sábado, octubre 02, 2010



En el lánguido ocaso de una tórrida jornada un hombre golpea a la puerta de la agencia de detectives Martelotto. Su titular lo hace pasar y lo invita a tomar asiento. Escuchemos al visitante: “El mes pasado murió mi padre. Ayer, mientras ordenaba sus papeles, me encontré con esto”. El deudo despliega cuidadosamente un deteriorado papel rectangular. Por la graduación de su amarillento el detective Martelotto establece una antigüedad de no menos de veinte años. Allí se observa algo parecido a un polígono coronado en su lado superior por una especie de ave. Adentro del polígono, que quizás sea un hexágono, hay un rectángulo y una X en su interior. En el borde superior del papel hay una ene mayúscula y los números 6, 7 y 9. “Es el plano de un tesoro”, dice el visitante. El investigador disiente: “Para mí es un hexágono con un pollo arriba. Nunca engaño a la gente, joven. Para mí, el dibujo no tiene sentido” El otro le aclara que es un águila, no un pollo, y que la ilustración la hizo su padre, un hombre insospechable. Luego extrae de un portafolios una hoja de carpeta escrita con letra despareja y se la alarga al detective, que comienza a leer: “Me percigue la desgrasia, justo cuando creí que zalía de perdedor…” El visitante le pide que saltee esa parte y baje a la última frase. Martelotto así lo hace: “No pude zacar el cofre porque el capatas me echo pero lo boy a zacar como zea.”. El hijo del muerto le aclara: “El plano estaba pegado a la hoja. Mi padre llevaba un diario personal. Se conoce que mientras trabajaba en una casa encontró el tesoro y, cuando estaba listo para sacarlo, el capataz, por alguna razón, lo echó. Lo que necesito es encontrar el lugar donde está ese tesoro” Martelotto comienza a barruntar para sí: “El padre estaba chiflado y el hijo no le va en zaga; acá tenemos un hexágono, adentro un rectángulo, una equis, un águila que parece un pollo, la letra N y al lado 6, 7 y 9. Luego, no tenemos absolutamente nada”. El detective, que había deducido la condición de albañil del causante por los restos de portland adheridos al papel, le pregunta al joven hijo dónde trabajó su padre en el tiempo en que escribió aquello. El visitante le informa que en Caseros, Hurlingham y Ciudad Jardín, y ante una velada alusión de Martelotto niega que su padre haya sido borracho o drogadicto. Por fin, el investigador, dejando un resquicio a la credulidad, saca fotocopias del “plano”, devuelve el original al heredero, lo despide y se aboca al análisis del misterioso gráfico. No tarda en deducir que N es la inicial del nombre de una calle y 679 el número que indica la casa. Sin más dilaciones traza un plan para recorrer las ciudades donde el muerto se deslomara mientras estuvo vivo. Comienza por Hurlingham -calle Necochea-, e infiere, mientras se tuesta las suelas contra el asfalto calcinante, que el hexágono es el terreno sobre el que está la casa de la calle N. El rectángulo es una piscina y la equis el sitio preciso en el que se encontraría enterrado el supuesto tesoro. Ahora buscará una residencia cuya entrada luzca un arco coronado con un águila, si damos por cierto que eso es ese bicho dibujado con insuficiente pericia. El torturante peregrinar bajo el sol estival encuentra una pausa cuando suena su celular. El investigador regresa a su agencia donde aguarda su cliente que, excitado, hace flamear una hoja similar a las anteriores y anuncia: “Acá hay otra hoja del diario de papá”. Martelotto masculla sofocado: “sería magnifico si trajera el diario completo.” El hombre alega que su padre organizó el diario en una carpeta anillada y que las hojas suelen desbaratarse de nada. Todos sus papeles, explica, estaban mezclados en incoherente batiburrillo donde convivían facturas, recortes periodísticos y anuncios de baratas. “Acá mi padre escribió que el tesoro es un cofre lleno de doblones de oro que encontró mientras cavaba el pozo para la piscina. El viejo se guardó una moneda y se la mostró a un numismático que le dijo que, agárrese, era de 1852 y fue enterrada por alguno de los derrotados en la batalla de Caseros antes de batirse en retirada. Y ¡el rectángulo era una piscina!”