viernes, mayo 30, 2008

Lago Traful

SEGURIDAD VIAL

Es notorio cómo han proliferado en los últimos tiempos los productos para que las mujeres puedan ir de cuerpo. Qué paradoja. Ellas que se jactan de saber ponerle el cuerpo a los problemas. Pareciera que no sucede lo mismo cuando se trata de number two. Una señora de mi barrio fue una bellísima niña hace treinta años y participó en esa época de una publicidad televisiva de un yogur. Estaba divina con sus trencitas y su carita de ángel. Hoy, esta vecina es una mujer agradable pero antipática. Está comprobado que la antipatía resta de dos a dos puntos y medio a la belleza femenina, de manera que esta dama cuarentona, que por la armonía de sus líneas faciales bien podría tener un ocho, en razón de su antipatía apenas rescata un cinco y medio. Cinco y medio es puntaje de mujer del montón. Treinta años después del famoso spot del yogur, esta amarga señora se presentó a diversos cástings acaso como para revivir en la fama efímera de los reclames televisivos su lindura, hoy menguada por su lamentable acritud. Por fin consiguió una participación en una de esas publicidades donde las mujeres, de mentiritas, emiten un testimonio sobre determinado producto. Fue casualmente de un yogur, como en el 78, pero en este caso de un yogur laxante, de esos que prometen que las mujeres, después de bajarse un frasco, podrán concurrir al baño con la revista Caras y no tendrán tiempo ni para leer el sumario gracias a la eficacia de la cuajada. Está claro que los publicitarios aprovecharon esa cara de disgusto que tenía esta mujer -como la tienen todas las antipáticas- y que resultaba muy a propósito para denunciar su propio “tránsito lento”, como se llama eufemísticamente a no poder cagar. No está mal usar la metáfora vial para evitar una manifestación tan cruda como la del párrafo anterior, que queda tan feo, pero por lo menos sean precisos y no hablen de tránsito lento cuando se trata lisa y llanamente de atascamiento de tránsito, de la autopista del sur de J. Cortázar, de un embotellamiento, en fin, causado por un piquete como los de Quebracho. Otra que tránsito lento.

