miércoles, agosto 29, 2012

CLAUSTROFOBIA - PRIMERA PARTE La definición del diccionario de la Real Academia es simple aunque concisa: Angustia producida por la permanencia en lugares cerrados. Si yo tuviera que ensayar una definición en base a mi propia experiencia diría: Pánico producido por la permanencia en lugares cerrados cuando estos no pueden ser abiertos por el claustrofóbico. ¿Se entiende? ¿Me siguen hasta acá? Mi claustrofobia se opera sólo cuando el local cerrado no es susceptible de ser abierto por mí. Yo podría estar encerrado en una cápsula y no tener el más mínimo miedo. Para ello bastaría que el picaporte esté a mi alcance como para estar en capacidad de abrir la puerta o la escotilla. En el caso del avión, si tuviera ventanillas que se pueden abrir, yo no tendría inconvenientes. Pero es sabido que no las tienen. Si el avión tuviese ventanillas que se abren el ataque de claustrofobia sería inconcebible por la sola circunstancia de saber que yo tengo la potestad de abrirla. La claustrofobia no se trata de la imposibilidad de huir de un peligro si no que es una patología en sí misma. Si el avión cayese en picada por problemas técnicos no me preocuparía tanto; primaría la calma que me procuran las ventanillas abribles. No porque pudiera salvarme, es obvio que no, sino porque solucioné el problema de la claustrofobia. Es más, ni loco saldría por la ventanilla ya que padezco de vértigo. Pero eso es una patología a tratar en próximos trabajos. Si la aeronave fuese copada por fundamentalistas de cualquier signo, por ejemplo por fundamentalistas K que quieren pasar a degüello a los lectores de Clarín, la ventanilla abrible me liberaría del cuchillo, siempre que pueda escapar y arrojarme al vacío. Pero la muerte llegaría más temprano que tarde. Creo que esperaría a que el fundamentalista me filetee con su cuchillo nacional y popular pero con la tranquilidad que da la ventanilla abierta. Quizás apenas le pediría al fundamentalista que me aguarde hasta que termine de leer la columna de Susana Viau. Esa seguridad me la otorga la certeza relajante de que, gracias a las ventanillas abrientes, no padezco claustrofobia. Los ascensores son otro ámbito propicio para los ataques más horribles. Especialmente los modernos que son totalmente herméticos. Hace poco tuve la oportunidad de subir a uno. El edificio tenía ocho pisos que bien podría haber subido por la escalera. Pero necesito ponerme a prueba en mi lucha contra el monstruo de la encerrona. La puerta metálica se cerró y el elevador comenzó a ascender lentamente. La iba llevando bastante bien aunque mi corazón se aceleró un tanto. Al pasar el piso séptimo el artefacto comenzó a frenar delicadamente. Hay un momento en que el cubículo queda como suspendido pero la puerta no se abre enseguida. Todo parecía indicar que ya estaba en el piso octavo pero la puerta corrediza permanecía cerrada. Habrán sido cinco o seis segundos y yo les garanto que fueron cinco o seis segundos más aterradores que una miniserie de Ibañez Menta. Me faltaba el aire, comencé a sudar y estuve a un tris de desgarrarme la cara por pura desesperación . Como aquellos catalépticos que recuperan la vida plena adentro del feretro y comienzan a golpear y rasguñar la madera para terminar despellejándose la propia piel. Afortunadamente no llegué a eso, que hubiera sido una pena porque no soy un feo muchacho. Pero lo que me importa ahora es mi inminente viaje adentro de un avión. ¿Debería cancelar mi viaje? Me han sugerido tomar algún tipo de pastilla que me duerma para todo el trayecto. Eso sería no afrontar el problema y además yo quiero disfrutar de esa vida de dandy que discurre en un avión, pedirle un pernod a la azafata, ver el video siempre que no sea Aeropuerto, solicitar un cigarrillo y que me traigan una cajetilla de cinco fasos y fósforos carterita con el logo de Panagra, etc. Tengo pocos días para revertir mi drama.

