viernes, febrero 29, 2008

ASADO Y BESOS

Antes de ingresar al quincho pasé por el buffet donde cuatro de mis amigos riverplatenses miraban un partido de la gallina por la copa Santander de Batunga Libertadores. Los besé y me senté. El mozo se acercó y nos preguntó si íbamos a tomar algo. Lo miramos indignados como diciéndole: River va perdiendo ¡Podés ser tan desubicado de venir a preguntarnos qué vamos a tomar! Tomátelas.
Los millonarios jugaban pésimamente y Tuzzio cometía torpezas propias de un verdadero cornudo, así que me levanté y encaminé al quincho donde el asador primero me besó y luego me pidió que fuese a comprar una bolsa de carbón porque se había quedado corto. Quien le hacía compañía, después de besarme, se ofreció para llevarme en su flamante moto de alta cilindrada, que no sé qué es pero suena cool. Hacía treinta años que no me subía a un biciclo. Desconocía la normativa a seguir para el que va detrás, no quería agarrar a mi amigo de los rollos porque me daba impresión, ni tomarme de la barra que está en la parte posterior del rodado porque no me parecía seguro. Lo así de un hombro con mi mano derecha como haciéndole el amor a un marciano.
-¡Esto es la libertad! –me dijo mientras el viento desordenaba su calva-. ¡Nunca más me compro un auto, te juro! ¡Con la moto no existen los semáforos! –y pasó uno todo colorado-, ¡ni los embotellamientos! –y sorteó con arriesgadísimos slaloms algunos vehículos que habían quedado rezagados-. ¡Tampoco existen ni las calles ni las veredas! -y se subió de la calle a la vereda para depositarme casi adentro de la verdulería donde se compra el carbón-.
-Ni los ceniceros –dije, pero creo que no me escuchó-.
Cuando regresamos al quincho los muchachos comían rueditas de morcilla cruda y tomaban vino. Detrás de nosotros también venía Lalo, en bermudas y con una bolsa conteniendo plato y vasito. Parecía un infante que repitiera ad-infinitum el kinder. Nos besó y dijo:
-Pasame la botella de parietal.
-¿Parietal derecho o izquierdo? ¡Ja, ja, ja,! ¡Se dice varietal, bestia.-
-¡Ja, ja, ja,!
La reunión estaba tomando color, igual que nuestros mofletes.
Variedad de situaciones económicas han ido modelando a este conglomerado de individuos hasta hacerlo heterogéneo, variopinto, multiclasista, un rejuntado de hombres en la cincuentena donde la plata, en general, no es tema de conversación. Aunque sí lo que se puede comprar con ella. Uno de los muchachos se entusiasmaba platicando sobre las maravillas del auto fantástico con el que había viajado a Bariloche:
-…Si llueve poco, el limpiaparabrisas camina lento zip… zip… zip…, ahora si diluvia, vos no hacés nada, que el limpiaparabrisas empieza a correr rápido, zip,zip,zip,zip,zip,zip,zip. La radio es una cosa de locos, vos le decís, por ejemplo, efe eme y la radio te repite efe eme y te pone la efe eme. Después le decís noventa y cinco punto cinco, y la radio te repite noventa y cinco punto cinco y te pone la…
-Noventa y cinco punto cinco.
-Exacto. Es increíble que uno le hable a la radio y le contesta. No tenés que apretar ningún botón. En un momento le digo: andá a la puta madre que te reparió y la radio te dice “disculpe”, ja, ja, ja. En serio, boludo, ja, ja, ja. Disculpe, ja, ja, ja.
-Ja, ja.
-Después al volante lo podés correr para arriba, abajo, adelante atrás, derecha, izquierda, según quien maneja ¿viste? Así no tenés que correr el asiento que siempre es un quilombo.
-Qué quilombo.
-Los asientos vienen con calefacción. Al que iba de acompañante yo le calentaba el asiento sin que se diera cuenta. Para joder ¿viste? Y hacía calor, ja, ja, ja.
-Ja, ja. ¿Cuánto cuesta el coche?
-Cincuenta mil verdes.
Le pregunté a nuestro goleador-estrella la causa de su ausencia al club desde hace por lo menos dos meses.
-No tengo guita para pagar la cuota.
-Ah.
Grupo heterogéneo.
Antes de que llegara la medianoche nos besamos entre todos y nos fuimos. Se puede decir que fue una besadera general.


