VIAJEROS DEL TIEMPO
Me he tomado unos días de vacaciones junto a mi señora viajando adentro de un transporte a motor durante hartas horas. Aquella cáscara metálica supuso una verdadera casilla rodante donde se comía, se dormía, se soñaba e incluso se realizaban las abluciones y excreciones más insospechadas. El lugar de destino constituía una mutación extraordinaria con relación al paisaje originario de nuestra rutina diaria, al punto de que al cabo de aquellas infinitas horas cambiaba el color de la tierra, el clima, la disposición de las casas, la comida, los animalillos que te caminan al lado, la lengua, la bebida, las frutas. A propósito, he comido frutas cuyo nombre desconocía y que no sabían a nada. Es un viaje que los niños de la ciudad soportaban a duras penas pero respetaban sus horarios inamovibles para romper las pelotas de todo el pasaje y de sus propios familiares (son muy demandantes se dice ahora). Además, esos pobres infantes citadinos se asustan cuando una mariposa tecnicolor se les posa sobre el hombro. He visto a un purrete (Braiancito) que tuvo un ataque de histeria cuando uno de esos insectos hizo una escala técnica sobre su buzo. Una vez que el padre removió el lepidóptero de su cuerpecito, Braiancito se quedó como una hora sacudiéndose el hombro como si se quitara la caspa. Sospecho que le quedará el tic para el resto de su vida.
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