viernes, marzo 30, 2012

ANUNCIO CERCENADO POR RAZONES DE DECORO


Mañana me voy a Necochea. Esta noche prepararé el bolso y consensuaré con mi mujer qué llevar y qué no (¡no podés llevar esas cascarrias!). Mañana me levantaré de madrugada, me ducharé con los minutos contados y beberé un café que habrá de quemar mis entrañas. Me voy a Necochea con mis amigos a jugar al fútbol. Y a ejecutar actos reñidos con la vida en matrimonio. Como ser: después de bañarse, dejar el baño hecho una inmundicia. Será unico y exclusivo método de secado tirar, como al desgaire, un toallón sobre el piso. Otras acciones: reír como un marrano aun de lo que no es tan gracioso, beber como un soldado ruso de la época que tan maravillosamente describió Leon Tolstoi en Guerra y Paz: comer como un tragaldabas (término encantador que suele usar mi amada esposa por herencia de su madre), engullir todo lo salado sin miedo a la hipertensión, cantar enarbolando el vaso o la copa (estilo tómese otra copa, otra copa de vino, ya se la tomó…), comer doble y triple postre, hacer un trencito alrededor de las mesas del restaurant y cantar canciones de los decadentes (los auténticos y nosotros), dejar el dormitorio hecho un asco, con una silla que hará las veces de ropero, acostarse con la cama hecha un bollo informe y




Foto: póster conmemorativo de la gira 2010.

miércoles, marzo 21, 2012


FÚTBOL PARA TODOS

En el inicio oficial de la temporada futbolística dominical en cancha grande de nuestra querida asociación de fomento nos hemos encontrado con una situación enojosa que puede prestarse a rencillas. Ocurre que se están presentando a jugar entre 30 y 40 hombres. De tal forma que los partidos son de quince contra quince, quince contra dieciséis, dieciséis contra catorce, etc. Esto último (16 vs 14) se subsana simplemente pasando a uno del equipo con más jugadores al que tiene menos. La polémica dentro de nuestra comunidad futbolera surgió en menos que Fito Páez canta un gallo. Están los que sostienen la postura de que jueguen todos, sea la cantidad que sea y, en el oto extremo. aquellos que buscan implementar algún sistema para que los partidos sean de once contra once como lo establece bastante claramente el reglamento de la International Board. Yo me encuentro enrolado en la primera de las posiciones, que he llamado Fútbol para todos, siguiendo en un todo los lineamentos de la sintonía gubernamental, es decir, que jueguen todos sin limitación de número, color de piel o religión. Es cierto que con este método el campo de juego se llena y es así como es dable observar a defensas de seis jugadores, mediocampos más poblados que Shangai y delanteras con cinco delanteros como en la época de Onega, Pando, Artime, Delem y Roberto. Pasame una Carilina tisú, gracias. Se da la situación de que a muchos de mis compañeros no los conozco y me siento en la obligación de presentarme en pleno partido, por exigencias de educación y roce social:
-Hola, soy Julio, mucho gusto.
-Hola, Teodoro, encantado.
-¿De qué jugas?
-De peón de brega.
- Ok.
-¿Siempre venís a este boliche?
-…
Y así. La otra opción, que podríamos llamar numerus clausus o número limitado de futbolistas, surge de una selección de players en estricto orden de llegada. Esto puede traer aparejada la injusta exclusión de algunos referentes, o miembros fundadores del grupo, que por alguna razón (borrachera nocturna, amor matinal) llegaron tarde. Estas personas no merecen quedar afuera en ningún caso. Imaginemos a quien es una verdadera institución (no vaciada) de nuestro grupo, como lo es Lolo (73 años): Lolo llega tarde, caminando lento, con su pantaloncito brilloso de Boca del 71. Saluda a todos: “¿qué hacen, manga de troncos de mierda?” Contestadme: ¿Podemos dejarlo afuera? ¿Podemos ser tan insensibles? ¿Tienen hijos esos que lo quieren dejar haciendo banco? ¿Odian el perfume, odian el color? Yo, al que intente dejar a fuera a Lolo, lo boxeo. Por otra parte, La ideología de que jueguen todos sin excepción, a poco que pasen los minutos del match, se volverá una cuestión abstracta porque los muchachos se lesionan y salen rengueando del field. Así se alivia bastante el flujo jugadoril; que un tironcillo por acá, que un desgarro por allá, que una trombosis leve por acullá. De tal forma que, lo que al principio fue una congregación de treinta y pico de personas con alta presión, terminan siendo, ya en el ocaso de la brega, un número más razonable. Y los que corren de verdad no llegan a tres. Los demás que se quedan no pueden ni quieren correr más. Sólo sueñan con una Quilmes bien helada. Y traeme unos manises y unos quesitos.
-Se dice maníes, bestia.
-Ok. Traeme unos maníes, bestia.

