jueves, diciembre 13, 2012

DIARIO DEL GRAN VIAJE (DIARY OF THE BIG TOUR) SEXTA PARTE EL COLISEO ROMANO ¡Ya estamos en las puertas mismas del Coliseo! Acá el coliseo se llama "Colosseo". La señora Antonella, la guía romana, nos remarca que los arcos de entrada al Coliseo (Colosseo) están numerados (En números romanos, claro) ¿Por qué? Nos pregunta. No sabemos, parece contestar la comunidad turística, por las caras de estúpidos que se ven. Y explica que la fuerza verdadera del Imperio Romano ha sido la organización. En el Imperio Romano, explica con cierto orgullo, todo estaba organizado perfectamente, incluso el divertimento del pueblo. Mientras nos cuenta esto yo observo hacia afuera y hay tanta gente que pareciera que hay un espectáculo de leones y sangre en el interior del imponente Coliseo (Colosseo). Volvamos a Antonella que nos cuenta que los 50.000 espectadores que entraban en “ese edificio” tenían un ticket, que no era de papel, obvio. El “ticket” era una pequeña placa de cera que tenía grabado el número de entrada. Gracias a los arcos numerados y a los “tickets” numerados se lograba que los espectadores pudiesen entrar o salir del Coliseo (Colosseo) en un tiempo máximo de diez a quince minutos. Ahora vemos una cola de dos cuadras a la “billetería” (boletería la llamamos nosotros) que tardará dos horas mínimos hasta lograr el ingreso. Yo me prometí para este viaje no hacer colas para nada. Dos son mis consignas para este gran viaje, querido diario: no colas, no intercambio social. Buenos días, buenas tardes y sólo si es imprescindible. Una novedad para mi yacimiento de saberes es que el verdadero nombre del Coliseo (Colosseo) es Anfiteatro Flavio. Anfi significa doble, teatro, teatro. ¿Doble teatro? Hmm, no me satisface la explicación. Anfi quiere decir ambos lados. Me cierra más que doble. Es decir que el anfiteatro es un teatro donde se puede ver por ambos lados. Lo de doble se explica porque vendrían a ser dos teatros unidos. Imaginemos una sala donde el escenario está en el medio. La parte de público es doble. Son dos partes. Es como si fueran dos teatros. Por eso lo de doble. Pero no era necesario perder el tiempo en una explicación tan nimia. Antonella dijo doble y ya está, para qué más, su sueldo no debe ser tan significativo como para que se detenga en pequeñeces. El anfiteatro Flavio fue construído en el siglo uno por la dinastía de los Flavios. Por eso el nombre. El bus se detiene en un parque en el que se puede divisar el Coliseo (Colosseo) desde una altura y nos apeamos. Nos salen al encuentro vendedores de trapos y otros artículos. Sacamos fotos y apreciamos el estadio que está bastante bien conservado teniendo en cuenta que han pasado casi dos mil años desde su construcción. El estadio Tomás A. Ducó en Parque de los Patricios estaba más o menos en el mismo estado el día que lo visitamos cuando el equipo de mis amores tuvo que jugar allí porque en su casa estaban haciendo refacciones para el mundial 78. La tanita nos explica cómo funcionaba el Coliseo (Colosseo) donde los “jugadores” eran esclavos. El piso era de madera y encima colocaban veinte centímetros de arena. ¿Para qué? Muy sencillo, para absorber (dijo “absorbir”) la sangre de los animales y de los gladiadores. Se conoce que había muchos heridos de ambos lados. Todo esto lo hemos visto en las películas sobre el Imperio Romano con mayor o menor realismo. En los filmes de Hollywood el gladiador se “peleaba” con un león que era un muñeco y el que lo movía era el propio actor que, a la vez que fingir una lucha encarnizada, debía hacer que el muñequito de hule pareciera de verdad. Justo, entonces, sería que le hubiesen pagado doble sueldo. Las tribunas tenían cuatro filas de gradas para los tifosi, si acaso así se llamaran. Los espectáculos duraban cuatro, cinco o seis horas, dice Antonella. Después habló de las Naumaquías que eran batallas navales para lo cual se construían grandes piscinas. Eran combates en el que participaban hasta seis mil hombres, entre remeros y combatientes. Hay que imaginar en consecuencia una piscina de buen tamaño y no una modesta Pelopincho. También se organizaron Naumaquías en lagos y ahí tiene más sentido. Lo concreto es que quienes participaban no lo hacían porque les encantara sino que eran reclusos condenados a muerte. Creo que los romanos antiguos no tenían muchos motivos para enorgullecerse con tanta carnicería organizada aunque este pensamiento bien podría ser otro ejemplo de anacronismo psicológico, tan malsano para los historiadores. Anacronismo psicológico, según un profesor que tuve en la facultad, es el error de hacer “pensar” a los personajes de la historia según los criterios contemporáneos. Ahora pasamos