sábado, mayo 30, 2009

UN DIA EN EL MAR

Preferiría estar ahora en una ciudad con salida al mar. No me importaría que lloviese e hiciese frío pues me abrigaría de acuerdo a las normas de uso y, si me congelara, eso resultaría testimonio de que estaría vivo y así bien podría gritar, aprovechándome de la soledad arenosa: Puta qué lindo que es estar vivo, parafraseando a Héctor Alterio en esa película protagonizada por un actor de voz finita, aunque no tanto como la de Buonanotte. Caminaría con las manos dentro de los bolsillos sobre la arena mojada y me aproximaría a los límites del océano bordado de encaje blanco en toda su superficie hasta el horizonte, por efecto de las mareas. Es muy posible que una mujer paseara a su perro impaciente cubierta su dulce cabecita (la de la mujer) con una caperuza y yo permanecería de brazos cruzados como abrazándome para darme calor mientras pateo una lata sin marca decolorada por la erosión que provoca la sal y otros elementos, pero no me perdería detalle del sonido imperativo de las olas que me recordaría el comienzo de Un perro salado, la inolvidable canción de Procol Harum, aunque sin las gaviotas. Con el extremo norte de mi calzado escribiría sobre la arena el nombre de mi amada, que negaría de inmediato la ola invasora, borrando con el codo lo que yo anotase con mi puntera reforzada. En fin, que mil veces preferiría estar allí y no aquí, aun con este caloventor.

viernes, mayo 22, 2009



JUANA E ISABEL


Hace poco leí un libro de Guillermo Cabrera Infante, gran escritor cubano fallecido en 2005. La obra se llama La Habana para un infante difunto y es una divertida memoria de su juventud en la Cuba anterior a la llegada de Fidel Castro y sus muchachos comunistas. Se basa principalmente en sus primeras experiencias amorosas en tiempos de trabajos precarios y dinero escaso. Cuando llegó la revolución de los gorritas verdes, Guillermo vivió un tiempo en la isla hasta que se peleó con el régimen y se exilió. Terminó residiendo en Inglaterra donde trabajó como guionista y escribió en 1968 una película llamada Wonderwall, que aquí se tradujo como El maravilloso agujerito. La banda sonora del filme pertenece a George Harrison y esa música constituyó el primer trabajo discográfico del beatle sin la compañía de sus socios, Paul, John y Ringo. Quién hubiera dicho que ese cubanito humilde, que había vivido en una Habana miserable pero capitalista, más pobre que la propia Habana castrista, habitante de desvencijados edificios, con un solo baño para varias familias, apenas doce años después se codearía con la glamorosa aristocracia del swinging London gracias a ese fallido filme que no se salvó ni siquiera con la bella música de George y la no menos bella presencia de la actriz inglesa Jane Birkin (foto). Cabrera Infante nunca guardó buenos recuerdos de la película y yo estoy de acuerdo con que no lo hiciera porque era una verdadera porquería, excepto por George y la sorprendente flaca Jane. A mí el cine, en general, me produce dolor de cabeza y esta cinta no ayudó a que se me quitara. Cuando me atacan las jaquecas debo permanecer en mi butaca con los ojos cerrados para aliviar, aunque sea en mínima parte, las horribles punzadas que horadan mi mollera. Pero con El maravilloso agujerito no podía evitar abrirlos cuando aparecía Juanita dentro la pantalla plateada, casi siempre en pelota viva. Algún desubicado podría objetarme que la hermosa británica tenía pocas tetas. No niego que pueda ser así pero en los contados momentos (365) en que me atacaba alguna crisis de abstinencia tetal, la solución estaba al alcance de la mano: correr al cine de mi barrio y verme una de Isabel Sarli. Desnuda en la arena resultaba muy a propósito para tales fines. Eso sí, la música no era de George Harrison sino de Luis Alberto del Paraná.