miércoles, mayo 28, 2008



LE DECIAN LUZBEL PORQUE TENÍA CARA DE MANDINGA



Pero no era malo, todo lo contrario, era un pan del Diablo (que es más sabroso que el de Dios porque ya viene tostado.) Luzbel, que así le mentaban, siempre estaba detrás del mostrador de su pizzería con cara de enojado y su linda mujer. La pizzería de Luzbel era legendaria. Pizzas sin igual, sabor inalterable a lo largo de los años, perfecta redondez. Eso sí, nada de multisabores, sólo los tres o cuatro tradicionales. No le pidan de kiwi con bondiola porque se enoja. Era un poco conservador don Ele. A fines de los setentas la oferta de sabores se multiplicó y se popularizó el servicio conocido como “delivery” (envío, cesión, entrega, traspaso). Pero el hombre se resistía a ambos avances. Para él, la entrega de la pizza debía efectivizarse en el propio establecimiento, sobre la fórmica gastada del mostrador para que el cliente pudiese verificar in situ que la temperatura era la justa. Una vez entregada la caja de cartón ablandada en la base y proferido el consabido queladisfrute, el consumidor pasaba a ser el único responsable por cualesquiera variación en grados centígrados. En cambio –decía el pizzero- si sus productos los llevaba el delivery boy, el compromiso, bien que moral, de la casa cesaba recién con el arribo de la pizza al dominio efectivo del adquirente, en su domicilio real. Y todos sabemos que esta pitanza, por eventualidades propias del tránsito azaroso de las ciudades, ¡y por la propia humedad de sus ingredientes!, suele enfriarse. Así también se enfriaría, creía el señor Luzbel, su propio renombre. Y si bien sería justo atribuir las menguas de su reputación al repartidor, de ninguna manera es admisible esta alegación ante la clientela para quien el dependiente no es sino una prolongación del negocio. El inicial conservadurismo de don L. se fue suavizando gracias a los oficios de su bonita esposa que lo persuadió de que el progreso dictaba que cada pizzería tuviese una dotación de motoqueros con desvencijados rodados escupiendo aceite. Por fin el pizzero se avino a conchabar a cierto joven, correcto aunque inexpresivo como una porción de fainá. Los problemas surgieron durante el primer envío: un cliente reclamó indignado a la pizzería porque su pizza de ananá le había llegado fría como un helado de ananá. Interrogado que fue el nuevo empleado adjudicó su retraso a un encuentro casual que tuvo con una antigua novia a quien no veía desde hacía una bocha de tiempo (esas fueron sus palabras: bocha igual muchísimo). La honesta confesión del chaval no fue óbice para que el señor L. lo dejara cesante y sin derecho a indemnización. Al día siguiente, la ex novia del muchacho se apersonó ante nuestro pizzero y solicitó una entrevista que el señor L. concedió sólo por la insistencia de su exquisita esposa. La chica le solicitó que reviera la medida y arguyó que su ex prometido necesitaba el empleo porque su padre de él se encontraba medio enfermo.
-Yo no me puedo hacer cargo de eso, señorita –objetó el señor L-, comprenda que mi prestigio se pone en entredicho cada vez que ese pastenaca se demora. Y no me parece razón suficiente que el padre esté medio enfermo, ¿qué es lo que tiene, seré curioso?
-Hemiplejia.
-Entiendo.
Gracias a la mediación de la guapa señora de L, el mozalbete, respetuoso de todo menos de los semáforos, lo que en Providencia no supone desdoro puesto que pocos reparan en ellos, el mozalbete decía, logró ser reincorporado. Hubo que resignarse para siempre a que, por las demoras, los palmitos se fruncieran, las aceitunas se arrugaran, los jamones se acartonaran, las salsas golf se cristalizaran, las medias masas se petrificaran y la fama del señor Luzbel sufriera lamentable detrimento. El fenómeno de la globalización iguala hacia abajo y las pizzerías no son ajenas a ese menoscabo de calidad que al presente manifiesta el mundo junto con sus habitantes y existencias. Hoy nos cuesta imaginar la vida comunitaria sin esas esenciales motitos sin faros (digo esenciales porque son invisibles a los ojos, qué difícil es verlas de noche), que recorren el barrio a puro ruido y entregan la mercadería diezmada en calidad.
EPILOGO: El joven motoquero y la chica se casaron al año y ofrecieron una fiesta que organizó la ex señora de L., ya divorciada de su insoportable marido, y al frente de un novedoso emprendimiento empresarial conocido como “pizza party”.

jueves, mayo 22, 2008




POLLO AL DISCO


Nos reunimos en el asado mensual con los amigos del fútbol a comer pollo al disco, con lo que la denominación Asado Mensual quedaría técnicamente suspendida, dando lugar a la nomenclatura Pollo al Disco Transitorio, a menos que todos los meses decidamos comer pollo al disco, entonces estas veladas pasarían a llamarse Pollo al Disco Mensual. El pollo al disco es una especie de guiso de pollo, patatas, legumbres y hortalizas. El origen de su denominación se explica en la circunstancia de que es cocinado dentro de un disco de arado, pieza hoy obsoleta para las labores agrícolas, no por el paro del campo que, si Dios y todos los De Angelis quieren, se levantará a la brevedad, sino porque la tierra no se ara más desde que se implantó el novedoso sistema de la siembra directa que permite que la semilla se siembre directamente sobre el rastrojo, con lo que el arado ha pasado a ser un artículo de colección y sólo el disco de arado pervivió cuando encontró conchabo a poco de ser llevado al museo, que es el geriátrico de los objetos. El encargado de cocinar el pollo al disco fue nuestro arquero, al que habitualmente acusan de no tener manos. Rotundo mentís para todos ellos: ¡qué mano que tiene para el pollo al disco nuestro arquero sin manos!. Con lo que se prueba que todo es relativo. Por último digo que ni el pollo al disco, ni ninguna otra exquisitez, puede caer mal jamás, y hago mías las palabras del escritor y periodista español Manuel Vincent quien, citando a Rafael Azcona dice, que, en efecto, “la comida no es pesada ni da acidez. Lo que da acidez son ciertos comensales; una tortilla con perejil te puede sentar como una bomba si al lado tienes unos impresentables”. Y el pollo al disco nos cayó pero que muy bien.