lunes, marzo 19, 2012


EL SEÑOR CÓCARO, LAS ISLAS MALDIVAS, SINCRONICIDAD, ETCÉTERA.
Tiempo atrás, digamos hace doscientos cuarenta meses, vendí la casa de un señor que era escritor, crítico, poeta, autor de tangos, y periodista de la sección cultural del diario La Nación, señor Nicolás Cócaro. Cuando terminó la mudanza de su ahora ex residencia, el caballero me entregó la llave del inmueble para que se la traspasara al comprador. Días después el expropietario me solicitó que concurriera a su anterior hogar para buscar alguna boleta por servicios o tasa municipal cuyo pago le correspondiese. Cuando entré en la casa vacía, que todavía no habían ocupado los nuevos dueños, hallé desnudas las numerosas bibliotecas que revestían la sala, a excepción de unos cuantos libros, supuestamente olvidados, que dormían en rincones o que directamente estaban esparcidos o apilados sobre el piso alfombrado. Telefoneé al escritor para informarlo sobre mi hallazgo y me dijo que no los había olvidado, que simplemente los había desechado y que si era de mi gusto podía llevármelos. Eran más de cien. Sin pensarlo dos veces los junté con babosa fruición y me los llevé a mi casa. Cuando llegué, comencé a analizar el contenido de ese supuesto tesoro. Encontré que había alguna que otra basura como uno que contenía el argumento de una película de Travolta. Bien pronto deduje que los libros abandonados le habían sido entregados como cortesía de las editoriales por su condición de trabajador del prestigioso diario. A medida que fui clasificando los textos encontré también obras de gran valor como uno titulado Aquel domingo del recientemente fallecido autor español Jorge Semprún. Una vez que lo leí me extrañó que el escritor y poeta Cócaro no quisiera conservar tan alto fruto del intelecto. Luego deduje que el hombre había descartado a Semprún, que pasó varios años privado de su libertad en los campos de concentración de la Alemania nazi, por su condición de comunista. Esa ideología, el comunismo, no era del agrado del diario fundado por don Bartolomé Mitre y quizás por eso, ese libro importante pasó a engrosar la biblioteca de un poligriyo como este que teclea. Yo ya tenía algunos libros escritos por la propia pluma de Cócaro, que primero pertenecieron a la biblioteca de mi madre, que supo ser su amiga cultural. Entre ellos se encuentra uno que tiene un título brillante: El tigre salta hacia la luz. No cabe duda que es un gran título. Hay escritores que tienen la virtud de alumbrar excelentes títulos para sus obras. Después si es una porquería es otro asunto pero El tigre salta hacia la luz me pareció destacable. Era un libro de poesía. Mal comienzo. No me gusta la poesía. Por las dudas intenté leer un poema a ver si se dejaba. Por allí encontré una frase que decía “mientras se juntan los ardorosos cuerpos…” Lo dejé. Otro título que fue destacado como apreciable, aunque el contenido no lo fuera tanto, fue Mañana digo basta de Silvina Bullrich. César Aira escribe excelentes obras y les pone títulos sencillos y poco imaginativos: El sueño, El tilo, La conversación. Se conoce que no le interesan o se sabe tan superior que ni se gasta en imaginar títulos con gancho o lirismo. Aunque también tiene títulos extraordinarios como La guerra de los gimnasios. Cierta vez escribí una novela y estaba inseguro con respecto al título a colocarle, problema que se solucionó gracias a un fenómeno que se conoce como sincronicidad, término que inventó un psicólogo suizo llamado Carl Gustav Jung y que él mismo define como la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido pero de manera acausal, cuyo contenido significativo sea igual o similar. Lo que a mí me ocurrió no sé si entra dentro de esa categoría pero me gustaría que así fuese porque suena sofisticado. Meditaba si ponerle el título Las Maldivas son argelinas a mi novela, ya en proceso de corrección. pero no estaba muy convencido. Entonces salí a caminar para disipar la mente y ventilar el caletre cuando veo pasar por la vereda de enfrente a aquella en la que yo me encontraba a un muchacho de no más de 23 años y algunos meses, con una remera que decía en su frente “Maldives”, en letras grandes, y abajo alguna otra frase que mi vista diezmada no alcanzó a distinguir. Ese fenómeno de sincronicidad, erróneamente denominado casualidad, fue lo que me decidió a titular mi novela Las Maldivas son argelinas. Sting, en su bonita canción Synchronicity 1 dice que “con un soplo, con un fluir conocerás la sincronicidad” Y eso fue ni más ni menos lo que sentí al ver la remera del muchacho con la palabra “Maldives” estampada en su pecho. Ahora bien ¿es eso una simple casualidad o, como sostiene Jung, una ley universal cuyo fin no es otro que el de orientarnos hacia un crecimiento evolutivo de la conciencia? Yo no lo sé. De cualquier forma a mí me proporcionó la convicción definitiva para el título de mi novela y me predispuso para esperar confiado y paciente la fama y la fortuna. Sigo esperando. Cualquier cosa avísenme.

