martes, agosto 05, 2008

CLAUSTROFOBIA

A este señor yo lo llevé a ver un piso desocupado. Lo recorrimos mientras le informaba éste es el baño ésta es la cocina y él me miraba como diciendo ya lo sé boludo ya lo sé boludo. Pero todo me indicaba que el bien raíz le gustaba de alma, tengo esa especial percepción que les viene a los vendedores experimentados cuando el lazo sobrevuela sobre el cráneo de la presa. Terminada que fue la visita me disponía a cerrar todas las aberturas suponiendo que el hombre ya había bajado hacia la planta principal del edificio. Una vez aplicada la última vuelta del llavín, busqué la puerta de entrada, la cerré y descendí las escaleras hasta la planta baja. Pero el hombre no estaba. Qué guarango, pensé, por lo menos podría haber saludado. Además, me juzgué fuera de forma ya que había pensado que lo tenía y no. Imbécil. Me fui silbando una canción de Elder Barber en la mañana helada. Cuando llegaba a la esquina para doblarla escuché gritos: ¡Socorro! ¡Socorro! El hombre había quedado dentro del departamento y desde el balcón, con una pierna subida a la barandilla, gemía y gritaba como un desquiciado. Subí de a dos los escalones y lo encontré tirado en el suelo del balcón cubriéndose la cara con las manos. Estaba sin su chaqueta, tenía la cara rasguñada y sangrante, la corbata suelta, la camisa desabotonada y la bragueta abierta. Me acordé de la historia de cierto cataléptico que se había despertado adentro del féretro, bajo la tierra y que antes de morir (¿volver a morir?), esta vez de un infarto, se había dañado horriblemente la cara, así como las paredes de madera de su sobretodo eterno, ante la desesperación por la imposibilidad de egresar. Mi candidato estaba igual.
-Sufro de claustrofobia -me dijo, recuperada en algo la serenidad mientras se enjugaba las lágrimas y la sangre con el puño del sweater y se subía la cremallera de la bragueta-.
Lo ayudé a bajar las escaleras.
-Lo que me ha hecho no tiene perdón de Dios, señor Julio -agregó adelantándose al juicio del Altísimo-. Antes que a usted prefiero comprarle a Guillermo Moreno, mire lo que le digo.
Es duro escuchar eso.
Ah, la causa de su retraso dentro del piso fue porque la mañana fría le había dado ganas de orinar. Mientras se manipulaba la salchichita para la excreción en el baño de servicio escuchó la canción de Elder Barber y al punto reconoció mi silbido. Entró en pánico al encontrarse solo en el departamento y con la puerta cerrada.
Ah, el claustrofóbico supo que el que silbaba el tema de Elder Barber era yo porque, cuando nos encontramos media hora antes para la visita concertada en la entrada del edificio, yo entonaba con mis labios aquella página (Canario triste) lo cual nos instó a un amable comentario inaugural que suavizó y le dio un tono cordial a la recorrida.
El piso continúa en venta.

2 Comments:

Blogger Unknown said...

Elder Barber???!!!!????

Cuándo te volviste más viejo que yo?

12:23 a. m.  
Blogger estejulioesuno said...

Tengo una trilogía de cantoras preferidas: Elder Barber, Blanquita Silván y Kate Bush

11:08 a. m.  

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