ISABEL SARLI Y YO
En el cine de mi barrio ví a Isabel Sarli desnuda por primera vez, no a ella personalmente sino por medio de la imagen que se materializa sobre una sábana blanca cuando se aplica una lámpara de altísima potencia al través de una cinta transparente de celuloide. Fue en 1969 y la película se llamaba Desnuda en la Arena. La Coca, como también se la conoce, apenas comenzada la proyección, egresaba del mar completamente desnuda en brazos de Victor Bo, quien en la vida real era algo así como su hijastro, retorciéndose, ella, como si horribles cólicos le atormentasen los intestinos. En aquellos años, cuando la vida sexual de los pebetes como yo atravesaba por mesetas insatisfactorias, solíamos echar mano del tándem Sarli-Leblanc o de las prestigiosas publicaciones Bicho Feo o Pobre Diablo. Aquí la expresión echar mano calza como un guante mágico.
Mi mujer trabajó durante años en un jardín de infantes que era de propiedad de las dos hijas (fotos) de Armando Bo, el director que dirigió y actuó en casi todas las películas de Isabel Sarli, y que fue su mentor, su protector y su más que amigo. Una digresión: de vez en cuando leo que Armando Bo es homenajeado, aunque nadie puede explicar bien por qué. Ni siquiera los que lo homenajean. Ah, sí, porque era un luchador (?).
El jardín de infantes de las encantadoras chicas de Armando nació y se desarrolló en un barrio muy exclusivo de la capital argentina denominado Belgrano R. Gracias a ello el elegante kindergarten se constituyó en una institución ideal para que las personas con dinero y con money pudiesen revalidar su pertenencia a la alta sociedad porteña. El mismo Armando, aunque de orígenes proletarios, pudo sorber algo de esas pátinas de prestigio gracias a su matrimonio con una Machinandiarena y era visto, acaso un poquitín cholulamente, como una especie de patriarca admirable. Cuando estrenaban alguno de sus pésimos (los críticos apenas se animaban a calificarlos como “fallidos”) filmes, el director luchaba –aquí le cabe el mote de luchador- por sostener la permanencia de esos engendros en la sala -tarea harto dificultosa- para que no fuesen quitados de cartel a la primera semana. Para poder cubrir la cuota mínima de asistencia a los cines donde se proyectaban sus “obras” la única posibilidad era regalar las entradas puesto que las películas eran una basura, aun para valijeros y adolescente tiernos. Además, para mediados de los setenta, ya Isabel Sarli se estaba poniendo vieja, gorda y matrona, sus tetas caían como las de la señora Adelaida y Armando Bo filmaba cada vez peor. En 1977 se estrenó Una mariposa en la noche. Por suerte, a esa altura de mi vida, yo ya estaba en condiciones de estar con mujeres desnudas de cuerpo presente, no sin esfuerzos y claudicaciones. Pero fui forzado a asistir al estreno de la película porque estaba de novio con la que hoy es mi esposa y Armando había distribuído gratuitamente las entradas entre las maestras del jardín de infantes de las chicas Bo Machinandiarena, personal docente y no docente, quienes debían concurrir acompañados de sus respectivas parejas, amigos o favorecedores. De ese modo, el cine se completaba con personas que prestaban el servicio de concurrir como parte de la obligación laboral propia, o de sus maridos o novios. En el caso que refiero la obligación era de mi novia. Podría decirse que se aplicaba la misma metodología con la que el partido justicialista llena sus actos políticos, esto es, arriando compulsivamente a sus empleados municipales y ñoquis (que son la misma cosa). Armando, durante la realización del bodrio del que estamos hablando, y con el fin de economizar en gastos de producción, pretendió utilizar a las maestras todo terreno del jardín de infantes de sus hijas para una escena que transcurría en un quilombo. Las jardineritas eran hermosas y la mayoría de ellas estaban bien pero que bien fuertes de modo que daban perfectamente la talla para encarnar a unas tremendas prostitutas. Una de las hijas del director se negó a ese reclutamiento aun cuando él le aseguró que las docentes-putas aparecerían a una distancia que las preservaría de la visión de los papás y mamás de los infantes. Además, alegó el regista, los padres de tan paquete jardín no formaban parte del target de público para esa clase de filmes. De cualquier modo, en la Argentina no funcionaban para ningún target las películas del binomio Bo-Sarli, que sí se vendían bien en Centroamérica. Para peor, eran épocas de dictadura militar y la censura cortaba salvajemente (bah, la dictadura todo lo hacía salvajemente) las escenas supuestamente más interesantes. En Una mariposa en la noche, Armando e Isabel hacen el amor –tarea dificultosa, a esas alturas, para el viejo y enfermo director, que no lograba parecer más joven con el exclusivo recurso de hundir su cabello en bleque-, pero la escena apenas se adivina porque, ante la presión de los censores, fue necesario velar la imagen que quedó como cubierta por un vidrio esmerilado, de forma que sólo se podían atisbar formas y colores indefinidos que ejecutaban lentos y reiterativos movimientos.
Años después, el jardìn se cerró y echaron como perros a las maestras, empleados, en fin a todo el personal, sin pagarles un peso de indemnización y ni siquiera los sueldos devengados. Un encanto.
4 Comments:
Estejulio!
Te va a agarrar Victor (el agente tiburon) y te va a cagar a patadas!
fernijul
Que le vaya a cantar a Julio de Grazia.
de que te quejas ? mi mujer tambien trabajaba con las chicas bo y fui a ver la del doctor cureta y otra mas que producía victor y eran horribles .prefiero a la coca toda la vida .
¡No! la del doctor cureta y las puertitas del doctor López yo también las vi y eran mejores. Algo mejores. Eso sí, en esa época si querías ver películas de mujeres en bolas estaban las de cárcel con Camila Perissé y otras bellezas.
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