jueves, enero 04, 2007

2007




Beber, comer y resaca. Bueno, eso ya está. Ya hemos cumplido con el rito. Ahora, saquemos el casete y pongamos otro. En Enero el pensamiento está focalizado en las vacaciones. Entiéndaseme bien, pensar en las vacaciones del mismo modo en que podríamos pensar en componer una sinfonía para orquesta filarmónica. Uno piensa en las vacaciones independientemente de si puede salir o no. Los diarios, con sus secciones específicas dedicadas a los balnearios de aquí, de Uruguay y de Brasil, no colaboran en nada para quitarnos esa idea de la cabeza. Y nos pasamos el tiempo barruntando qué lindo sería estar como Mafalda, tirados en la arena y aprovechando que el sol nos quema sin intermediarios como el molesto ozono. Los jóvenes no sé cómo hacen. Dicen que se van y se van. Mi hijo Matías ya se fue a San Bernardo con la novia.
Me dejó de regalo un triste filme en video que denominó Los tiempos muertos.
En su pequeña obra, que dura no más de treinta minutos, se puede ver a nuestro grupo familiar en ocasión de los banquetes de Navidad y Año Nuevo, pero desde un enfoque menos amable que lo que las fiestas sugieren. Cada uno aparece en algún momento sorprendido en actitudes que patentizan un tedio vecino al noaguantomás. Personas que parecen escuchar al que habla pero que, al estar cruzado de brazos, su atención queda en entredicho. Cuando una persona está cruzada de brazos, su actitud corporal denota impaciencia, aburrimiento. Es muy posible que el tipo esté podrido. Hay otro tramo de la película, de tres o cuatro minutos, enteramente dedicado a los bostezos reprimidos. Nadie se salva. Me incluyo. Después aparezco hablándole a Zuloaga. El se mira los zapatos y no me da ni cinco. Yo habitualmente me doy cuenta cuando una persona no me está prestando atención y eso me obliga a cambiar la táctica e imprimirle un nuevo ritmo a la exposición. Más brevedad en las frases y anécdotas impactantes. Y si el tipo sigue sin prestarme atención, pues entonces que se vaya a la concha de su madre. ¿Cómo entonces no me di cuenta de que el gran Zuloaga no me atendía? La explicación es sencilla, la champaña lentificó el funcionamiento de mi caletre. De cualquier modo, el que supuestamente hubiese quedado mal parado en el rubro sociabilidad era Zuloaga. Pero eso a él le importará un ardite cuando se lo comente. Luego se ve a mi viejo comiendo chancho como un ídem, aprovechando que no estaba su cancerbero, su segunda mujer, la negra. Mi madre nunca miraba para el sector de su ex marido, salvo cuando el hombre se atragantaba de lechón u otras porquerías. Y el militar chupaba como un cosaco. Mi hijo es muy cruel con sus películas realistas. Prefiero las que hace sobre villas miseria. El viejo coronel se servía vino y miraba para todos lados como si alguien lo estuviese vigilando. Y no faltaron en el divertido cortometraje los que se dormían redondamente, como mi tío Bancho, mi suegro y uno de mis hermanos. Eran siestas sumarísimas, excepto el tío Bancho que se apoliyó su buena media hora. Toda la película es ligeramente patética y aburrida, como todos los tiempos muertos y como casi todas las personas en reuniones en donde no beben lo suficiente como para ponerse divertidas. Pero esa suficiencia está a un trago de transformarse en demasía y entonces sí, ya no serán divertidas, sino penosas. Un trago separa a la suficiencia de la demasía. Excelente aforismo que le regalo de onda a A.A.
Pero yo pienso en las vacaciones, en Mar del Plata en alpargatas, o Minessota en ojotas, o Florencio Varela en chinelas. No importa el destino, que más da, yo me quiero ir. En verano el trabajo de vender casas afloja un poco. Todos se han ido, sus propiedades están cerradas y no se pueden mostrar. Hasta Arizmendis se fue a Punta del Este y los ratones bailamos. Los ratones somos Zuloaga, el otro vendedor y yo. Que apoyamos las patas en el escritorio del jefe.
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