miércoles, mayo 20, 2009

MI AMIGO A NUEVA YORK




Un amigo, que fue compañero de trabajo hace algún tiempo, Zuloaga, me telefoneó para contarme que viajaba a Nueva York (Estados Unidos de Norteamérica). Me alegré sinceramente y así se lo hice saber:
-¡Cuánto me alegro!
-Bueno, por lo menos hay alguien que se alegra.
-¿Quién no se alegró?
-¿De qué?
-De tu viaje.
-Ah. El jefe.
Zuloaga se refiere al dueño de la inmobiliaria donde alguna vez trabajamos codo a codo y éramos mucho más que dos, como dijo don Mario. Hace poco me marché para siempre de aquella oficina de bienes raíces y pasé a otra cuya propietaria es una buena amiga que está vendiendo casas y pisos en España (Europa)
-¿Qué te dijo el jefe? –le pregunté a Zuloaga-.
-¿De qué?
-Me dijiste que el jefe no se alegró de tu viaje.
-Ah, sí. Me dijo que no era momento para viajar, que la situación económica está muy difícil y que ahora es cuando se necesita más compromiso y responsabilidad.
-Bah, no le des bola. A mí también me decía algo parecido cada vez que me iba de vacaciones.
-Adónde
-Adonde fuese. Ahora me acuerdo que una vez yo también viajé a Nueva York.
-¿Y te dijo que ahora es cuando se necesita más compromiso y responsabilidad?
-No. Me felicitó. Justo lo agarré en un buen día. Es lo que tiene el jefe. Es muy ciclotímico.
-No sé. Hay días que sí y días que no.
-El día que le avisé que me iba estaba en la oficina la señora.
-¿De quién?
-Del jefe.
-¿En Nueva York?
-No. Cuando le avisé al jefe que viajaba a Nueva York estaba justo la esposa. Me dijo que Nueva York era una cagada en invierno. Que se llenaba de nieve. Pero no le des bola al jefe, haceme caso. Siempre te carga de culpas para que te vayas hecho mierda.
-Yo no me voy hecho mierda.
-Ah, tanto mejor.
-¿Tanto mejor qué?

Corto acá porque sé que es difícil seguirnos
¿A quiénes?



