miércoles, diciembre 03, 2008

EL REGRESO DEL HOMBRE SANDIA
Durante los años menemsterosos concurrí a un taller de humor que coordinaban los humoristas Rudy y Santiago Varela. Rudy es el guionista que escribe la viñeta diaria dibujada por Daniel Paz en la primera página del diario Página 12, además es psicoanalista y escribió varios libros. Santiago Varela es escritor y guionista y, entre otras cosas, le cabe el honor de haber sido uno de los que le escribió durante muchos años los monólogos al actor cómico Tato Bores. El taller se daba en un bonito piso de la ciudad, cerca del Shopping Alto Palermo, creo que sobre la avenida Coronel Díaz. Mis compañeros eran como son todos los compañeros, algunos que no tenían idea de para qué estaban allí, otros que por sus ocupaciones nunca hacían la tarea ni llevaban el cuaderno, y unos pocos que ni siquiera entendían las consignas dadas por los coordinadores. Leer los trabajos personales que, por tratarse de un taller de humor, se supone que debían tener un poco de gracia, planteaba un desafìo crucial porque se sabe que el humor tiene un medidor objetivo e infalible llamado Risa. Es simple, si algo tiene humor provoca risa. De tal suerte que, para determinar si un escrito tiene gracia basta con escuchar una risa, o cuanto menos una sonrisa y un ¡quijodepú!. Pero cuando vives en el mundo civilizado y la cortesía es apreciada, si el medidor de gracia no levanta ni un ápice es necesario echar mano de un medidor espurio: la risa falsa: ja, ja, ja. Aprovecho este espacio para sugerir que nunca pongais en los e-mails ja, ja, ja, para señalar que lo que antes escribió tu interlocutor te causó gracia: ese ja, ja, ja indica, según mi inmodesto criterio, risa falsa. Es preferible escribir me desternillé de risa con lo que acabás de poner, ¡qué tipo cómico! Así que, hacedme caso: nunca ja, ja, ja. Vuelvo al taller, cuando alguien leía sus cosas y no causaban gracia, igualmente simulábamos una risa ( ja, ja, ja), tanto los asistentes cuanto los coordinadores, y todos se quedaban satisfechos. Rudy nunca se reía, sonreía y los ojos se le achinaban. Santiago Varela, en cambio, largaba una risa desbordada cuando algo le causaba real gracia pero si lo leído le causaba vergüenza ajena solamente emitía un discreto ja, ja, ja.
..........................................................................................................................................................................
Encontré uno de aquellos trabajos guardado en un viejo anaquel y antes de quemarlo lo presento. Se trataba de escribir un relato a partir de los títulos que Rudy inventaba y repartía a los distintos talleristas. A mí me tocó El Regreso del Hombre Sandía.
El Regreso del Hombre Sandía.
Encontramos al Hombre Sandía sentado en la mesa de un bar, donde el mozo lo reconoce al momento:
-Vos sos el Hombre Sandía.
-Atiza ¿Cómo me has reconocido?
-Acá todos te tenemos calado.
-Debí imaginarlo.
-Además, por tu gran cabezota verde con guardas.