martes, marzo 13, 2012


BUENOS, RATAS Y LADRONES
En todo grupo humano que comparte determinada actividad (por ejemplo un deporte aficionado) hay un 65 % de personas buenas, un 15 % de ratas y un 15 % de ladrones.
Qué se puede decir de los buenos. Que son macanudos y que te puedes entregar a su amistad y camaradería con la tranquilidad que da saber que de él no provendrá ninguna puñalada trapera.
Quedan las ratas y los ladrones, de los que siempre hay que estar alertas.
Dentro de la especie roedora están los que deben dinero de los viajes que hace el grupo para competir contra otros equipos. En su momento alguien los ayudó que no quedaran afuera de la gira pero nunca devolvieron lo prestado. Esas ratas quizás tienen la creencia de que las deudas se consideran pagadas por el paso del tiempo, tan sólo porque el acreedor no las ha reclamado. O no las ha reclamado lo suficiente.
Hay ratas de dimensiones más modestas como los que se enojan cuando, en los restaurantes de los pueblos adonde el grupo va a competir, protestan porque alguno de los comensales pidió una botella de vino “caro” cuando él sólo bebió un naranjín. Esta especie de rata sostiene que lo justo es que él pague menos y que no se divida la cuenta en partes iguales.
Pero, paralelamente, está el rata que pide un vino “caro” a sabiendas que, al dividirse la cuenta en partes iguales, el costo de su consumo se reducirá. Atención con esto porque también está el desavisado, o distraído, que pidió vino “caro” simplemente porque le gusta, sin ninguna especulación y sin pensar en las posibles miserabilidades del vecino. Este tomador de vino “caro” definitivamente no entra en la categoría de rata aunque su conducta objetiva (pedir vino “caro”) sea la misma que la del roedor anteriormente descrito.
Están las ratas menores que en los bares, cuando algunos se juntan para consumir café o picada con cervecita, nunca pagan su parte.
Están las ratas que, habiendo sido encargados, o habiéndose ofrecido ellos mismos, de la compra de bebidas y alimentos para una comida del grupo, por ejemplo, veinte quilos de merluza, declaran que su costo fue de $ 500, cuando en realidad gastaron $ 400 y se quedan con la diferencia.
Hay ratas que hablan mal de otras personas a sus espaldas. Pero las hay que envían por mail a todos los miembros del equipo una catarata de ofensas a uno de los integrantes. Pero a éste, al injuriado, previamente, lo quitó de la lista de contactos para que nunca llegue a su conocimiento la comunicación agraviante. Esta conducta es propia de ratas y además cobardes.
Están los ladrones que roban zapatillas, camperas de jogging o buzos del compañero en el vestuario mientras el dueño de la prenda se está bañando. También saben llevarse artículos del banco de suplentes cuando el propietario ya saltó a la cancha. Estos chorros pueden hurtar esas prendas para sí o para sus hijos.
Están los que se llevan objetos de los hoteles.
Y los ladronzuelos que se apropian de bebidas que quedaron sin consumir después de las fiestas y los asados del grupo.