jueves, mayo 14, 2009


FUTBOL Y DICTADURA

Ayer he visto pasar a José. José era un arquero que jugaba conmigo en la cancha que sabía estar frente al Colegio Militar. Como golero José era bastante deficiente, carecía de reflejos, su dominio del área era nulo y además era flojo de piernas. Pero llevaba un buzo acolchado en hombros y codos, además de guantes con tiritas de goma pegadas en los dedos, lo que lo cualificaba sin más trámites para el exigente puesto. Pero aquel que tenía la mala suerte de ser asignado como su compañero luego del pan y el queso sabía que ese domingo retornaría a su casa perdidoso (el extraordinario relator José María Muñoz decía perdidoso, no perdedor). Todo por las chambonadas de José. Qué arquero malo, José. Las autoridades del regimiento militar se consideraban dueños de ese predio donde jugábamos cada domingo, aun los de lluvia. Los melicos, en tiempos de gobiernos con sistema de tres poderes (ejército, armada y aeronáutica), suelen considerarse los dueños de los bienes del Estado cuando cualquier chitrulo sabe que las tierras fiscales pertenecen al dominio público pero no son de propiedad de los hombres verdes, azules o negros (o blancos si están de fiesta). Con todo, al principio toleraban que nuestro grupo de muchachones jugara en el terreno frente al instituto castrense. Después de marzo de 1976 no admitieron más los insultos ni los gritos destemplados, de tal forma que, cada vez que un jugador puteaba a otro, o se puteaba a sí mismo por su propia inoperancia, la superioridad mandaba a uno de los conscriptos de guardia para que nos expulsara a todos. Cuando ello ocurría, el colimba se calzaba el arma al hombro, cruzaba la avenida Matienzo, ingresaba al campo de juego en plena disputa de la brega y con buenas maneras nos pedía que levantáramos todo (incluso los postes) y nos marcháramos. Por la expresión de su rostro sabíamos que el pobre soldadito hubiese preferido formar parte de nuestra caterva y no estar adentro de esas ropas verdes de combate un domingo a la mañana cuando hace frío y corre Reutemann. Entonces cada vez que alguien lanzaba un improperio, un reproche, o un andá a la concha de tu m..., y era escuchado en el destacamento, el pobre miliquito clase cincuenta y pico cruzaba la avenida a paso vivo y nos echaba. La decisión posiblemente provendría del jefe de guardia que no soportaba ver a esos civilachos corriendo detrás de una pelota embarrada mientras ellos trabajaban por el engrandecimiento de la patria y la defensa de su soberanía ante los ataques embozados de la subversión apátrida. Quizás el propio jefe de la unidad militar sospechaba que, disimulado bajo la práctica de una inocente actividad deportiva, nuestro grupo estaba realizando tareas de inteligencia para un futuro copamiento de la unidad. Para los valientes como yo y la mayoría del pueblo argentino, los carteles vecinos a los regimientos, que advertían que si uno estacionaba o se detenía, el centinela abriría fuego, era suficiente para disuadirnos. Al siguiente domingo, antes del partido, nos juramentábamos no maldecir, agraviar, escarnecer, imprecar, vituperar o, por lo menos, no hacerlo de viva voz. Si algún pase salía mal, a lo sumo bisbiseábamos un ¡mecachis! Cuando un adversario nos pegaba una patada, nos levantábamos, nos sacudíamos el polvo y le acercábamos nuestra boca a su oído para susurrarle: hijo de una gran puta, en la próxima te parto. Alguna vez tuvimos la temeraria iniciativa de intentar un ejercicio de desobediencia civil, esto es, asegurarle al recluta que ya nos vamos, flaco y cuando se retiraba, continuar el partido con un bote a tierra. Entonces el mismo conscripto, al regresar a la guardia, era interpelado por el suboficial (¿no ve, tagarna de mierda, que siguen jugando?) y volvía al potrero, siempre en ejercicio de la obediencia debida, no ya solo, sino acompañado de uno o dos camaradas de armas, cada uno con su falo (fusil automático liviano obsoleto) en ristre y nos pedía, ahora con un tono un pelín más perentorio, que nos rajáramos de la cancha antes de que viniera el propio zumbo, mal predispuesto por haber interrumpido su mateada. Entonces sí, fenecida nuestra inane rebeldía, recogíamos nuestros bolsos, nuestros postes y nos trasladábamos a un potrero subsidiario ubicado a unas pocas cuadras del anterior pero, qué paradójico, también estaba a la vera de un regimiento militar, esta vez de la fuerza aérea. En esta locación, por fortuna, el puesto de guardia estaba más lejos por lo que podíamos jugar, blasfemar, insultarnos y matarnos a patadas con toda serenidad que los militares no podían escucharnos.
Al cabo de un tiempo y desoyendo los consejos del gran Viglietti de a desalambrar, a desalambrar, que la tierra es nuestra, tuya y de aquel, de Pedro, María, de Juan y José, ambas unidades castrenses alambraron los campos y nunca más pudimos jugar al fútbol. Ni Pedro, María, ni Juan ni José. Qué arquero malo, José.

sábado, mayo 09, 2009

DESAYUNO EN AMERICA (del sur)




