muertes. En nuestra emergencia eso no sucedió, creo. La radio “de la ruta” daba informaciones desactualizadas o tal vez imaginadas, como aquella que decía que en el km. ciento setenta y pico hubo un accidente y por eso el tránsito se hacía lento. ¡El tránsito ya era lento! No vimos accidente ni secuelas de él pero no avanzábamos. Sólo en un ilusionante trayecto de, digamos, veinte km. pudimos disfrutar de velocidades de cien o ciento diez pero enseguida regresamos al encajamiento, a contemplar durante horas la parte trasera de un auto y su gente. A ver el campo que pasa lentito y a poder reparar en puridad los colores. En nuestro estado cercano a la condición zombi no veíamos la soja ni ninguna otra planta de las que mueven el progreso y hacen ilusionar a los gobiernos en épocas electorales. He visto, sí, un campo de girasol, quizás porque es la oleaginosa más bella del mundo. Algunos coches decidieron cortar por lo sano e internarse por la banquina con el objeto de adelantarse aunque más no fuese para sacudirse la demencia asesina. Pero no eran tantos, la mayoría respetaba las normas y sospechaba que los controles no se habían relajado ni siquiera con las condiciones tan excepcionales en que se encontraba el tránsito. Al llegar a otro de los tantos peajes los autos hicieron sonar la bocina en un estrépito ensordecedor. Era la protesta mínima que ensayaban ante esa situación en la que hay que ser un iniciado para saber a quién echarle la culpa. Que sin duda es de los concesionarios con sus casillitas que son como un trapo rejilla colocado en el desagúe de una pileta. Si querés desaguarla sería recomendable quitar el trapo. Finalmente no parece que sacar el trapo sea sinónimo de levantar las barreras. Podría serlo quitar de cuajo las casillas porque las barreras de hecho las habían levantado pero la fluidez no se recuperó ni en mínima cuota. La galleta, una vez egresados del peaje, seguía y seguía. Hasta allí, salir del martín pescador del peaje regalaba unos kilómetros, no más de diez, de buena circulación y velocidad prudente. Acá no, acá persistía el infierno. Yo sé que el gran problema es el recambio y la cantidad de gentes con coches que hoy en día están en capacidad de pasar unas merecidas vacaciones como soñara el general. Pero qué tole-tole. Cómo harían aquellas familias que tienen pequeños para superar el momento, con qué amenazas podrían calmar a las bestias que pedían comer, beber o excretar en cualquiera de sus formas. Cuando la temperatura llegó a 35 grados, yo dudaba si encender el aparato de aire acondicionado puesto que, desde hacía horas, veníamos arrancando, andando un poco a escasa velocidad y luego parando. Mi ignorancia sobre el funcionamiento de motores me hacía sospechar que el sistema de aire podría fundir el motor y transformar mi auto en una bola de humo. Entonces aguantamos con estoicismo las altas temperaturas. Más que el calor nuestra preocupación era poder terminar el tormento de parar-arrancar-parar-arrancar. A la tarde comenzó a llover pero tuvimos un período de aproximadamente veinte minutos a velocidades de sesenta kilómetros. Estábamos tan contentos con esa velocidad crucero que ni nos inmutamos cuando la lluvia devino tormenta, poco se viera por el parabrisas y esa escasa visibilidad disminuyera por efecto del empañamiento interno del vidrio. Pero duró poco y volvimos a la velocidad cero. Las banquinas comenzaron a embarrarse, el día volvió a aclararse, había amainado el chaparrón. El campo, en primer plano con los olores exacerbados por el agua que es bendición para los sembradíos, parecía un regalo de la federación agraria. Pero mi mujer no lo disfrutaba y yo tampoco. Algunos autos y unos pocos 4 por 4 se atrevían a transitar por la banquina enlodada pero no eran muchos porque sabían que era un adelantamiento sin esperanzas, unos metros más adelante deberían reinsertarse en la fila, si eran admitidos por los malhumorados que cumplían con los reglamentos viales y se la bancaban a como señoritos. Entiéndase, no tenía sentido adelantarse porque más allá del horizonte la fila persistía, no terminaba, era una cintura cósmica, si pudiese interpretar correctamente lo que eso significa. Más discos de The Beatles, ahora en una segunda pasada. ¡No me gusta repetir discos en los viajes!
