FIESTA RARA
Si me hubiesen invitado a una fiesta musulmana me habría sucedido mucho de lo que a continuación referiré pero no me hubiera llamado la atención pues ya estaría preavisado por la propia dinámica del mandato ancestral. Esto fue así. Me invitaron junto a mi mujer a un cumpleaños de quince. No era de esas reuniones multitudinarias con sillas forradas con sábanas blancas y desayuno durante la resaca. No, era una cena en un restaurant de postín. Al llegar al establecimiento, los concurrentes nos distribuímos en la mesa general que formaba una U mientras la homenajeada, que estaba bien bella, se sacaba fotos con sus amiguitas inquietantes. Había un papelito sobre cada plato en el que figuraba el menú que comencé a leer para matar el aburrimiento. Al llegar al rubro bebidas se leía: Gaseosa, Agua saborizada, Agua mineral (con o sin gas). El concurrente que estaba frente a mi ubicación, menos apocado y pusilánime que yo, le preguntó al mozo, cuando pasó cerca: ¿no hay vino? No, contestó el de moño negro, pero le voy a preguntar al papá de la chica si habilita unos vinardos.
Resulta que ni el vino ni la cerveza estaban incluídos en el precio del menú fijo y había que pagarlos aparte. Consultado que fue el padre de la quinceañera si quería agregar vino a la oferta líquida, el primero contestó “no”. Así que me pasé la velada tomando agua “saborizada”. Primera consecuencia: no había euforia en el ambiente y no se escuchaban risas. La charla con mi vecino de mesa era apagada y sin futuro, como los cohetes que fallan y emiten al quemarse un insignificante ¡pff! Mi señora, que puede hacer hablar a las piedras, debatía con una mujer sobre Malparida. Con su marido (digo el de la mujer, no el de la malparida que vendría a ser Raúl Taibo) coincidíamos en la calificación del gobierno. Pero no tiene gracia. Parecía una reunión de consorcio y ni siquiera eso porque a veces, en esas asambleas, los ánimos se caldean y se levanta un poco la voz. Aquí no, la serenidad era propia de un lago del sur y los diálogos eran apenas susurrados. Me dije bueno cuando llegue el corte y posterior ingesta de la torta, seguro que habrá brindis con champaña o, cuanto menos, sidra. Pero no. No hubo brindis. Si se te había acabado el agua saborizada la torta se atragantaba en el conducto y la tenías que bajar con tu propia secreción salival. En fin, toda una experiencia. La última vez que estuve en una fiesta abstemia fue cuando cumplí los diez años. Corría el Trinaranjus y la Refrescola que era un contento. Así deben ser las fiestas anuales de alcohólicos anónimos. ¡Tómese otra copa, otra copa de agua (saborizada)!, ¡tómese otra copa, otra copa de agua (saborizada)! ¡ya me la tomé, ya se la tomó! , ¡ahora le toca al vecino!
Tristísimo.
7 Comments:
pero no estaba la posibilidad de comprar una birra?.
impresentable.Ud. sabe que cuando la limosna es grande...
Por otra parte, es del estilo de Providencia: parezco rico, cuido la salud, y me evito los $ 45 promedio de un vinito varietal standard.
O sea : mediopelo, vió?
Da para el miércoles 19.00 hs, no cree?
(Yo hubiera pedido una o dos Stellas y hubiese pagado ostentosamente con mi American Express dorada).
¿O te pensás que me llamo Caballero de la Cepa malbec?
si, y después a uno le queda el mote del choborra que bebió alcojol en una fiesta abstemia. ¡La sociedad te anatematiza!
Mire, mientras hablen de mi no me importa lo que digan. Mas si estoy en campaña.
Otra cosa: en las fiestitas infantiles que Ud. iba, al Trinaranjus y a la Refrescola le ponían agua o soda?
Agua. La soda era un lujo.
Me hizo llorar.
los chips eran con paté
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