lunes, marzo 19, 2012


EL SEÑOR CÓCARO, LAS ISLAS MALDIVAS, SINCRONICIDAD, ETCÉTERA.
Tiempo atrás, digamos hace doscientos cuarenta meses, vendí la casa de un señor que era escritor, crítico, poeta, autor de tangos, y periodista de la sección cultural del diario La Nación, señor Nicolás Cócaro. Cuando terminó la mudanza de su ahora ex residencia, el caballero me entregó la llave del inmueble para que se la traspasara al comprador. Días después el expropietario me solicitó que concurriera a su anterior hogar para buscar alguna boleta por servicios o tasa municipal cuyo pago le correspondiese. Cuando entré en la casa vacía, que todavía no habían ocupado los nuevos dueños, hallé desnudas las numerosas bibliotecas que revestían la sala, a excepción de unos cuantos libros, supuestamente olvidados, que dormían en rincones o que directamente estaban esparcidos o apilados sobre el piso alfombrado. Telefoneé al escritor para informarlo sobre mi hallazgo y me dijo que no los había olvidado, que simplemente los había desechado y que si era de mi gusto podía llevármelos. Eran más de cien. Sin pensarlo dos veces los junté con babosa fruición y me los llevé a mi casa. Cuando llegué, comencé a analizar el contenido de ese supuesto tesoro. Encontré que había alguna que otra basura como uno que contenía el argumento de una película de Travolta. Bien pronto deduje que los libros abandonados le habían sido entregados como cortesía de las editoriales por su condición de trabajador del prestigioso diario. A medida que fui clasificando los textos encontré también obras de gran valor como uno titulado Aquel domingo del recientemente fallecido autor español Jorge Semprún. Una vez que lo leí me extrañó que el escritor y poeta Cócaro no quisiera conservar tan alto fruto del intelecto. Luego deduje que el hombre había descartado a Semprún, que pasó varios años privado de su libertad en los campos de concentración de la Alemania nazi, por su condición de comunista. Esa ideología, el comunismo, no era del agrado del diario fundado por don Bartolomé Mitre y quizás por eso, ese libro importante pasó a engrosar la biblioteca de un poligriyo como este que teclea. Yo ya tenía algunos libros escritos por la propia pluma de Cócaro, que primero pertenecieron a la biblioteca de mi madre, que supo ser su amiga cultural. Entre ellos se encuentra uno que tiene un título brillante: El tigre salta hacia la luz. No cabe duda que es un gran título. Hay escritores que tienen la virtud de alumbrar excelentes títulos para sus obras. Después si es una porquería es otro asunto pero El tigre salta hacia la luz me pareció destacable. Era un libro de poesía. Mal comienzo. No me gusta la poesía. Por las dudas intenté leer un poema a ver si se dejaba. Por allí encontré una frase que decía “mientras se juntan los ardorosos cuerpos…” Lo dejé. Otro título que fue destacado como apreciable, aunque el contenido no lo fuera tanto, fue Mañana digo basta de Silvina Bullrich. César Aira escribe excelentes obras y les pone títulos sencillos y poco imaginativos: El sueño, El tilo, La conversación. Se conoce que no le interesan o se sabe tan superior que ni se gasta en imaginar títulos con gancho o lirismo. Aunque también tiene títulos extraordinarios como La guerra de los gimnasios. Cierta vez escribí una novela y estaba inseguro con respecto al título a colocarle, problema que se solucionó gracias a un fenómeno que se conoce como sincronicidad, término que inventó un psicólogo suizo llamado Carl Gustav Jung y que él mismo define como la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido pero de manera acausal, cuyo contenido significativo sea igual o similar. Lo que a mí me ocurrió no sé si entra dentro de esa categoría pero me gustaría que así fuese porque suena sofisticado. Meditaba si ponerle el título Las Maldivas son argelinas a mi novela, ya en proceso de corrección. pero no estaba muy convencido. Entonces salí a caminar para disipar la mente y ventilar el caletre cuando veo pasar por la vereda de enfrente a aquella en la que yo me encontraba a un muchacho de no más de 23 años y algunos meses, con una remera que decía en su frente “Maldives”, en letras grandes, y abajo alguna otra frase que mi vista diezmada no alcanzó a distinguir. Ese fenómeno de sincronicidad, erróneamente denominado casualidad, fue lo que me decidió a titular mi novela Las Maldivas son argelinas. Sting, en su bonita canción Synchronicity 1 dice que “con un soplo, con un fluir conocerás la sincronicidad” Y eso fue ni más ni menos lo que sentí al ver la remera del muchacho con la palabra “Maldives” estampada en su pecho. Ahora bien ¿es eso una simple casualidad o, como sostiene Jung, una ley universal cuyo fin no es otro que el de orientarnos hacia un crecimiento evolutivo de la conciencia? Yo no lo sé. De cualquier forma a mí me proporcionó la convicción definitiva para el título de mi novela y me predispuso para esperar confiado y paciente la fama y la fortuna. Sigo esperando. Cualquier cosa avísenme.

4 Comments:

Blogger ovalado said...

pasa algun libro...

10:53 a. m.  
Anonymous julio said...

Son casi todos una verga. El de Semprún sí vale la pena.

12:14 p. m.  
Blogger Roedor said...

El de las Maldivas esta en Yenny?

3:55 p. m.  
Anonymous JULIO said...

no llegó ni a las galeradas.

4:47 p. m.  

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