Rafael Azcona Fernández (Logroño, 24 de octubre de 1926 - Madrid, 24 de marzo de 2008[1] ). Guionista español. Comenzó como novelista y colaboró en sus primeros tiempos con revistas humorísticas de la época como La codorniz. Con la colaboración con el director italiano Marco Ferreri en 1959 para adaptar su novela El pisito entró provisionalmente en el mundo del cine, que ya nunca abandonaría.

lunes, mayo 19, 2008



CARA DE ASESINO


A un señor morocho le muestro un departamento para alquilar que le viene de perlas. Me dice que lo quiere. Le informo que me tiene que dejar una reserva. Su gesto se endurece, las aletas de la nariz se le dilatan, su esposa, junto a él, se tensa.
-¿Por qué una reserva? ¿No basta con mi palabra de que lo quiero?
Lo convencí de que así era el procedimiento pero antes lo puse en conocimiento sobre lo que tenía que pagar:
-…Y el equivalente a un mes de alquiler en concepto de depósito de garantía…
-¿Garantía para qué? –me pregunta enarcando la ceja derecha como, si buscara en mis pupilas la intención de timo-.
-Bueno –introduje-, el depósito de garantía es una suma de dinero que sirve para que el propietario, en caso necesario, apliqué a al pago de cualquier daño que…
-Y usted se cree que yo soy de esas personas que andan rompiendo todo como si sería un energúmeno…
-No, qué va, pero la costumbre es exigir un mes de depósito. Además, al vencimiento del contrato, se devuelve si…
Hasta allí sus manos descansaban sobre su regazo pero en un veloz ademán escalaron hasta el escritorio. Sus nudillos parecían una cadena montañosa de mediano porte, digamos los Urales. Columbré que la siguiente escala de sus manazas podría ser mi favorecido rostro. Pero no. Aceptó a regañadientes pero en su mirar había un deje de ira contenida con dificultad. Creía que lo quería perjudicar. Y yo lo único que pretendía era ganarme el pan con el sudor de Sacaan.
-Además necesita un garante –agregué-.
Se pasó una mano por la cara como hacía Curly cuando se enojaba, y su labio inferior cubrió el superior.
-Un garante de qué, si se puede saber –preguntó-.
-El garante o fiador es una tercera persona que firma el contrato en calidad de codeudor.
-Pero usted se cree que yo soy un desvergonzado que necesito de alguien que saque la cara por mi. Usted me está poniendo piedras en el camino… -esto último lo dijo con una cadencia como de vidala y yo me asusté. Su mujer lo tomó del brazo y le dijo Héctor-.
-No, de ningún modo, Héctor –intenté tranquilizarlo . Se trata de exigencias de los propietarios.
No lo entendió pero terminó por aceptarlo.
-El tío Pocho. Ya está. Le voy a pedir al tío Pocho.
-¿Es propietario? -le pregunté-.
-¿Y eso por qué me lo pregunta. No me parece correcto que me haga preguntas personales. Pero le voy a contestar igual aunque no me guste ese tono de interrogatorio policial que utiliza. No, no es propietario, alquila.
-Entonces no puede ser garante –le informé con mucho miedo-.
El hombre se puso rojo, la esposa, le cubrió con sus manitas los montes Urales. Con la mirada le rogó que no montara en pegaso y me asesinara a patadas.
-Pero cómo que no puede ser garante mi tío Pocho. Vos me estás poniendo una piedra sobre otra y me querés lapidar. Si no te interesa alquilarme porque no te gusta mi cara, decímelo.
A esa altura no quería alquilarle porque no me gustaba su cara ni nada de lo que trajera aparejado debajo de ella.
-De ninguna manera , Héctor-.
-¿Acaso mi tío Pocho es una persona despreciable sólo porque no es propietario?
-No, jamás pretendí sugerir eso del tío Pocho, pero…
Se avino a conseguir un garante con propiedad: la tía Cata.
Esos días viví aterrorizado. El hombre me odiaba y comencé a perseguirme con que me iba a matar a tiros o que, en su defecto, me balearía en las rodillas. Por la cara, digo. Una cara de asesino que daba calambre.
Pedimos el certificado de dominio al registro de la propiedad. A los dos días recibimos la papeleta que certificaba que la casa de la tía Cata estaba sometida al régimen de Bien de Familia. Convoqué a Héctor a la oficina inmobiliaria:
-No puede ser garante la tía Cata porque el inmueble está sometido al régimen de bien de familia –le dije, poniendo las manos cerca de mi carucha para ayudarla, en caso necesario, a que pudiera mantener por muchos años más su relativa bonitura-.
En esa época yo tenía una horrible llaga en la unión del labio superior con el inferior, producto quizás del stress que me venía provocando el sobrino del tío Pocho y la tía Cata.
-¡Cómo que no puede ser garante la tía Cata! –clamó y enseguida bajó la voz-. Mirá, desde que le eché el ojo a ese maldito departamento me has estado poniendo trabas para que no lo alquile. Y por esa infamia tuya ese chancro asqueroso que tenés en la jeta se te va a ir al celebro y te vas a morir en medio de horribles dolores. Y el departamento te lo podés meter en el ¡piip!*.
Se retiró de la oficina llevando a su esposa a la rastra y yo removí la transpiración de mis sienes con el dedo índice a guisa de secador.