viernes, agosto 24, 2012

HOMENAJE A CHRISTIAN BACH En la facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires había dos bibliotecas, una en la que se podía hablar, llamada “parlante” y otra en la que estaba vedada la charla, denominada “silenciosa” En la silenciosa, cada media hora se producían tres minutos de jolgorio que podían nacer de un pequeño chispazo, como ser una tos a la que seguía otra tos, y después se iban sumando más y más toses falsas. Todo terminaba con gritos, risas y breves momentos de charla hasta que el chistido de alguno llamaba a silencio. En la biblioteca parlante, resulta tonto aclararlo, se podía hablar todo lo que se quisiera y estaba destinada a aquellos estudiantes que necesitan leer el texto en voz alta para que “les quede”. Yo creo que ni una ni otra era visitada por cierta estudiante crónica, que así se llamaban, y creo que aun se llaman, a aquellos que se pasan la vida en la facultad y hacen un par de materias por año sólo para conservar la condición de regular. Pero no abandonan por la vida social intensa y divertida que palpita fuera de los claustros, en los pasillos, en el bar, durante las tomas por los compañeros de SITRAC SITRAM, etcétera. Entre esas estudiantes crónicas había una tremenda chica llamada Christian Bach, que en ese entonces era una aspirante a actriz y estaba más buena que dos porciones de muzza en El Imperio, con un moscazo bien frío. Y traete un cacho de faina. Ella solía usar unos joggings Olimpia que atestiguaban con perfecta veracidad sus increíbles formas. Christian era una gran animadora en Derecho, que en ese entonces para muchos era un club con facultad antes que una casa de altos estudios. Es que el viejo edificio de la Avenida Figueroa Alcorta tenía cancha de basquet, gimnasio, pileta de natación y hasta una peluquería, además de un bar donde el intercambio humano bullía entre clase y clase y los encuentros eran placenteros y prometedores. Uno podía sentarse en cualquier mesa donde hubiera una silla desocupada sin importar que hubiera gente en las demás. Eso posibilitaba el nacimiento de vínculos muy saludables y nutricios, no necesariamente en orden a una mejor preparación académica. Escena típica: una desconocida compañera de mesa deja ver entre sus papeles un tratado de Borda (Contratos). Ocasión como media Ciudadela para que el galán inicie una conversación: “Ah, Civil III, ¿ en qué comisión estás?” Las dulces muchachas en flor siempre contestaban. Con un buen encauzamiento de la plática uno tenía ya formada una pareja para el menester que quisiera, desde estudio en la biblioteca parlante hasta cama en alguno de los hoteles de La Recoleta. A propósito de Borda, digamos que me refiero al célebre civilista doctor Guillermo Borda, unos de los juristas más importantes del país, ya fallecido. Fue este tratadista y jurisconsulto ministro del Interior en tiempos de la usurpación militar comandada por Onganía. Una ley lleva su nombre, la 17.771, que fue modificatoria del Código Civil de Vélez Sarsfield. Digo ley 17.771 aunque para mi módico conocimiento una ley es aquella dictada por un Congreso, y en ese entonces no existía Congreso, excepto una estación de subte del mismo nombre. Pero, bueno, esa “ley” quedó eternizada como la ley “Borda”. Así habrá de ocurrir cuando próximamente reformen el Código Civil, reforma que seguramente será denominada Ley Kirchner o Fernández de Kirchner, aunque esta ley, claro, será promulgada con todas las de la ley. Pero que haya una ley con tu nombre no dice demasiado tampoco: el doctor De la Rúa, que tuvo una presidencia fallida, casi un blooper en materia de presidencias, tuvo y tiene una ley llamada “ley De la Rúa”, que es la ley de violencia en el deporte. Y no creo que sea más feliz por eso. Hay gobiernos que son bloopers y otros que son directamente programas enteros de Tinelli. Pero esta chica, Christian Bach, que supo ser hija de una gran bailarina llamada Adela Adamova, y que estaba excelente por donde se la mirase, ya comenzaba una tímida carrera “artística” por lo que sus estudios necesariamente debieron haberse resentido, cosa que no parecía preocuparle a juzgar por su actitud de joggings estrechos. Ella entraba en el bar de la facultad con esa indumentaria Olimpia o Diportto y los hombres abandonaban sus apuntes, sus ravioles o lo que fuese para mirarla y cantar, ¿qué talle usás nena? Y ella contestaba: uso talle Reducín. En el año 1977 Christian fue contratada por la productora de Palito Ortega, llamada Chango, para hacer una película sobre lo buena que era la policía en tiempos de usurpación del poder por medio de las armas comandada por los bandidos Massera y Videla. Pero la soberbia Christian aparecía la mayor parte del filme vestida con el horrible uniforme azul de la policía y su belleza se disimulaba harto. Pero en la “facu” aparecía vestida con los conjuntos deportivos y sobresaltaba a la monada hasta hacerles cae al piso los códigos y los apuntes de Torres Neuquén. Por fin la chica fue contratada en México para realizar una telenovela. Y se quedó allí para siempre. Contrajo matrimonio casó con un famoso actor azteca llamado Humberto Zurita, que protagonizó la famosísima novela El derecho de nacer, haciendo el papel de Alberto Limonta, aquel al que la vieja que lo cuidase con amor supremo solía pedirle “No te alteres, Albertico."