Me levanté minutos antes de las ocho con el cuerpo dudoso entre levantarse o seguir adherido a las sábanas luego de una noche de carne asada a la brasa (que sirvió Radrágaz) y vino tinto. La ventaja de dormir sin tu esposa en un hotel es que podés dejar el baño hecho una inmundicia que nadie nunca te lo va a reprochar. Una vez que inundes el toilette y acto seguido alfombres el piso con toallas mojadas vendrán discretamente las señoras de la limpieza y te lo dejarán reluciente como en una reclame de puloil. A veces, sin embargo, dejamos todo en razonable estado de pulcritud porque sentimos la presencia omnisciente de nuestra mujer como si fuera un Gran Hermano (de George Orwell, no de George Rial) que a la distancia nos conduce y nos dice en la oreja: no dejes el baño como un chiquero que no soy tu sirvienta. No fue por esto, de cualquier modo, que, cuando terminé el lavaje de mis partes pudendas, y de las otras, dejé el baño seis puntos. Ocurre que, como compartía la habitación con un compañero (juega de delantero neto), no quería que pensara que soy un roñoso. He tenido room-mates en otros viajes, que eran verdaderas señoritas y hasta viajaban con neceser. Cuando estos pisaverdes de pacotilla terminaban de ducharse el único testigo de que habían estado en el WC eran el vapor y los aromas de las cremas humectantes y los desodorongas. Todo quedaba impoluto como una patena, hasta el lavatorio carecía de esas antipáticas huellas que forman las gotitas sobre la porcelana, especialmente en la comarca en la que se localiza mi última morada donde el hache dos O egresa de los grifos con sarro en abundancia. El compañero que me tocó en esta emergencia, quizás más sincero y franco que aquel melindroso del neceser, parecía completamente independizado de los requerimientos de la comunidad organizada y no escuchaba ninguna vocecilla censora de su cónyuge ni de nadie a estar por cómo dejó nuestro doblevecé, que luego de su duchazo, quedó como el baño del hotel en el que Norman Bates achuró a la pobre Janet Leigh en Psicosis, inolvidable filme de Alfred Hitchcock de 1960. Una vez secado, cepillado, desodorizado, peinado y vestido bajé las escaleras desde el primer piso hasta lo que antes se llamaba vestíbulo y ahora le mentan lobby para pasar al buffet. Los muchachos del plantel ya desayunaban y caminaban ida y vuelta con sus platitos en ristre hacia la mesa de las exquisiteces con el fin de renovar las vituallas. Las autoridades del hotel San Miguel deberían proveer de fuentones para que cada quien pueda colocar de una sola vez todo lo que va a comer y no andar caminando tanto porque, a la larga, te cansás. Cómo hemos comido. amigos. ¿Es que acaso veníamos guardando ayuno? ¡No! ¿No mencioné que la noche anterior habíamos contribuído a reducir en medida considerable la riqueza ganadera de Necochea y aledaños? Que alguien me conteste cuándo, en su perra vida, desayuna tarta de frutilla con crema, sándwiches de jamón y queso, medialunas de grasa equis large, licuados, ¡bananas!. Ni siquiera jugo de naranja tomamos en nuestros humildes hogares, confesemos. Pero la vida de hotel es otra cosa. Hasta que podamos disfrutar nuevamente de un lugar tan debute como aquel tres estrellas de Necochea podrían llegar a transcurrir meses así que pasame un pedazo de pasta frola así hago sopitas en el yogur de maracatuqui.

miércoles, mayo 06, 2009





EL CAPITAN LOLO


Lolo. Nuestro capitán. Extraordinario delantero. El talento intacto. Cumplió los setenta (70) y no se lo contó a nadie. Cuando le reproché la omisión, que nos hizo perder la oportunidad, durante el asado mensual, de saborear una torta de cumpleaños que dijera “Lolo”, alegó: “No me gustan los dulces”. Un titán. Jugó en Necochea e hizo un surco por la banda derecha del ataque (parece que el tapón de uno de sus botines tenía un clavo sobresalido)

EL IZQUIERDISTA Y EL DERECHISTA



Más de quinientos quilómetros sobre una ruta posibilita un intercambio entre las personas que no necesariamente enriquece aunque sí puede divertir, entretener, e incluso aburrir, cuando no llevarte directamente al fastidio insoportable. No fue este el caso. Tuve la posibilidad de compartir el viaje hacia Necochea, en gira futbolística, con un muchacho derechista y otro izquierdista, el uno herrero, el otro artista plástico. El tema de Cuba fue el disparador ideológico para que el hombre de derechas afirmase que en la isla no existe la libertad y el izquierdista, disimulando su indignación, asegurase que la medicina en la patria de Fidel es la mejor del mundo, lo cual, para mí, era lo mismo que presenciar una discusión entre una persona que sostiene que las peras en almíbar son exquisitas y otro que replica que mucho mejor son los primeros discos de Led Zeppelin. Quiero decir que era una polémica vana porque se adentraba en senderos que se bifurcan, parafraseando a José Luis Borges. Bah, después de todo, yo viajaba con mis amigos, no con Feinman y Rosichner (cuando alguien no me cae lo escribo mal), no pretendamos un programa de Grondona, tampoco. La contrarréplica del herrero derechista no se hizo esperar: “lo de la medicina en Cuba no sé si es tan así. Un amigo mío, vos lo conocés, C., una vez estaba en Cuba y se rompió el tendón. Lo llevaron a un hospital cubano y no lo atendieron nada bien”. El artista plástico de izquierdas contraargumentó: “Mirá, ese C. es un pelotudo. Mirá que he conocido pelotudos...”.Yo por mi parte no me quise prender en este festival del pensamiento y le puse coto introduciendo un magazine dentro del mecanismo para reproducir música que está adosado al tablero de mi automóvil azul. En ese momento las partes litigantes suspendieron la partida, dejaron los trebejos de la controversia y se dedicaron a coincidir en el aprecio por la belleza. Yo llevaba en mis alforjas un material variado que abarcaba una amplia paleta armónica, susceptible de ser justipreciado tanto por izquierdistas como por derechistas. H.P. y C.G. prefirieron a Julio Sosa (el varón del tango) y la música los mantuvo callados mientras seguíamos el trazado de la cinta asfáltica en Balcarce, atravesando el sistema de Tandilia, que está formado por las sierras más antiguas del planeta.


