APUNTES DE LA GIRA DEPORTIVA AL URUGUAY

Un integrante del equipo uruguayo contra el que fuimos a jugar a la república oriental tiene un sobrino que juega en la primera de Rácing de Montevideo, club que milita en la segunda división del fútbol celeste. Así que fuimos todos a verlo actuar contra el Club Atlético Atenas de San Carlos, pueblo distante unos veinte minutos de Punta del Este. La hinchada de la academia, de este modo, se vio sorpresivamente reforzada por treinta o treinta y cinco muchachones que alentaron a Sebastián Balsas, que así se llama el botija, al original grito de olé, olé, olé, olé, Sebas, Sebas. Después, el gurí le contaría al tío que había alcanzado a escuchar el aliento de las gargantas extra y que eso supuso un gran aliciente para encarar el partido con decisión y enjundia. Dentro del grupo argentino estaba el padre de uno de nuestros muchachos, un señor que es fotógrafo profesional y que extrajo su credencial de chasirete para que le permitiesen tomar fotografías dentro del campo de juego. Conseguida la autorización, el hombre estaba tan contento como Antonio Legarreta cuando fotografió su primer clásico. En el estadio estaba el vasco Ostolaza, ex jugador de Nacional de Montevideo y de la selección que había ido a ver jugar a su botija, que también juega en Rácing. En ese momento mi cholulismo se sometió a dura prueba. Hubiese correspondido que me le acercara y le dijese “vasco, ¿me deja sacarme una foto con usted que lo admiro desde que era un botija?”. Y él hubiese respondido “claro, botija, de mil amores”. Pero no me le animé. De haberlo hecho, mis amigos me hubiesen gastado la vida entera. Soy un cobarde y un pusilánime.