viernes, marzo 09, 2012


VIAJAR CON OTROS

¡Cuidado! Si decides emprender un viaje junto con tu esposa y otra pareja al destino que decidas tú o los otros, deberás estudiar, analizar, escrutar, indagar. Y nunca desechar aquellos indicios o sospechas de problemas futuros. No concibo que en las reuniones previas al paseo o expedición, donde se planifican los aspectos instrumentales del viaje, la que resultará a la postre la pareja damnificada, no plantee sus costumbres, sus reservas, sus anhelos, sus fobias. En fin, todo aquello que puede suponer un sufrimiento injusto en el devenir de la inminente excursión. El hombre de nuestra historia verídica, que integraba la pareja que llamaremos de los buenos, tenía un serio problema de vértigo. Pero, quizás por discreción, no lo planteó en su debido momento. Ese momento tiene que ser alguno de esos encuentros sabatinos de pizza y cerveza donde todo es confraternidad y se palpita con excitación la futura salida. Es muy factible que nuestro hombre bueno -a quien en el futuro también llamaremos Goodman para evitar reiteraciones- haya ocultado su trastorno para no quedar como un melindroso al que todo lo molesta.

-Pero que diga que sufre vértigo no significa que sea un melindroso al que todo le molesta. El vértigo es una patología.
-Está bien, será una patología pero es agregar un elemento de negatividad cuando todo es alegría y camaradería.
-Ma si, morite.

Cuando se trata de dos parejas el elemento masculino de una de ellas suele ser el que marca el derrotero, el que fija la agenda y determina toda la actividad supletoria. Para esa persona, que por la fuerza de su personalidad avasalladora, se erige tácitamente en jefe del grupo, lo que le gusta le debe gustar a los otros, lo que odia será odioso para todos. Lo que está fuera de sus costumbres o preferencias integrará la lista negra de los demás. Lo justo es que estos temas, insisto, sean planteados en las reuniones previas. Eso sería curarse en salud, como quien dice. En el caso que nos ocupa hubiera sido mejor que este hombre avasallador, el sábado en que se reunieron a comer una calabresa grande, faltando dos semanas para el viaje, mencionara:
A) Que no le gustaba que otro manejara su auto
B) Que odiaba ir a las confiterías a tomar café o té
C) Que no soportaba las ferias artesanales y por eso prohibía las visitas a los artesanatos
D) Que no toleraba que contradijeran sus designios en general, lo que de alguna manera subsume en D a A, B y C.
Por su parte, si Goodman hubiese tenido la suficiente fuerza moral, objetaría:
-Perdoname pero no estoy de acuerdo. A mi señora le encanta ir a las casas de té a tomar el té con torta tradicional del lugar.
No tengamos miedo si de allí salta el pus y la podredumbre. Mejor que sea en ese momento y no después, en el medio del viaje, donde ya no es posible dar vuelta atrás porque está paga la estadía en el hotel.
Si alguno de estos remilgos hubiese sido adelantado por el hinchapelotas en alguna de las veladas preparatorias, la pareja damnificada hubiese podido cancelar el proyecto o, en caso de cortedad de carácter, prepararse para lo peor. Pero sigamos con esta triste historia:
A poco de llegar a Bariloche, el jefe de facto, “sugirió” ir, previo a cualquier otra actividad, de visita a lo de su hermana que vivía en la ciudad sureña. El hombre bueno dijo que mejor que no, que fueran ellos que, a su vez él y su mujer, irían a recorrer un poco la ciudad.
-Pero tómense el tiempo que necesiten, no hay problema –agregó-.
¡¡¡PARA QUÉ!!!
El hombre que quería visitar a su hermana reprochó al otro su mala predisposición y falta de compañerismo. Y lo castigó con medio día de cara de culo y silencio funesto antes de decirle:
-No te cuesta nada, che, qué pescado antisocial. Apenas llegamos y ya se quieren cortar solos.
Cierta mañana las dos parejas ascendían en el auto por una montaña escarpada a través de un sendero angosto y con la vista del precipicio en primer plano. Nuestro hombre, Goodman, no pudo seguir callando y confesó lo suyo (el vértigo) pero en un tono amable, simpático, intentando ocultar el canguelo que blanqueaba su rostro pálido. Casi en tono jocoso se diría:
-Yo, cuando subimos por estas cuestas siempre me imagino que después de una curva va a aparecer un auto y nos hacemos mierda, ja, ja, ja…
¡¡¡PARA QUÉ!!!
El hombre malo se enardeció y le replicó de esta guisa:
-¡Ah bueno! Ahora resulta que yo soy un tronco manejando. La verdad que tu mala onda me mata. Haber sabido que pensabas eso de mí capacidad conductiva hubiéramos repensado toda la cosa…
Y castigó al bueno mandándolo al asiento de atrás. Estuvo una hora sin hablarle.
No quiero extenderme en los disgustos inenarrables que sufrió la pareja buena durante la gira. Solo vaya esta última anécdota penosa: a dos días del regreso, el jefe propuso que en la última jornada cada pareja tuviese libre para poder hacer lo que quisiera y comprar los regalitos, que siempre cuestan un ojo de la cara aunque sean una hoja seca de algún arbusto autóctono. La mujer de la pareja buena mencionó que aprovecharía para comprar cerezas porque a sus hijos les gustaban mucho. El jefe malo (¿hay jefes buenos?) replicó que ellos también querían comprar cerezas, que mejor que lo dejaran para mañana, el día del regreso, así iban juntos a la cerecería, una vez que salieran del hotel y antes de emprender el camino de vuelta. Los buenos estuvieron de acuerdo. Al otro día, luego de cumplimentar los trámites de egreso del hospedaje, los cuatro se subieron al coche del jefe que puso primera -pisando embrague y acelerador- y buscó la ruta a buena velocidad. Los buenos temían decir algo inconveniente porque a esas alturas los nervios de la bestia estaban muy deteriorados. Bah, que se calentaba por cualquier cosa. Pero pasada una buena cantidad de quilómetros, cuando todas las cerecerías, habían quedado atrás, y sólo el desierto enmarcaba la marcha del automóvil, la mujer buena dijo en un hilillo de voz desesperanzado:
-Acordate que tenemos que comprar las cerezas.
-Ah, no. Con la gorda ya las compramos ayer.
Y recién paró trescientos quilómetros más adelante para cargar nafta.
Dijo el gran escritor norteamericano Mark Twain (1835-1910): He descubierto que no hay forma más segura de saber si amas u odias a alguien que hacer un viaje con él.

