Relaté en la anterior entrega que con mis amigos decidimos formar un conjunto de rock cuando vimos a Almendra en el teatro Astral porque ese evento cuasimístico supuso una verdadera epifanía para nuestros espíritus. Los antecedentes musicales del futuro cuarteto eran más bien escasos: yo de niño había estudiado guitarra con la señorita Jenny (solfeo y teoría), Guillermo era nieto del compositor y musicólogo argentino Josué Teófilo Wilkes (1883-1968); un tercer integrante (Guillermo) tenía un padre que era dueño de una disquería; y al último (Guillermo) se le puede acreditar que su padre poseía un extraordinario combinado, pero después de todo no era tan importante que supiese música porque sería el encargado de apalear la batería. Difíciles gestiones supuso conseguir los instrumentos y ni qué decir de los amplificadores de sonido, una vez que nos enteramos que las guitarras eléctricas no se enchufaban en la pared. Uno de nosotros, Guillermo, tenía un padre asaz autoritario que no le liberaría ni un centavo para la compra de esos insumos. Es más, no sólo no le procuraría fondos sino que, de enterarse de su proyecto musical, lo molería a patadas mocoso de mierda póngase a estudiar y sáquese de la cabeza esas mierdas de jipis. A despecho de aquellas contrariedades, Guillermo fue el primero en conseguir instrumento, una hermosa guitarra eléctrica marrón oscuro ¡con vibrato! que le regaló su adorable tía Elsita, a la sazón enrolada en una línea ideológica contraria a la del páter. Ese día Guillermo se apareció en el colegio con el cable de la viola que mostró con auténtico pánico, extrayendo apenas una puntita de su bolsillo interno por temor que alguien se enterase de su adquisición y le pasara el dato al bravo progenitor. Con el fin de juntar dinero para equipar a la banda salimos a vender casa por casa cepillitos de terciopelo para quitar el polvillo de los discos y púas para tocadiscos que nos procuró Guillermo, tomados de la disquería de su padre. También organizamos bailes en alguna de nuestras casas para recaudar fondos. En una de esas jodas (así se llamaba a los bailes) Guillermo se encargó de hacer de disc-jockey montando el winco y apilando los discos al aire libre. El papá le permitía hacer la fiesta en su casa, siempre que fuese de día, por lo que una buena cantidad de simples de vinilo (muchos de ellos prestados) se derritieron horriblemente por efecto del calor solar y se echaron a perder. Así se transformaron en espantosas esculturas negras: Azúcar Azúcar, La rueca, Orgullosa María, Lo escuché a través de la parra, Mala salida de la luna* y otros más. Una desgracia. Pero eso no arredró ni amilanó nuestra vocación, antes bien la potenció. Y pudimos, al final de un largo y estrecho corredor, donde recibimos variedad de cachetazos, trompicones y patadas, componer y ejecutar mucha de la música que…
Pero eso da para otra historia.
*En mis tiempos las cubiertas de los discos venían con los títulos de las canciones escrupulosamente traducidas al castellano.
Pero eso da para otra historia.
*En mis tiempos las cubiertas de los discos venían con los títulos de las canciones escrupulosamente traducidas al castellano.
7 Comments:
que lindo arco paras patear unos penaltys.
si pero el cordón de la vereda le da un efecto traicionero a la pelota.
Sin contar lo que pica envenenada cuando agarra un adoquin.
Fernando
Me traduce al cristiano el de la parra y el de la luna... No quiero aumentar mis dosis.
qué botija bárbaro este Fernando
I heard it through the grapevine: Marvin Gaye
Bad moon rising: Creedence
UF! Gracias.
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