jueves, septiembre 10, 2009

VERDE VERDEROL (Jiménez-Julio)

En los años correspondientes a mi instrucción secundaria, impartida durante el Bachillerato, cursaba materias como Castellano y Literatura en las que, entre otras cosas, se nos obligaba a memorizar poesías para después recitarlas, parados en el frente del aula y por ello recibíamos una calificación del uno al diez. Debe haber pocos cometidos más gay friendly como el recitado de poesías para hombres en la etapa de construcción de su virilidad, como éramos nosotros, los rapaces de entre trece y diecisiete años. Un desdichado día nos obligaron a aprender el poema Verde Verderol del escritor español Juan Ramón Jiménez, aquél que dice:
Verde verderol
¡endulza la puesta del sol!
Palacio de encanto,
el pinar tardío
arrulla con llanto
la huida del río.
Allí el nido umbrío
tiene el verderol.
Nunca pude aprender las poesías y menos si su contenido es tan pajarón, tan desconectado del presente y la realidad de aquellos años mozos, en fin, tan vano como
Verde verderol
¡endulza la puesta del sol!
La última brisa
es suspiradora,
el sol rojo irisa
al pino que llora.
¡Vaga y lenta hora
nuestra, verderol!
¿Qué diantres será un verderol?, me preguntaba entonces, aunque, en homenaje a la verdad histórica, deberíamos reemplazar diantres por mierda. Nunca había visto un verderol. Hoy sé que es un ave canora, un pájaro, bah, pero con guguel cualquiera pasa por sabio. Como yo era uno de los pocos de mi clase que aún no había pasado a dar lección, estaba de Dios que ese día la profesora me obligaría a recitar, para burla y mofa de todos mis compañeros:
Verde verderol
¡endulza la puesta del sol!
Soledad y calma,
silencio y grandeza.
La choza del alma
se recoge y reza.
De pronto ¡belleza!
canta el verderol.

Entonces ideé un método para aprenderme el sensible poema, a la sazón fruto de la misma pluma que escribiese Platero y yo, novelita que nos forzaban a leer porque se aprovechaban de que éramos pequeños, peludos y suaves; tan blandos por fuera, que nos diríamos todos de algodón. Se me ocurrió ponerle música a la poesía porque siempre se me dio más fácilmente la melodía que las letras. Entonces para memorizar los versos los monté a un sonsonete de mi invención, esto es, compuse una tonada horrible pero pegadiza, una especie de balada que no cantarían ni los cinco latinos pero que por su condición de easy listening enseguida quedaba adherida al caletre como una sopapa de las buenas. Vamos, lo mismo que hacen algunos cantores (Serrat con Benedetti) cuando se les seca el magín o la pereza les ataca. Ponerle la música a un poema es tan sencillo como copiar y pegar. Yo lo hice por necesidad y fue de la única manera en que me pude aprender Verde verderol. Y así me pasaba el día cantando

Verde verderol
¡endulza la puesta del sol!
Su canto enajena
(¿se ha parado el viento?)
el campo se llena
de su sentimiento.
Malva es el lamento,
verde el verderol.
Verde verderol
¡endulza la puesta del sol!
Tanto que al presente todavía me la acuerdo. Nunca antes me había sacado la nota máxima hasta esa tarde gloriosa en que el sol rojo irisaba al pino que lloraba. Hoy recordé ese episodio inolvidable y me fui al trabajo silbando esa bazofia de canción inolvidable que me permitió acreditar mi primer y último diez. ¡Ahora cantemos todos juntos!
Verde verderol
¡Endulza la puesta del sol!




5 Comments:

Blogger rodrigocarp said...

Este comentario ha sido eliminado por el autor.

3:40 p. m.  
Blogger estejulioesuno said...

alguna vez podríamos juntarnos y tocarlos con la guitarra

4:18 p. m.  
Blogger estejulioesuno said...

alguna vez podríamos juntarnos y tocarlos con la guitarra

4:18 p. m.  
Blogger edu, desde el barrio, said...

Yo, la verdad, del verderol ni idea, pero mi corazon eglógico y sencillo se ha despertado grillo esta mañana.
Y no puedo dejar de recordar al sapito Glo Glo Glo...Se la canto?

4:30 p. m.  
Blogger estejulioesuno said...

si es un verso con música propia, sí.

9:25 a. m.  

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