Un beso para todos. Julio

miércoles, febrero 27, 2008



“OFICIO DE DELANTERO”

No somos futbolistas frustrados. Muy por contrario imperio, somos privilegiados que pueden aún desarrollar su vocación de jugadores y no solamente verlo por tevé con la ayuda de gafas. Y los que escriben blogs no son escritores frustrados, son escritores; los que cantan bajo la lluvia benefactora del habitáculo escusado no son cantantes frustrados, son cantantes. Ahora si lo que quisiste expresar es que somos futbolistas profesionales frustrados, escritores profesionales frustrados y cantantes bla, bla, bla, te lo admito, pero allí el elemento constitutivo de la frustración no es la pasión sino la profesionalidad. La frustración es consecuencia de la imposibilidad de desarrollar nuestras capacidades de un modo rentado. Para decirlo más sencillamente, la fuente de nuestros pesares es no ganar plata. El corolario está tan claro como agua mineral sin gas para la señora, cerveza para mí: nuestro vacío, si es que lo tenemos, radicaría en no recibir emolumento como sí lo hacen los futbolistas, escritores y cantantes profesionales. Quiero decir que, en todos los órdenes de la vida, nuestras frustraciones nacen de no ganar plata, o de no ganar la suficiente, y nada más. No la compliquemos al divino cobani. Por elio, y volviendo al juego del fúbol, como le dicen los orientales, yo digo a todos aquellos que nos ningunean futbolísticamente: ¿frustrados nosotros? ¡¡frustrados, uno de los dos grupos que se desprendió de Sumo cuando falleció Luca!!
Se puede ser, eso sí te lo concedo, como te digo una cosa te digo la otra, un delantero frustrado, que no un futbolista, porque al tipo, por ejemplo, nunca lo dejan subir a cabecear y menos acompañar a los atacantes en acciones ofensivas, ni siquiera cuando su equipo va perdiendo por la máxima diferencia. Alguno de nuestro grupo de futbolistas veteranos, sin embargo, pudo cumplir una vez con ese sueño en ocasión de un partido trascendental. Se trata de Medardo, defensor él, que alguna vez, en oportunidad del asado mensual de camaradería e ingesta vinícola, entre un bocado de ensalada y otro de vacío, o quizás de tira, mencionó que tenía “oficio de delantero”. En la gira al Uruguay el técnico recordó aquel juicio de Medardo sobre sus propias capacidades, emitido en momentos de dudosa lucidez, y en el test-match ante los celestes lo lanzó a la cancha con la franela número nueve (delantero neto) ante la atónita mirada de los compañeros que sí juegan siempre de delanteros. Para colmo ir al banco ese día suponía permanecer a la intemperie en medio de arrachados vientos y lluvias aisladas del sector sur. Por momentos, parecía que caían ex presidentes riojanos de punta. Medar se ubicó en la grama en su posición de centre-forward, orgulloso y altanero, ensayando patéticas carrerillas para alertar su musculatura. Una vez la pelota comenzó su loco rodaje nuestro amigo parecía estar siempre fuera de lugar; cuando el útil volaba por la derecha, él moraba en la izquierda; cuando alguien arrojaba un salvaje pelotazo hacia la siniestra, él se encontraba pastando por los territorios de la derecha más recalcitrante. Te garanto que no tocó una talope. Tuvo una única oportunidad clara y la tiró afuera como lo que era, un humilde defensor que nació para jubilarse con la seis en la espalda. Y con la mínima. Y así, todos los defensas que alguna vez anhelamos jugar de delanteros y hacer goles como Bartolo Alvarez, seguimos frustrados y pagamos por aquel fracaso ridículo de Medardo. Es como los radicales que nunca más en la vida podrán tener un presidente de la nación por culpa del pelotudo del suegro de Shakira. Estoy persuadido de que cada vez que algún zaguero opine tímidamente que podría jugar de atacante surgirá un doctor burlando que preguntará irónicamente si también tiene “oficio de delantero”, como Medardo y comenzará el coro de risas sin garantía de tiempo de finalización. Al mismo Medar, cada vez que menciona las virtudes de algún nueve, y pretende dar una clase con ese tono de conferencista que tiene que a mí me revuelve el esófago, no falta alguien que le dice:
-Ojo che, que lo dice Medar, que tiene “oficio de delantero” ¡ja, ja, ja,!
Y codea al de al lado que se contagia el carcajeo ¡ja, ja, ja,! Y pega con el puño cerrado un golpe sobre la mesa que hace volcar una botella y eso actúa como carbón que aviva el fuego de la hilaridad general ¡Ja, ja, ja! Y algunos lloran y se toman la barriga en medio de espasmos que preanuncian el vómito ¡Ja, ja, ja!. Y otros dos chocan sus jarros celebrando la unanimidad del divertimento ¡ja, ja, ja!
¡Oficio de delantero! ¡ja, ja, ja, ja,!
¡Ja!¡Ja!
¡Ja!

sábado, febrero 23, 2008


EL RETORNO DEL VACACIONISTA

Vuelven aquellos que pudieron salir de vacaciones y cada quien tiene una historia para contar, una vivencia para relatar, un recuerdo para compartir. Puedo seguir. Tengo más de éstos.
El autor de esa monografía, sin ir más lejos, podría referirles a sus amigos que en el balneario donde vacacionó ha visto pasar un día a Carlos Chamaco Rodríguez, otro día a Carlos Fren, y cosas así.