Mi mujer me convida uno de sus discos de telgopor que parecen galletas de arroz. El agua se acaba, Para ella no es inconveniente, como un camello, no bebe nunca. Y no le importa jorobarse. Y tampoco necesita el toilette. A mi no me preocupa quedarme sin agua. Me preocupa salir de allí, con sed o muerto de deshidratación, pero salir. Son cerca de las ocho treinta de la noche. El auto está detenido, sólo se ven los pares de luces blancas que vienen en sentido contrario, uno detrás del otro. Son los que se vuelven, Pocos suicidas de nuestra fila se adelantan, ya entendieron que no tiene futuro ni adelantarse ni suicidarse. Nos preocupa ahora, como si no nos sobraran las preocupaciones, que los de la inmobiliaria, que nos arrendaron la casa en el balneario, se vayan a su casa y nos quedemos sin la llave. No llevamos encima el número de teléfono, hacemos una conexión con mi cuñada más pequeña quien, a través de Internet, se anoticia del teléfono de la inmobiliaria y nos lo proporciona. Llamamos al de bienes raíces y nos despreocupa:
-Despreocúpese, lo esperaremos el tiempo que sea menester.
La humanidad todavía puede salvarse, sólo basta enrolar entre quienes se ocupen de ese cometido a los caballeros como los de la inmobiliaria que nos rentó la casita a precio nada desdeñable. Ellos supieron esperarnos para darnos las llaves de la casamata. Y además para cobrar los quinientos dólares que faltaban para completar el monto del arriendo. Ahora se nos ha quitado una de las decenas de preocupaciones que ya teníamos. Yo tenía, además de todas las de mi mujer, la de que el coche se desvaneciera, produjera la última exhalación y adiós amigous. Sé que el modelo es nuevo pero no se deben perder de vista los ataques de pánico que me vienen mucho en esta temporada. Si se lo mira desde una perspectiva novedosa esta emergencia suspendía en gran parte el desarrollo mental de los grandes temas y de los pequeños. Quiero decir que no nos daba ni para hacer planes para cuando llegásemos, ni pensar en los problemas cotidianos, en el futuro de la humanidad, el calentamiento global ni en ningún otro asunto que no fuese el partir hacia donde fuese posible, el huir de la nefanda condición de suspendido en el medio de la pampa húmeda. Veía a los seres que discurrían en los otros autos y la tensión, acompañada de una resignación paralizante, parecía ser unánime en todos los rostros. Hasta los niños y los bebés parecían atontados ante la situación y se abstenían de hacer quilombo como uno puede pensar de las criaturas. Y los padres, que son quienes deben corregirlos con la palabra o con violentos trompazos, miraban como estúpidos el horizonte que parecía el único territorio en el espacio de donde pudiesen surgir las soluciones. Las mujeres fumaban. Y compartían el humo con sus pequeños retoños. Dos chicas bajaron de un auto y, enfundadas en chandales para aerobismo, comenzaron a correr a la vera de la ruta y alternativamente le ganaban a su vehículo o quedaban retrasadas, pero nunca perdían a la nave madre. Según los registros de mi mujer en la última ruta que tomamos, antes de llegar a nuestro destino, que apenas tienes un poco más de sensenta kilómetros, estuvimos alrededor de cinco horas. En el final del día, cuando la noche tendía su cobija negra sobre objetos y animales, nosotros estábamos parados en la ruta sin saber nada porque la “radio de la ruta” no informa nada, no sirve para nada, solamente hablan unos pavotes haciéndose los simpáticos y queriendo imitar a los que juegan en las grandes ligas. Y mucha música pasada de moda. Pero nunca supimos que nuestro varamiento se debía a que había un choque en el que cuatro automóviles, al menos, estaban involucrados. Eso fue la causa de la última Gran Demora, la más espectacular, la más resonante. Un accidente. Cuando terminamos de pasar entre los restos de coches, ambulancias, grúas y tal vez dedos humanos, fuimos tomando un ritmo de 50 km en la hora que, ya ha quedado dicho, era todo un lujo para los estándares actuales. Eran más o menos las diez de la noche. Y a las diez y media llegamos a la casita sin novedad.