debajo de un acueducto, el acueducto Claudio, los restos de la Residencia Imperial y llegamos, por fin, al Circo Massimo. Aquí, en esto que es un campo largo, transcurre una de las escenas más espectaculares del cine mundial. O mejor dicho, este es el campo que fue reproducido lo mejor posible en Cinecittá para representar la escena célebre de Ben-Hur. El filme es de 1959, fue protagonizado por Charlton Heston y Stephen Boyd, que hacía de malo y muere precisamente en ese Circo Massimo, el de Cinecittá, cuando su cuádriga vuelca y cae sobre unos salientes metálicos de las ruedas de la cuádriga que compite contra él en alocada carrera, y que giran a muchas revoluciones. Vamos, querido diario, tienes que recordar la escena: Boyd termina hecho picadillo de carne y la sangre parece manchar la pantalla. La sangre y pedacitos de materia orgánica. Quedé impresionado y aún hoy la recuerdo y me tapo la cara. El Circo Massimo verdadero es este, no el de Cinecittá. Es un inmenso jardín de planta rectangular. 600 metros de largo por 200 de ancho. Por eso, por su extensión le llamaban “Circo Massimo” que no diré qué significa porque sé que no eres tonto, querido diario. En el medio de la pista hay una superficie sobreelevada que dividía en dos partes el piso. Era la “espina” que estaba decorada con varios monumentos, en especial obeliscos egipcios. Las carreras de cuádrigas consistían en que estos carros diesen siete vueltas al circuito antes de llegar a la línea de llegada. Alrededor de la pista había dos niveles de gradas construídas en bloques, obviamente, de travertino, donde solían sentarse hasta 250.000 espectadores. Hablamos de un edificio levantado hace 2.500 años y compara la señora Antonella con el estadio Olímpico de Roma o el Santiago Bernabeu donde se sientan 80.000 personas. Pero aquellos son estadios y el circo Massimo en realidad es un hipódromo pero son cosas que se me ocurren a mí y no quiero discutirle. Y ahora viene una pausa para otra intervención chispeante y jacarandosa de la señora Antonella que nos platica sobre la famosa Boca de la Verdad (Bocca Della Verita) que se encuentra en una pared externa de la Iglesia Santa María in Cosmedin, que está cerquita del Circo Massimo que acabamos de dejar. La Boca de la Verdad es una máscara de piedra de un metro setenta y cinco. Todos la recordarán en cuanto mencione la película de 1953 Roman Holiday, o Vacaciones en Roma, o el título absurdo que se le dio en la Argentina: “La princesa que quería vivir”. Es un lindo film en blanco negro y tiene una escena muy conocida en la que Gregory Peck, a la sazón un periodista que oculta su condición, se ofrece para mostrarle Roma a la princesa que se escapa de sus obligaciones protocolares para vivir un poco la vida como cualquier ser humano común. Era una princesa que quería vivir por lo que el título argentino de la película no parece tan absurdo después de todo. La princesa es la belisima Audrey Hepburn. Bueno, pues una de las cosas que Peck le hace conocer a Audrey es la Bocca Della Veritá y le dice que hay que poner la mano dentro de esa fea boca de mármol con el labio inferior partido para saber si el dueño de la mano obra con sinceridad. Que si es sincero no pasa nada pero si miente la boca se la devora. Y le sugiere a la hermosa princesa que lo haga. Audrey duda unos segundos y luego, convencida de su conducta intachable, pone la mano brevemente y no sin cierto temor. Al cabo de un instante la saca sin consecuencias y desafía a Gregory a hacer lo mismo. El apuesto hombre arruga su ceño primero y luego introduce la mano. Comienza a gritar. Audrey se desespera y lo ayuda a sacarla. Cuando Gregory Peck consigue extraer el brazo no está la mano. Ella prorrumpe en llanto desesperado hasta que el hombre desenfunda la mano que había escondido traviesamente dentro de la manga del saco. Audrey aliviada le pega cariñosos golpes en el pecho y le abraza, ahora riendo nerviosa. Es una escena muy romántica desarrollada por esos verdaderos maestros del cine romántico, o de amor, como son los cineastas norteamericanos. Antonella, en tren jocoso dice que los choferes romanos son solteros, es decir que no tienen esposa a quien mentir. ¿Por qué? Porque si es difícil manejar en Roma con dos manos, imagínense con una sola. Da por descontado, y ahí está el chiste, que los romanos son todos unos mentirosos. Por eso, concluye con su excelente chiste, que cuando se ven obligados ponen solamente un dedo. Ja, ja, ja. Alberto Sordi se revuelve en su tumba y Ugo Tognazzi ni te digo. En cualquier caso, quién sabe qué problemas maritales habrá tenido la gran Antonella para hablar de esa guisa. CONTINUARÁ
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