jueves, diciembre 14, 2006

LA PROFUNDA TRISTEZA DE ZULOAGA

Resumen de lo publicado.
Mi compañero de trabajo Zuloaga exigió a su jefe Roberto Arizmendis, en durísimos términos, el pago de la deuda por una comisión que oportunamente el martillero había cobrado en un cheque que depositó en su cuenta personal.
El vendedor se fue de la oficina echando putas, lo cual técnicamente se asimila a una renuncia. Recomiendo leer el capítulo denominado Don Fierro, que no tiene desperdicio.
Yo, como compañero y amigo de Zuloaga me autoasigné la misión de reconstruir el tejido humano de la inmobiliaria que había quedado severamente dañado. Me dirigí a su casa ubicada en el barrio La Providencia, villorrio que está separado del barrio de nombre similar, Providencia, por las vías del ferrocarril.
Mi compañero, un gran amante de las plantas, regaba en su jardín un bello ejemplar de tupinambo aguaturma (nombre científico: helianthus tuberosus). Cuando atisbó mi cráneo detrás de la ligustrina que delimita su propiedad, cerró la canilla que alimentaba la manguera y me vino a recibir. En su gesto había simpatía pero también huellas de un dolor que se patentizaba en profundas ojeras amoratadas, barba sin rasurar, y pelo despeinado y pringoso.
-¿Qué hacés, Julio? Vení, pasá -me invitó-. Vamos a tomar unos mates.
-Qué linda flor -le dije, cuando vi una hermosa flor amarilla-.
-¿Cuál?
-La que estabas regando.
-Ah, si. Es una tupinambo aguaturma.
-¿Tu mujer y los chicos?
-¿Qué pasa?
-¿Están bien?
-Ah, si. Los pibes están en la escuela. Y mi jermu no sé. Anoche nos peleamos y está todo para el culo. Dice que está cansada de que la heladera esté vacía por dentro y llena por afuera. Lo dice por las facturas que hay en la puerta de la heladera ¿viste? Se acumulan y acumulan.
-Si, claro.
-Si el hijo de puta de Arizmendis me hubiera pagado lo que me debía, hoy no estaría peleado con mi jermu, podría mirar a la cara a los pibes, podría estar pensando en comprarles algún regalito para Navidad, y en poner algo rico en la mesa navideña.
-Claro.

Yo tenía en mi bolsillo dinero que me había entregado Arizmendis cuando le comenté que iría a ver a Zuloaga. Con esa plata el martillero manifestaba inequívocamente su deseo de que uno de sus vendedores no renunciara, y su vez tendía puentes con el fin de que la relación humana no se tronchara. Que estaba pa olvidar viejos agravios porque ya te perdoné, como dice la letra de Milonga Sentimental, popular pieza de Sebastián Piana y Homero Manzi. Y qué mejor puente que el dinero.

-No sabés lo que es ver que llega Nochebuena y no tener un mango ni para un pan dulce –se lamentó Zuloaga, y a mí se me ponía la piel de jugador de Boca en final contra Estudiantes de La Plata-. Con esa comisión que el hijo de puta no me quiere pagar, por lo menos pasaríamos unas fiestas normales y tranquilas. Mientras el guacho se quedaba con mis mil trescientos cincuenta mangos, su esposa fue ayer a la oficina llena de paquetes y le pidió más plata para seguir comprando. ¿Qué carajo voy a poner yo en el arbolito?
-¿Mil trescientos cincuenta?
-Mil trescientos cincuenta ¿qué?
-Pesos. Lo que te debe Arizmendis.
-Ah, sí. De la última venta que hice. No hablemos de las otras porque salgo a matar gente.
Yo pensaba “te gané”. A mi me debe más del triple.
-¿Vas a volver? –le pregunté-.
-¿Adónde?
-Adónde va a ser. A la inmobiliaria.
-¡A qué! ¿A seguir laburando y que no te garpe?
-Te traigo unos pesos que me dio el viejo.

Y Zuloaga regresó a la inmobiliaria. Doscientos pesos son doscientos pesos.


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