lunes, marzo 05, 2012


TORNEO DE PRIMERA DIVISIÓN CRUCERO A.R.A. GRAL. BELGRANO - COPA BURRITO RIVERO.
LO QUE DEJÓ LA FECHA (de) CUARTA
Independiente se quedó sin técnico porque renunció Ramón Diaz. Lo reemplaza Cristian Díaz. Pasan los Díaz y el equipo no mejora. Ültimo sin puntos.
San Lorenzo perdió con Boca (2 a 0) El problema es que el cuervo tiene un delantero malo que se llama Bueno, juega con un 9 mentiroso que se llama Méndez, su arquero no es malo pero es tibio y se sabe que el champagne tibio es asqueroso. El técnico dice que para salir de la zona de descenso necesita hombres y él se llama Carol. Demasiadas contradicciones. No los salva ni el Bambino en las regaderas.
El fútbol para todos ha contratado a mujeres para participar en las transmisiones televisivas, en rubros tales como “Campo de juego” y “Comentarios”. La siguiente reflexión no pretende ser machista pero cuando veo fútbol por tevé aspiro a no escuchar la voz de ninguna mujer, excepto que sean frases escuetas del tipo: Julito, ya te llevo la picadita; Julito, te traje una Quilmes bien helada; Julito, me voy. Ya te pedí la pizza. Todo otro comentario está de Pinino más. Ahora bien, si la chica que está en “campo de juego” afirma, cuando escucha a la hinchada del rojo gritar ¡Olé, olé, olé, olé, Uoo, Uoo!” que están cantando ¡Russo, Russo!, uno no puede menos que indignarse y pedirle al televisor que vaya a higienizar la vajilla. Lo que la hinchada de Independiente clamaba, señorita, era ¡Tuzzio, Tuzzio! Fue cuando el equipo perdía por 3 a 1 y faltaba medio minuto para terminar el partido. El examigo de Ameli se arrojó al suelo, cerca de un banderín, y le quitó “heroicamente” la pelota a un rival. Gesto demagógico y calculador para salvarse de los insultos. Era Tuzzio, Angelita. Esta chica que “hacía” “campo de juego” se llama Angela Lerena. Ella fue quien se mandó esa pifia que no es tan grosera cuanto típicamente femenina. Pero, ojo, no me anima nada personal contra Angelita, que además es preciosa y me cae muy bien desde que la echaron de T y C Sports por criticar a don Julio (Grondona), en la época en que don Julio (Grondona) y T y C Sports se llevaban de maravilla. La única mujer entre tantos boludones que se animó a criticar al del anillo mientras los otros periodistas, todos supuestos machitos, se quedaban callados para no perder su conchabo.
resumen de noticiasviajes y turismo
contador web