miércoles, julio 01, 2009

HISTORIAS FANTASTICAS

(Y otras apenas regulares)



Así me lo contó mi amiga V.:
“Mi mamá me rebotaba los novios como si fueran de goma. No había uno solo que le viniese bien. Yo ya estaba podrida. Cuando me vino a buscar Carlos en la moto no tenía ni la menor intención de presentárselo, pero justo mamá salió porque tenía una reunión con las damas de la parroquia y nos vio. No sabés qué lindo que era Carlos con esos bucles rubios largos. Un bombón. Por supuesto que mamá no lo aprobó. Te imaginás en 1972 lo que era un pelilargo con moto. El demonio. La vieja siempre me amenazaba con que se lo iba a contar a papá, que era militar”.
-¿Lo conocí yo al pibe? –le pregunté de puro curioso-.
-Supongo que sí. Se llamaba Carlos.
-¿Carlos qué?
-Carlos Eduardo Robledo Puch. Un día no lo ví más y a los dos meses me enteré que había matado a once personas y cayó preso. Mi vieja lo reconoció enseguida cuando Carlos apareció en el Reporter Esso entrando en el móvil de la policía. Estábamos viendo la tele, mamá, papá y yo. Me acuerdo que yo le daba aire a mami con la teveguía cuando se desmayó.
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Mi mamá viajó a Europa en 1978 y uno de sus hijos le pidió que le trajera de Inglaterra discos (de vinilo) de Génesis. A los pocos días de su llegada al continente viejo, mamita nos envió una carta avisándonos que no podía conseguir por ningún lado discos de Sui Géneris.
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El cura de la parroquia (padre Guillermo) le declaró la guerra a la inmoralidad y el pecado en todas de sus formas, cualesquiera fuese el significado que le asignara la Iglesia a ambos términos: por ejemplo se negaba a bautizar a los hijos de padres divorciados, prohibía el ingreso a la casa de Dios a las mujeres que asistieran ataviadas con vestidos con breteles y cualquiera otra ropa que dejara al descubierto sus hombros, sus piernas o el valle intertetas. También se negó a casar a hombres con cabello largo. Un día se le descubrió un affaire amoroso con una de sus catequistas, situación que se probó irrefutablemente cuando la pobre cristiana quedó embarazada. El padre Guillermo nunca más volvió a ver a su grey.
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Cierta vez llegó al poblado el móvil de un canal de televisión para hacer un programa conducido por el culto relator Victor Hugo Morales que consistía en mostrar las maravillas del barrio y sus habitantes. Se escogió con toda justicia, como prototipo del ciudadano ejemplar, a los eficaces integrantes del cuartel de bomberos, para lo cual se armó un simulacro de incendio a efectos de mostrarlos en acción. Uno de aquellos valerosos bomberos se quemó horriblemente en la demostración y su cabeza quedó como la del manager norteamericano Don King, incluídos los chamuscados pelos en punta.
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Otra de incendios. Durante cuarenta años funcionó en mi barrio un magnífico cine-teatro que debió cerrar sus puertas a principios de los ochentas cuando un incendio destruyó sus instalaciones. La última película que se proyectó fue una producción de Sergio Renán, basada en una novela de Mario Benedetti: Gracias por el fuego.
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El padre de G., un compañero de colegio que vivía en la calle Los Robles, se encontraba muy enfermo y junto a otros dos amigos lo fuimos a visitar a al sanatorio. El hombre estaba muy grave. Uno de nosotros le preguntó cómo se encontraba y el enfermo, con una voz diezmada por la dolencia, le susurró resignado: “Yo ya estoy para los robles”. Mi cordial amigo le dijo, con genuina alegría: "¡ah, qué buena noticia!" El ingenuo muchacho dedujo que el padre de G. ya estaba listo para ser dado de alta y volver a su casa, desconociendo el material con que se fabrican los ataúdes.
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Una prima de mi mamá fue a trabajar a los Estados Unidos de Norteamérica. Vivió allí durante diez años y al regreso se trajo en las faltriqueras una cierta provisión de dólares que guardó en el horno. Un día cocinó pollo al lugar-donde-guardó-los-dólares pero se olvidó de quitar los billetes verdes de aquel peculiar escondrijo. Sus dólares se quemaron como hojas de una fogarata. Cada vez que la prima de mi mamá cuenta la desgraciada anécdota nunca falta quien le pregunta: “¡Y qué hiciste!” La respuesta de la prima de mi mamá rezuma obviedad: “me comí el pollo”.
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Mi tía Margot odiaba el carnaval y a nosotros, sus sobrinos, que tanto necesitábamos la alegría y el candor de la matraca y el pomo, nos costaba entender esa ojeriza. Pero ella tenía motivos. Un día carnestolendo de hacía mucho pero que mucho tiempo, una pareja en moto se detuvo junto a una vereda cuando pasó un muchacho munido de un pomo rebosante de agua que mojó a la señora encastrada en la parte trasera del rodado. El conductor extrajo de adentro de su chamarra una pistola y le pegó cinco tiros al carnavalero que quedó tendido en el piso, agujereado él y su pomo. Mi tía veía renacer su trauma cuando llegaba la temporada de aguas.
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En mi barrio se filmó una producción argentino-norteamericana de ciencia-ficción (Extraña Invasión con Richard Conte y Monica Mihanovich) y utilizaron mi escuela Nº 28 para filmar una escena en la que dos personajes discutían en procura de encontrar la fórmula para salvar a la gente del pueblo que había quedado cautiva de ciertas ondas perjudiciales que emanaban de los aparatos de televisor y que los convertía en una especie de zombis, que vagaban por las calle sin destino y con unas caras de idiota que daban pena. La conmoción de mi comunidad por la irrupción de aquel equipo de cineastas, conducido por el director Emilio Vieyra, duró varios días. La habitación donde funcionaba la dirección del colegio se ambientó para que pareciera el despacho en donde se estaba decidiendo la suerte de la humanidad. A los alumnos de la escuela se nos permitió ser testigos de la filmación, para lo cual fue necesario desalojar también la oficina de la vicedirectora, que se encontraba enfrente de la dirección. Para que tuviésemos una adecuada visión colocaron allí las graderías de madera que se usaban en los actos escolares para alojar a los colegiales. La jornada de clase se perdió casi por completo debido a que el rodaje de aquella escena tan simple se extendió más de lo recomendable por dificultades propias del oficio cinematográfico. Baste un ejemplo: la oficina se suponía localizada en un piso alto, de manera que a través de la ventana debían verse las copas de los árboles. El personal de utilería había dispuesto tres buenas copas de mentirijilla para provocar el efecto altura. Pero tres o cuatro muchachones, parados afuera, con la ñata contra el vidrio de la ventana, también querían ver la filmación. Lo inadmisible era que, situados al mismo nivel que las frondosas copas de utilería, parecían unos peligrosos gigantes, circunstancia que no formaba parte del guión, por lo que hubo que sacar a patadas a esos imbéciles que retrasaban el avance del séptimo arte.