Luego de pasar una temporadita en su planeta natal (Frutón), el Hombre Sandía retorna a nuestra tierra para continuar con su lucha en pos del respeto a las leyes. Es su obligación como superhéroe y además cobra sus buenos honorarios con el impuesto que todos pagamos (la THS o Tasa para el Hombre Sandía).
Oculto bajo la identidad de Santos Díaz (aunque bien poco es lo que puede disimular con ese cráneo), el extraterrestre ha vuelto para acabar con los funcionarios que no cumplen con las normas jurídicas. Para tales fines, utiliza su superpoder, la Semilla de la Verdad, que al ser escupida sobre el sospechoso, lo induce a confesar todas sus fechorías, y presentarse a posteriori ante la autoridad competente.
Es así como en la primera parte de la saga supo poner fuera de combate a un buen número de corruptos (Las aventuras del Hombre Sandía). En su retorno a las carteleras, su misión consistirá en desenmascarar al Ministro de Licitaciones Públicas, doctor Higinio Dunlop Parodi, persona tan corrompida que es capaz de exigir un retorno al ciego al que le da limosnas. Para mandar en chirona a este inicuo, el Hombre Sandía deberá primero conseguir la confesión de quien conoce todos sus chanchullos, la principal asesora ministerial, licenciada Adela Mort. Sobre ella pesa la sospecha de ser quien le administra los negociados a su indigno jefe.
Los planes de Sandy, como le mentan familiarmente, se complicarán en el momento en que comienza a sentir cierta inquietante atracción por la señorita Mort, sobre la que había comenzado a ejercer un discreto seguimiento desde varios días atrás.
Por fin, una mañana decide acercársele con un pretexto baladí y la invita a tomar un café. Ella bebió un capuchino, él, un postre Sandy. Las salidas se repiten alentadas por la mutua simpatía que nace entre el frutonio y la terrícola. Sabe él, sin embargo, y eso le preocupa, que no debería dilatar el momento de escupir la semilla sobre Adelita, para que diga la verdad y nada más que la verdad. Pero se toma su tiempo, falla estratégica, extraña en Santos, que ha de servirle al doctor Dunlop Parodi para tomar conocimiento de estos encuentros y llamar a su despacho al alienígena con el objeto de conminarlo a que interrumpa los contactos del tercer tipo con la señorita Mort. Detalles de la tensa y breve entrevista:
-No quiero verlo más con mi asesora. Se lo digo de una.
El Hombre Sandía, sincero hasta la pulpa colorada, le confiesa al ministro que comienza a sentir una profunda estima por Adela. Eso encoleriza al funcionario (¿acaso por celos?), que replica:
-¿Una terrícola con un marciano? ¡Pero, no diga sandeces!
La réplica de Santos Díaz conlleva la ironía propia de los frutonios:
-Usted es hombre boludo y dice boludeces, yo soy Hombre Sandía y digo sandeces.
De esta forma grosera y destemplada culmina la reunión en donde el alto jerarca no ha logrado detener lo que con propiedad podríamos llamar un romance en ciernes. La peculiar pareja, a despecho de todas las contras, retoma sus inocentes paseos. Una tarde calurosa y húmeda salen ella y ello a tomar un helado. Escuchemos este inocente y empalagoso diálogo de dos seres que a mano alzada comienzan a dibujar un corazón atravesado por una flecha:
-¿De qué lo va a pedir el helado, Santos? –le pregunta Adela-.
-¿No es obvio? –pregunta él-.
-¿De sandía?
-¡Claro! ¿De qué va a ser?
-Bueno, no tan obvio. Yo no tomo helado de mí –apunta ella con criterio-.
-Yo sí pediré un helado de usted. Cambio el de sandía por un bombón...
Este Santos Diaz es un completo zalamero. Pero, mientras llevaba a cabo sus inocentes requiebros, los servicios de inteligencia se enteraron de que el frutonio de la cabeza ovalada no tardaría en escupir su Semilla de la Verdad sobre la asesora Mort, primero, y luego sobre el propio ministro, para lograr su autoincriminación y, luego de un juicio justo, acabar en una celda V.I.P. por un par de meses. Furioso, pero ejerciendo control sobre su ira, condición indispensable para el progreso económico de todo hombre público, el muy sotreta del doctor Higinio Dunlop Parodi organizó en cuestión de horas el modo de acabar de una vez por todas con el superhéroe frutado. Primer paso: telefonear a Adela Mort y ordenarle que arregle una cita sentimental en su pequeño departamento céntrico con el extraterrestre. Una vez allí, acaso en el momento de los tomates rellenos, dar el segundo paso: arrojar sobre el extraño ser de Frutón una sustancia terrible que a El Hombre Sandía le produce el mismo efecto que a su colega Superman la kriptonita. Esa sustancia no proviene de Frutón, sino que es un producto noble de la madre tierra. Noble siempre que se lo utilice para causas justas. Se trata de la bebida que se extrae de la vid: el vino. En efecto, la señorita Adela Mort deberá, por mandato de su superior, arrojar sobre el Hombre Sandía un tetrabrik de vino. El efecto es obvio, todo el mundo sabe que, si se mezcla sandía con vino, te morís.