*!Pip! Censura ejercida sobre la palabra orto.

miércoles, mayo 14, 2008



MANIFIESTO EN CONTRA DE LAS CENAS-SHOW

Estoy en contra de las cenas-show así como de los café-concerts, los té-canastas y en general de todas aquellas manifestaciones del espíritu que se aparean en dudoso ayuntamiento con expresiones exclusivas de los procesos alimentarios y de los deleites de la conversación. Días pasados estuve en Mar del Plata con un grupo multinacional de atletas especializados en la disciplina foot-ball, integrado por argentinos, uruguayos, dos armenios, un turco y un paraguayo. Al anochecer del primer día agitado día fuimos a cenar a un comedero ubicado en la avenida Colón. Notamos al ingresar al local que las mesas cercanas a la entrada estaban ocupadas por personas muy mayores, señores con el pelo teñido y damas con las caras pintadas en demasía. Eran cantores y cantoras de tango a punto de amenizar una velada que, para nosotros, ya era amena. Mientras comíamos y escanciábamos, la música del ocho* comenzó a enlazarse e involucrarse inopinadamente en nuestras ingestas de modo que si le prestábamos atención al deprimente mensaje tanguero corríamos el albur de que la digestión se nos echase a perder. Las letras afligidas del tango no se corresponden con los placeres báquico (de beber vino) y váquico (de comer vacas), ni con la plática chacotosa de los muchachones liberados por pocos días del yugo marital, filial, laboral y mental. La noche siguiente fuimos al restaurant Manolo y en el medio de la francachela irrumpió un grupo de mariachis que convirtieron la cena en cena-show. El sonido potente de la música mexicana y el mensaje prepotente de sus letras (con dinero o sin dinero hago siempre lo que quiero y mi palabra es la leyyyyyyyyyy*) exacerbó la euforia que previamente habían inaugurado el vino o la cerveza, y muchos se atrevieron a bramar imitando esa especie de aullido que tan bien hacen los norteamericanos. El domingo al mediodía, los mismos aztecas del sábado irrumpieron en Chichilo con similar espectáculo, lo cual transformó el almuerzo en un almuerzo-show. A esas alturas nuestro grupo se sentía íntimo de los mariachis y por poco no les preguntaron cómo andaba la familia, los botijas, etcétera. Los compatriotas de la Malinche trabajaban a la gorra lo cual supone una ambición desmedida si observamos las dimensiones que tienen los sombreros mexicanos.
Una de estas mezclas forzadas del tipo del café-concert, la cena-show o el jamón con ananá nos fue referida por uno de los muchachos de la Banda Oriental quien nos contó sobre la existencia de un negocio gastronómico en San Martín, Provincia de Buenos, que bien podría considerarse una especie degenerada de la cena-show, aunque tensando un poco el paralelismo. En ese misterioso lugar te dan un choripán y una señorita te provee de un servicio equis. El establecimiento se llama CHORIPETE. Yo lo ignoraba.