. Chocolate por la noticia, piensa Martelotto y reflexiona: tiene sentido, un soldado lo enterró para recuperarlo cuando la patria dejara atrás el revanchismo propio de los vencedores. El hijo del albañil continúa: “En ese cofre hay millones de pesos en oro ¿Sabe a cuánto está la onza troy de oro?”. El detective Martelotto piensa tristemente que no sabe ni a cómo está el kilo de lechuga arrepollada en la feria de Calicanto* pero se entusiasma cuando ve que el trabajo toma algún viso de verosimilitud. Y además se abrevia notoriamente la investigación de campo. En efecto, la batalla de Caseros se libró en la actual Ciudad Jardín, en los terrenos que hoy pertenecen al Colegio Militar. Casi se podría afirmar que el destino de la patria se jugó en la avenida Matienzo*. El detective reanuda entusiastamente su pesquisa, ahora por la ciudad sin par* y ya sin el regusto desagradable de ser parte de un grotesco. Pero nada encontró, ni en la calle Nungesser ni en Los Nardos, conocida como ”Nardos”, ni terreno hexagonal, ni piscina y menos un águila. Martelotto piensa, mientras se enjuga la transpiración: “Mi mala suerte no tiene nombre… ¡No tiene nombre! Claro, esta calle es Jorge Newbery. Si le saco el nombre “Jorge”, me queda Newbery, ¡que empieza con ene!” El detective corre bajo un sol despiadado hacia el 679 de Newbery pero no ve ningún arco de entrada con un águila en la parte superior, aunque el terreno sí pareciera ser hexagonal. Se da vuelta y observa un monumento que homenajea a Jorge Newbery, padre de la aviación argentina. Es un monolito de ladrillo que representa un águila. ¡El águila!. Atisba a través de la ligustrina una piscina rectangular donde unos jóvenes juegan a marcopolo. El corazón del detective se acelera y debe apoyarse contra el cartel de una inmobiliaria fijado al cerco vivo. Todavía agitado convoca por el celular a su cliente:
-Este es el lugar –le informa cuando llega-. Vamos a la agencia a arreglar mis
honorarios.
-No tan rápido, detective. Falta rescatar el tesoro.
-Para eso tendrá que contratar a una banda de topos, que los hay y muy buenos –ironiza Martelotto-. El trabajo para el que usted me contrató ya está cumplido.
-No, usted tiene que encontrar el tesoro, o al menos darme la total seguridad de
que está en esa casa. Hasta que no se cave no podremos saber.
-Claro, alquilemos la casa de al lado, hagamos un túnel desde allí hasta la pileta y... No lo veo, joven, a menos que estemos adentro de un film norteamericano.
-Es complicado, no lo niego. ¿Notó que la casa está en venta? ¿Cuánto pedirán?
-Ignoro pero algo me dice que usted no tiene el dinero que piden. En Ciudad Jardín las propiedades están por las nubes.
-Es cierto. Y no hay préstamos hipotecarios. Bah, aunque los hubiera. Soy
monotributista de la categoría mínima, no me darían ni para comprarle una cucha al
Flufli.
-Deberá pensar otra forma de llegar hasta la parte de abajo de la pileta.
-Si, por ahora es un enigma.

-0-

Cuento que obtuvo un dignísimo segundo puesto en el certamen literario de una prestigiosa publicación.

Referencias marcadas con un asterisco.
Feria de Calicanto: Feria que se instala todos los jueves en la calle Calicanto.
Matienzo: avenida que bordea un costado del Colegio Militar de la Nación, a metros del histórico Palomar.
Ciudad sin par: Hay un viejo slogan en verso, alusivo a Ciudad Jardín, que dice: "Ciudad de ensueño/ciudad sin par/Ciudad Jardín Lomas del Palomar".

3 Comments:

Blogger edu, desde el barrio, said...

Sip, sorprendente.Algunas cosas mE suenan a uD. Quien es el autor? No me llegó aun la revsita de octubre...

1:36 p. m.  
Blogger estejulioesuno said...

salió hoy el número de octubre.

4:05 p. m.  
Blogger edu, desde el barrio, said...

Y YA ME LLEGÓ,,,JE...

9:24 p. m.  

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