Promediando el delicioso encuentro en el coqueto piso de Adela, la conversación transcurre entre dingolondangos de él y preguntas de ella sobre la vida y antecedentes familiares de Santos Diaz:
-Siempre quise preguntarle: ¿Es usted familiar de Bruno Diaz? –fue la primera y obvia pregunta de la señorita Mort-.
-¡Qué va! Ese es un melón. Aunque ambos pertenecemos a la familia de las cucurbitáceas hortenses, él vendría a ser como un primo imbécil.
La asesora de Dunlop Parodi está nerviosa, aunque simule una serenidad que a Santos se le antoja deliciosa languidez, quizás el grado máximo de la serenidad. Sabe ella que no puede postergar más el momento de arrojar el cartón de vino sobre el rostro imberbe del Hombre Sandía. Pensar que el inocente Santos había pospuesto su escupida famosa, por el tierno afecto que comenzaba a sentir por Mort Adela...
Pero también Adela ha comenzado a corresponder al entusiasmo que Sandy le profesa. Y gracias a esa incipiente corriente de cariño tomará la decisión correcta: cambiará la letal kriptonita-tinto común de mesa por un saludable jugo de sandía, con lo cual salvará la vida del E.T. y, sin exagerar, la de la Humanidad toda.
La bella muchacha, definitivamente decidida a obedecer exclusivamente los mandatos de su corazón, tan rojo como el de la sandía, lo impone a Sandía del siniestro plan que ha ideado el deleznable Higinio:
-...y el muy malvado doctor Higinio Dunlop Parodi quería matarte y después venderte al Museo de Ciencias Naturales. O al Mercado de Frutas, no recuerdo bien.
Un mohín de tristeza, antes que de indignación, se dibujó en el rostro verdinegro del ser venido de Frutón. Podría decirse que sintió una legítima frutación.
-No me sorprende. De mí, todos quieren sacar tajada –dijo él tristemente-.
Alertado el ministro prevaricador por los servicios de inteligencia de la jugada sucia de su fiel empleada la despide sin justa causa ni preaviso. Bah, le hicieron un favor. Si la chica es un pan de Dios.
Pero el Hombre Sandía, verdadero adalid de la observancia de las leyes, sabe que debe completar su misión en esta tierra, para la cual le pagan con los aportes del contribuyente: forzar la confesión de todos los ilícitos cometidos por el señor ministro.
Una mañana en la que este hombre imperdonable se dispone a abordar la limusina que lo llevará al ministerio, lo sorprende el mismísimo Hombre Sandía, decidido a escupirle en la cara una de sus notables semillas. Alertado el funcionario, sale corriendo como si lo persiguiese el mesmo demonio. La cinematográfica persecución culmina en el andén de una estación ferroviaria donde, por fin, el doctor H.D.P., agotado y sin aire en los pulmones, queda cara a cara con el horrible héroe. La tensión es extrema. Casi insoportable. Roza los límites de lo tolerable. Alcanza aristas desesperantes. Da miedo. El Hombre Sandía, inclinando un poco su deforme cabeza hacia atrás, produce una gárgara de esas que son prólogo de una contundente esputación. En cualquier momento escupirá la famosa semilla negra. El funcionario, recuperado a medias de su disnea, le pregunta a Díaz, no sin bastante perspicacia:
-¡Hombre Sandía! ¿No es cierto que te jactas de ser respetuoso de las leyes?
-No lo dude ni un instante, señor ministro –es la segura respuesta del frutonio-.
-Entonces, si sos tan legalista fíjate lo que reza aquel letrero: ES PROHIBIDO ESCUPIR… LEY NUMERO...
En efecto, un cartel de bronce labrado veda terminantemente el acto de salivar, conforme lo establecido por la legislación nacional. Y creo haber mencionado que nuestro superhéroe es incapaz de quebrantar una ley.
El ladino ministro Dunlop Parodi huye casi ahogado en sus propias carcajadas, perdiéndose en el fondo del andén.
Por una vez triunfó el mal, empero, que eso no nos desaliente, sepamos extraer lo positivo de esta historia: hoy están juntos y para siempre Sandía con Mort Adela.
..........................................................................................................................................................................
La opinión de Santiago Varela sobre El Regreso del Hombre Sandía: ja, ja, ja.











3 Comments:

Blogger edu, desde el barrio, said...

No debería quemarlo. Tal vez resumirlo. Este muchacho Varela, ¿Qué pretendía con un tema tan estúpido? También debería enviarselo a Tinelli. En una de esas zafa. (Ud., claro) Ese tipo hace guita con cosas infinitamente peores. Ud. es Proust con su sandía parlante.

4:10 p. m.  
Blogger estejulioesuno said...

Proust tenía la magdalena, yo la sandía, es casi lo mismo

5:19 p. m.  
Blogger ovalado said...

me gustó

5:29 p. m.  

Publicar un comentario

<< Home

resumen de noticiasviajes y turismo
contador web