*El Rey. canción mexicana. Letra y música: José Alfredo Jimenez.

*ocho: dos por cuatro (2x4 es 8)

martes, mayo 13, 2008


UN DIA EN EL MAR


Postales del match internacional de fútbol en Mar del Plata con una selección uruguaya (10-05-08)



























viernes, mayo 09, 2008


J. Eduardo y J. Marcelo fueron dos compositores e intérpretes de música sagra que vivieron su momento de apogeo artístico a fines de los años sesentas y principios de los setentas, con temas ajenos al género testimonial que vinieron a colocar una nota de solaz en la politizada juventud argentina del post mayo francés. Una vez separados, cada quien inició una carrera solista no menos exitosa que la anterior: J. Marcelo se inclinó por el repertorio romántico mientras que J. Eduardo incursionó en temáticas más comprometidas y es muy conocida su canción-alegato en favor de la liberación del consumo de estupefacientes y alucinógenos (Ayer volé).
A continuación una de las líricas más célebres de cuando eran dueto:
Que lindo que es estar en Mar del Plata
en alpargatas, en alpargatas
felices y bailando en una pata
En Mar del Plata soy feliz
Haciendo dedo voy con poca plata
A Mar del Plata, a Mar del Plata.
Me paso el día entero haciendo fiaca.
En Mar del Plata soy feliz
En Mar del Plata no tengo problemas,
si no hay más camas me acuesto en la arena.
No uso saco, no uso corbata.
En Mar del Plata soy feliz.
(Qué lindo que es estar en Mar del Plata. Juan y Juan)

(Viene a cuento porque este fin de semana me voy a Mar del Plata a jugar al fútbol con mi equipo viajero de globe-tronquers).