15 Comments:

Blogger edu, desde el barrio, said...

Vió?? En el 2001 esto no pasaba!
Qué quiere con este gobierno!
La mayoría de la gente en la ruta están pagos por Aníbal Frenández. LLegan a destino, un pis y vuelven. Una y otra vez, PARA QUE PAREZCA QUE SON MILES.
SUNESCÁNDALOUNABUSO!!!
(Sorry, se me chispoteó)

Veo que la netbook anda bien...

3:38 p. m.  
Blogger bonito lunch said...

Tenes netbook o locutorio?

4:07 p. m.  
Blogger edu, desde el barrio, said...

Por favor Don Lunch!! Ahora es de net, wifi y cafecito en barcito con todos los diarios!!

2:09 p. m.  
Blogger estejulioesuno said...

cafecito o una grapa.

7:16 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Hace algunos años mi terapeuta me comento, que en un estudio realizado por algun equipo de alguna disciplina relacionada con la antropología, la sociología o la psicología; de alguna universidad, de algún país; que el viajar hacia o desde el lugar de vacaciones, produce una alteración física y psíquica del individuo por exigir a su cuerpo y su mente un rendimiento superior al normal; el tiempo que permanecemos en nuestro lugar de vacaciones no compensa el estrés ocasionado.

5:35 p. m.  
Blogger Victor said...

Antes del 2001 también ocurrían estas demoras, recuerdo que en el siglo pasado el viajar a la costa en los cambios de quincena era muy cansador debido a las gigantescas e interminables filas de vehículos, actualmente los automóviles tienes aire acondicionado y es mas llevadero, en aquella época era muy común ver a los que viajaban sacar las cabezas para vomitar en la ruta

5:48 p. m.  
Blogger Roedor said...

Un horror. Bien relatado. Pero como siempre con usted, a mí me cierra todo con la frase del "menester". Es un estilista, julito.

La próxima vez tómese el Chevalier.

3:43 p. m.  
Blogger edu, desde el barrio, said...

lA VUELTA VA A SER DURA. cARGUE HELADERITA, AGUA, HIELO Y ALGO MEJOR QUE GALLETAS DE ARROZ, QUE ESTÁN CONTRAINDICADAS EN LA aUTOVÍA 2.
abz, Y NO SUFRA!!

2:47 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Una verguenza, Una VERDADERA VERGUENZA!! MONTONERO COBOS RENUNCIE!

11:12 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Una verguenza, Una VERDADERA VERGUENZA!! MONTONERO COBOS RENUNCIE!

11:12 a. m.  
Blogger Victor said...

Concuerdo con Anónimo y agrego algo mas: "Para el pueblo lo que es del pueblo, porque el pueblo se lo gano". Es evidente que es una verdadera vergüenza, ¿pero de quien ha de ser la vergüenza? mas de una vez en mis viajes por el extranjero he sentido vergüenza, vergüenza propia y vergüenza ajena por la suerte que hemos corrido con nuestros gobiernos desde 1810 hasta la fecha.

12:02 p. m.  
Blogger Victor said...

Lo unico que espero y le deseo sinceramente, Don Julio, que su retorno a La Providencia, no sea tan aciago como su viaje de ida a la costa.

12:10 p. m.  
Blogger estejulioesuno said...

Agradezco a todos las palabras de aliento y/o elogio y las hago extensivas a todas vuestras familias

7:35 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

JULI, DECILE A EDU, QUE SOS DE ORDENADOR PORTATIL, WIFI, CAFECITO, Y TODOS LOS PERIÓDICOS, NO NETBOOK.-

10:39 p. m.  
Blogger estejulioesuno said...

cafelito

11:14 p. m.  

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