jueves, agosto 23, 2012

BIOPSIAS DEL MOMENTO. ENOJADOS EN TANDIL. Llegué a Tandil por primera vez cuando era un pebete de no más de nueve años. Lo hice con mi querida tía Margot. Los dos solos en un lugar que me capturó en cuanto pisé su suelo. Sin embargo recuerdo pocas cosas de aquella estadía. Ni siquiera estoy seguro si ascendí al cerro donde antaño estuviera la inestable piedra movediza, atracción máxima de la ciudad. Paradoja que uno fuera a Tandil por una piedra movediza que ya no estaba, que se había caído hacía más de 50 años. Hoy día pusieron una piedra de plástico que reemplaza a la caída. Lo poco que recuerdo de ese viaje es que una vez entramos en una panadería y compramos unos deliciosos sacramentos con jamón y queso. Y resultaron tan exquisitos que volvimos a consumirlos cada vez que correspondía alimentarse. Fuese almuerzo o cena. Pero en la foto se alcanza a observar que ambos tenemos cara de enojados. Estamos sentados en un banco del paseo llamado El Calvario. ¿Por qué el enojo? No recuerdo. Fue hace demasiados años pero seguro es por lo que la mayoría de la gente se pelea durante los viajes: porque uno quiere hacer una cosa y el otro, otra. Sólo a efectos de reconstruir una historia cuya verificación es imposible ya que la foto es el único documento que queda, la foto y mi memoria pobre, podría aventurar que la pelea se debió a que yo quería subir la montaña que llevaba a la piedra movediza, que ya no estaba, y mi tía Margot no me lo permitió por temor a que me cayera y me hiciera moco. Ella era en ese viaje la responsable por mi vida y como no podía escalar debido a su edad me prohibió hacerlo solo porque yo era un botija. Sería una explicación plausible de las caras de tirria de ambos. Yo quiero subir, la tía Margot no me deja, yo digo ¡Ufa! Nos enojamos. No crean pero decirle ¡Ufa! a un adulto en aquellos tiempos era una falta de respeto aunque de nivel moderado. La pelea no debió durar demasiado porque mi tía Margot tenía siempre un humor divino. Y de mi carácter afable y jacarandoso ya se ha sobregirado en este hermoso blog. Pero la eternidad se llevó una foto de los dos enojados. Un trozo de vida vivida. Una biopsia del momento.

jueves, agosto 09, 2012

FERNA La pasión por el fútbol es hereditaria. Hay un gen de la pasión, o del fútbol, no sé muy bien. Mi padre era tan loco por el fobal como lo somos yo y mis hermanos. Le dicen herencia. Somos tres hermanos: el mayor, yo y el menor. Cuando éramos chicos mi padre jugaba al fútbol en Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires. Mi madre no estaba de acuerdo, como ocurre con tantas mujeres que son celosas de un muestrario de personas y circunstancias y, entre ellas, de las cosas que a sus maridos les gustan mucho pero mucho. Posiblemente, digamos en su defensa, a mi mamita no le gustaba que su marido jugara porque se tenía que quedar toda la mañana del sábado con las tres pequeñas bestias que éramos sus hijos. Nosotros amábamos a nuestro padre porque era bueno y divertido, y tampoco queríamos que fuera a jugar. Antes de partir hacia el club, nos preguntaba a los dos mayores si lo queríamos acompañar. Mi hermano grande nunca quería y a mí me daba lástima que papá se fuera solo. Nunca pude llamarlo viejo porque la vida se le fue a los treinta y pico. Ahora, con la claridad historiográfica que dan los años me doy cuenta que posiblemente nos invitara porque mi madre le decía: por lo menos llevate a alguno de los niños así me alivianás la tarea, Ferna. Y papá nos invitaba. Mi hermano el mayor decía rápidamente que no, el más chico era muy chico, y yo aceptaba porque disfrutaba ir y volver con él al club en el DKW. En GEBA, mientras él jugaba yo, recorría las tribunas de madera y me entretenía trepándome, escalando y colgándome. En la historieta de arriba, que algún amigo humorista le hizo a mis padres en aquellos años, se ve claramente planteado el conflicto, tan común en muchas familias argentinas. A mi mamá definitivamente no le gustaba que mi papá jugara al fútbol. Muchos años más tarde ella diría en su descargo que lo quería tanto que deseaba compartir todas las horas con él.. Como en todo, el tiempo le dio la razón a mamá. Estuvo tan poco entre nosotros mi padre...