MODERNA UNIDAD QUE NOS TRASLADARA A LA CIUDAD DONDE SE AHOGÓ ALFONSINA

martes, mayo 06, 2008




COMO NATALIA


La señora Natalia Kohen (en la foto presentando su último libro en la feria del ídem) es una dama millonaria de 90 años, artista plástica y escritora, a quien alguna vez encerraron porque gastaba la plata (que era suya) a su antojo y ayudaba al enaltecimiento de las artes. Unas personas, que consideraban que la señora dilapidaba la herencia futura, consiguieron una orden judicial para encerrarla. Natalia había sido la esposa del dueño de un importante laboratorio, que en 1993 se vendió en 190 millones de dólares. Siempre a estar por lo información del periodista Horacio Cecchi en el diario Página 12, a la señora la internaron basándose en un informe psiquiátrico de dudosa credibilidad. Un médico le diagnosticó la enfermedad de Pick o demencia fronto-temporal. En el 2006 la anciana dama publicó una solicitada y responsabilizó a sus dos hijas: Nora Cristina y Claudia quienes la habían denunciado por pródiga, demente y por pretender desprenderse de bienes desatendiendo a sus herederos, y aspiraban a que la justicia la declarara insana. La señora Kohen, a su vez, las denunció por privación ilegítima de libertad.
Yo tuve un caso similar en mi trabajo como vendedor inmobiliario. También era una viuda anciana. Quería comprar una casa y ponerla a nombre de una fundación para albergar a perritos de la calle. Le ofrecí una propiedad que le vendría de perillas para tan nobles fines. La reservó con dos mil dólares estadounidenses. Pero unos días antes de firmar el boleto de compra-venta se apersonaron a la inmobiliaria quienes dijeron ser el hijo y la hija de una señora apellidada como mi compradora. Tenían aproximadamente cincuenta y cuarenta y nueve años. Preguntaron si había venido una señora (y dijeron el apellido que coincidía con el de mi compradora) con la voluntad de comprar un inmueble. Les mentí. Dije que no. Como si me brindase otra oportunidad para decir la verdad, el hombre simuló no escuchar mi respuesta y dijo que su mamá tenía problemas mentales (como Natalia) y que no podía comprar nada. Reiteré mi mentira monosilábica y el hombre comenzó a mirarme como si dudara de mi palabra, como si se hubiese dado cuenta de que lo mío era una burda patraña. Me empecé a poner nervioso. Mi corazón comenzó a trabajar al doble de su ritmo habitual. En lugar del acompasado lup-dup-lup-dup, hacía ¡lupduplupduplupduplup! A los dos días los hermanos regresaron y me formularon la misma consulta. Y yo volví a mentir.
-Mi madre no puede comprar nada porque está enferma –me advirtió con cara de asesino-.
-¿Por qué no puede? ¿No tiene la plata? -Fue mi pregunta, que bien puede considerarse una pisada de palito-.
-Está bajo tratamiento.
-Ah, comprendo. Pero por acá no vino.
Su mirada escudriñaba mis ojos falsarios. Pero yo no estaba dispuesto a poner en entredicho una venta para la cual había trabajado con vigor digno de mejor causa. Jamás renunciaría al refugio para perritos ni a mi sustento, no necesariamente en ese orden. El hombre pasó un día por el frente de la inmobiliaria y observó hacia el interior de la oficina. Cada vez que la señora mayor venía por alguna consulta sobre aspectos relacionados con la operación inmobiliaria, yo la conducía al despacho privado, cerraba la puerta y rezaba en silencio para que no llegaran ni el hijo ni la hija y dejasen al descubierto mi mentira, que pondría a mi querida venta en zona de riesgo con Rodolfo Ranni. Otro día pasaron el hombre y la mujer caminando por la vereda de enfrente y volvieron a mirar hacia la oficina. Una tarde pasó el trencito de la alegría y me pareció ver al hijo de la anciana mirando hacia la inmobiliaria a través de la ventanilla mientras hacía palmas para la farolera tropezó, pero no creo.
El día de la firma del boleto se hizo presente a la mañana el hijo de la señora y volvió a preguntarme si la madre había venido porque tenía indicios de que iba a realizar una operación de compra-venta de una casa que teníamos nosotros en la calle… Le mentí, cuando parecía que me quebraba y escupía todo, que efectivamente teníamos en venta dicho inmueble pero que ninguna señora con su apellido había venido a la oficina. Y la mirada del hombre que escruta en la mía en busca de la mentira que me sale por los poros bajo la forma de sudor. A la hora de la firma del boleto, 20 32 las partes comenzaron a llegar y las fuimos estibando dentro del despacho de firmas de boletos y afines. A las 20 41, mientras el martillero leía el contrato, y yo, pensando en la patología nunca precisada de la señora, esperaba que al momento del pago extrajera un fajo de australes envuelto en un diario Tiempo Argentino, entró el hijo a la inmobiliaria y se quedó esperando en la recepción. Yo lo observé por un resquicio de la puerta, que no había quedado del todo abierta por razones de ventilación. Salí del privado, cerré y rogué que no se escuchara la voz de la señora mientras yo despachaba al hombre. Me dijo que quería ver la casa que tenía un cartel de la inmobiliaria. Se trataba del inmueble que a la sazón en ese momento estábamos vendiendo. Le dije, mientras mis rodillas se entrechocaban como si estuviese bailando el charlestón, que con todo gusto el día de mañana se la mostraría pero que hoy no sería posible. Se escuchó la voz, o la risa de la madre, por mejor decir, desde la oficina de junto. Me encomendé al dios de todos, ése que reparte éxitos y desgracias después de hacer girar la rueda de la fortuna. El hombre miró a la puerta del despacho y se retiró
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