7 Comments:

Blogger bonito lunch said...

la de robledo no me la sabia y la del carnaval de marguerita tampoco.
el otro dia pensaba en decirte que escribas la dela peli de richard conte.que casualite, no?

7:59 p. m.  
Blogger estejulioesuno said...

si, la tía se ponía re nerviosa.

9:08 p. m.  
Blogger edu, desde el barrio, said...

falta la del unicornio de la escuela rivadavia...

10:55 p. m.  
Blogger estejulioesuno said...

Cuál?

11:07 p. m.  
Anonymous Gabriela said...

Ni Ray Bradbury endrogado podría narrar estos episodios, son excelentes y me resultan frecuentes. Me gustaría que sigas la saga por favor.

Te cuentoo tres míos:

-Cuando entré a primer grado,en Vicente Lopez, los niños más pequeños éramos llevados de excursión al pupitre que había sido de Robledo Puch, que estaba tallado con gillete y esmero. Mucho mejor que visitar La Martona.

-Cuando llegué a Madríz buscaba el "disco láser" de Lyons in love, la banda de Melingo. No hubo forma de traducirlo ni deletrearlo. El disquero, malhumorado, recién me contestó cuando leyó mi esquela: ¡liónsh in lóve, pues mujer, haberlo dicho antes!

-Ultima: la remisería de mi barrio se llamaba "Buena onda".
Salía de casa radiante y oliendo a Nina Ricci. Me meto en el auto con una sonrisa y pregunto a un anciano parecido al querido Tino Pascali: "¿buena onda?"
Tamaña alegría la del señor, que no era el remisero, pero se dió vuelta enseguida para ratificar: "sí, MUY uena onda!" mientras me guiñaba un ojito acorde a mi estupenda predisposición.

Vamos, que siga siga siga el baile. Más anécdotas lisérgicas!

1:31 p. m.  
Anonymous Gabriela said...

Ay, olvidé una lindísima.
En un ascensor, allá por los 80s, le digo a hombre mayor de cara familiar y querida:
-yo a usted lo conozco.
- sí? me sonríe encantador.
- usted es médico.
- sí!
- me parece que usted operó a mi abuelo...No, a mi abuela, creo... Su apellido?
- Armendáriz. Alejandro Armendáriz.
Sonrojada le dije:
-que tenga buen día, gobernador. Saludos a Elba Roulet.
Y partí para siempre.

1:40 p. m.  
Blogger estejulioesuno said...

Lindas historias que ni siquiera resultan historias, son anécdotas entre absurdas, intrascendentes e insólitas pero reales, eso es lo que les da valor. Un abrazo

9:26 a. m.  

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