miércoles, agosto 08, 2012

BREVES APUNTES PARA UN TRATADO INTEGRAL DE FILOSOFÍA La gran mancha sombría, la depresión, el bajón, de todas esas formas, y más, designa el gran compositor oriental Leo Masliah a esa dolorosa sensación que podemos llamar el sinsentido de la vida. Sinsentido que deviene del ejercicio de la vida, sin más. Es nuestro trabajo y misión trascendente huir de él y esconderse donde no nos encuentre. El sufrimiento puede presentarse en su grado mínimo que es el aburrimiento, mientras que en su máxima expresión se la conoce como depresión, ese dolor casi físico que provoca el pesar continuado. Las personas buscan múltiples modos de disparar del sufrimiento, puede ser el alcohol, que no sólo nos suspende el sufrimiento sino que además nos insufla euforia. Pero rara vez encontramos la medida justa de su consumo de modo que, cuando nos excedemos, vuelve el sufrimiento pero aumentado. Y el vómito. Y la salud física se resiente. Tinelli puede ser otra vía de escape al abatimiento pero ocurre que cuando se repite ya no lo disfrutamos, es apenas una anestesia que dura hasta que nos damos cuenta de que no nos sirve más, que no tiene sentido la pelea entre Ayelén Paleo y Carmen Barbieri. Que Santiago Bal es un ser humano que se enamoró de la juventud más que de la joven. Algunos tienen la música. Grande es el placer que nos procura y además nos aleja del dolor existencial con medios legítimos. Pero no son tantos los que tienen un oído tan sensible que les permita gozar de ella en una forma que embriague y suspenda la razón. No me refiero a las canciones del guatemalteco Arjona cuyo disfrute es apenas superficial, pasajero, tenue. Hay otras músicas que, además del goce, nos insuflan un sedimento perdurable de crecimiento mental, de elevación en el nivel de la conciencia. No diré que nos cambia la vida, o sí lo diré, como le ocurrió al gran escritor sudafricano y Premio Nobel J.M. Coetzee, cuando escuchó El clave bien temperado de Bach (para clavicémbalo), que tuvo su momento epifánico. Sí puedo afirmar que algo nos pasa. Algo nos cambia. La lectura de libros también es una buena solución pero la atención del hombre moderno desde hace tiempo que se ve obliterada por una multiplicidad de mecanismos que el mismo ha venido inventando. La computadora mata el libro, la play mata la computadora, tijera corta papel. El amor es otro de los genuinos reservorios de dicha que nos sustrae del sinsentido de la vida y nos amplía los horizontes, nos cambia, nos hace mejores. Es quizás el principal motor que mueve nuestra energía en orden al escape de la nada existencial. Se sabe que existen dos clases de amor: el platónico y el sexual. El amor adolescente combina en justas proporciones a ambos. Cuando una pareja veinteañera pasea tomada de la mano por el Rosedal el joven disfruta del amor platónico mientras piensa en el amor sexual que vendrá como consecuencia inevitable del anterior. Las mujeres, en cambio, son capaces de prescindir de esos pensamientos lascivos y disfrutar a tutiplén del momento. En cualquiera de los dos casos notemos que allí no hay lugar para el vacío, el aburrimiento, la nada , en fin, la eterna pregunta sobre para qué estamos en el planeta. Ahora bien…
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