lunes, mayo 04, 2009

NOTICIAS DE UN VIAJE A NECOCHEA CON UN EQUIPO DE VETERANOS-MAYORES-ADULTOS-SENIORS-CASI ANCIANOS PARA JUGAR AL FUTBOL CONTRA UN SIMILAR LOCAL

Muchas veces los planteles de fútbol, que deben jugar en La Paz, Bolivia, llegan a la ciudad poco antes de comenzar el match para atenuar los efectos malsanos de la altura. Quizás nosotros, me refiero al plantel de mi clubcito y yo, deberíamos haber arribado a Necochea minutos antes de jugar el partido y no después de haber pasado un día entero comiendo y bebiendo como recién excarcelados. Quizás allí estuviese una de las causales de nuestro desplazamiento pesado, lento, carente de reflejos y lucidez, de nuestros pases a los contrarios, de nuestra falta de aire, en fin, de nuestro apunamiento sobre la verde grama del hermosos club Del Valle (Necochea). Es cierto que algunos ya vinieron con unos quilitos de más pero prefiero destacar a los que, por el contrario, han completado un programa furibundo para bajar de peso, como el joven que vemos en la foto del antes (hace un año) y el después (hoy-día). Y ni que hablar de los lesionados ¡Qué enfermería!: H.P. tiene un desgarro en un gemelo (Gustavo), J.B. padece otro desgarro en su propio gemelo (Guillermo). Los gemelos Barros Schelotto. E.P. estaba descompuesto; a E.A. le bajó la presión; H.N. viene de sufrir la presencia de unas pequeñas bolsitas en las paredes del intestino; E.H. tiene una rodilla destrozada y un dolor de espaldas que le permite ensayar apenas algunos movimientos sencillos como pestañear y cosas así; J.P. tiene el tobillo lesionado; J. fue padre hace poco y eso lo hizo engordar; M.CH. fue padre hace más de veinte años pero sigue engordando; C.M. siempre dice que él viene a divertirse. Estamos orgullosos, eso sí, de tener un capitán con setenta años cumplidos que, a falta de brazalete, se ató una media en el brazo. Los necochenses también tienen sus propias glorias como un player que juega en alpargatas (la marca del calzado no es ni Nike ni Adidas, es "La sin bigotes"). El día anterior fuimos a la playa y cumplimos una sesión de entrenamiento que consistió básicamente en un fútbol-tenis complementado con otra disciplina que se denomina ir-a-buscar-la-pelota-al-mar-cada vez-que- fallamos, que fue lo que más nos cansó.
Fue nuestro lugar de concentración en Necochea el hotel San Miguel que cuenta entre sus empleados a una conserja la mar de bonita y simpática. Nunca olvidaré cuando le pedí la llave de mi habitación y ella me dijo: sí señor, aquí tiene. Ahora no recuerdo bien si me dijo aquí tiene o sírvase. Un encanto Andreíta. El hotel, además, es uno de los pocos que admiten perros, lo que en gran medida explica nuestra presencia allí.
La camaradería del grupo fue la habitual y ni siquiera se vio empañada con la temprana deserción de C.M. que regresó antes a Buenos Aires en desacuerdo con las decisiones de nuestro técnico, lo cual lo habilita para adjudicarse dos puntos extra en el campeonato de nerviosos.
















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