Uno de mis camaradas participó de una comparsa argentina que desfiló en las Llamadas de Montevideo, ceremonia primordial del carnaval que se lleva a cabo en la calle Isla de Flores de la capital oriental. El negro, que así le decimos porque es morocho, me mostró las fotos donde se lo ve disfrazado y con la cara pintada de negro, portando orgulloso su tamboril con las lonjas y las maderas prontas para ser aporreadas hasta hacer sangrar los dedos por las ampollas reventadas. La participación de la delegación argentina, sin embargo, se vio algo empañada porque el conductor de la agrupación se emborrachó para mal con grapa y limón.

El grupo de futbolistas algo veteranos que jugamos los domingos a la mañana se reencontró con un compañero que hace cinco años se había ausentado del país buscando calidad de vida y que trabaja en Murcia, España, armando muebles para encastrar (o encastrando muebles para armar, que para el caso es lo mismo). Ahora volvió por diez días aprovechando un pasaje gratis que le consiguió el hijo mayor, piloto de las españolas aerolíneas argentinas. El hombre arribó el sábado a la noche y el domingo bien temprano ya se lo podía ver en la cancha de fútbol del club haciendo la calistenia previa a la competencia. El tiempo de la amistad puede ser difícil de mensurar. Quiero decir que parecía que nuestro camarada se había ido hace unos días apenas, y no hace un lustro, tal la familiaridad y cariño que aún nos dispensamos. Me acuerdo que durante el partido no me hizo un pase cantado y yo le pregunté: ¿no me viste que estaba solo, la concha de tu madre? Faltaba que nuestro entrañable compañero dijera como Fray Luis de León: “Decíamos ayer…”* Qué se le va a hacer.

Un amigo tiene un hijo que es futbolista profesional. Para un futbolero de ley (del offside) eso es mucho más admirable que si el botija fuese cirujano o abogado. A mi círculo de amistades y a mí nos interesaría menos el relato de una intervención quirúrgica riesgosísima que la narración de alguna anécdota de vestuario. Y celebraríamos menos una designación del mediquito en el sanatorio del mismísimo doctor House que la inclusión de nuestro crack en el equipo titular y su ulterior triunfo en el azaroso mundo del balompié. A nuestro muchacho, que juega en la be metropolitana, le salió la posibilidad de probarse en un par de clubes de Europa. Pero todo le cayó de un día para el otro y para un padre cincuentón, como mi amigo, definitivamente instalado en lo más recalcitrante del conservadurismo, eso supone un terremoto, que no Cejas, sino de sentimientos. El gurisito jugó el sábado pasado y mañana deberá tomar el avión al otro continente. El hado (no el helado) acecha detrás de la ochava y hay que estar con las Antenas Captadoras de Señales del Destino (ACSD) siempre encendidas.

Un sobrino mío es músico. Por ahora aficionado. Se inclinó de chaval por la percusión emulando a un tío que fue fundador y baterista de la agrupación musical Los Piojos, y que hoy hace el mismo trabajo en el combo polifónico de Vicentico, el higiénico ex integrante de Los Fabulosos Cádillacs. Un sábado, uno de los percusionistas del grupo del cantor con falsete tuvo una desgracia familiar y debió desertar de un importante concierto. Alguien del entorno le preguntó a mi muchacho si se animaba a reemplazarlo. El valiente rapaz dijo que sí y finalmente tocó sus tambores ante decenas de miles de personas en un festival musical de la ciudad de Mar del Plata.
Otra cosa que podría destacar es que Chamaco Rodríguez se tiñe el cabello y también el bigote.



*Fray Luis de León fue un escritor español (1527-1591) condenado por la Santa Inquisición a purgar una pena de cinco años de prisión por traducir la Biblia a la lengua vulgar sin permiso. Cuando regresó a sus cátedras luego de su largo cautiverio, comenzó su clase con la célebre frase ‘Decíamos ayer...’, como si no hubiese transcurrido el tiempo.

miércoles, febrero 20, 2008


LA MENTIRA ARDIENTE


Cachorro es el nombre del perro de nuestro pizzero de cabecera. En enero el honesto comerciante partió de vacaciones hacia la fresca Santiago del Estero y dejó a su can al cuidado de un familiar (del pizzero). Pero el perrito, triste por lo que creía el abandono de su camarada humano, un día se decidió y lo fue a buscar. Sin la ayuda de un GPS o cuanto menos de una Filcar, es muy posible que el animal se haya extraviado porque nunca más se supo de él. Cuando el pizzero regresó de su veraneo tomó conocimiento de la falta de Cachorro y se desesperó. Pero primero reputeó a toda su familia por la indolencia. Luego publicó un aviso muy caro en el diario Clarín con una foto a color del pichicho. Pasaron algunos días hasta que un señor, desde la localidad de San Martín, le telefoneó para comunicarle que había reconocido al perro del retrato, que el cuadrúpedo vagaba sin rumbo en inmediaciones de la peatonal. El pizzero lo fue a buscar y lo trajo de vuelta a la pizzería ante la algarabía del vecindario que había aprendido a querer al bueno de Cachorrín. Con el transcurso de las horas, sin embargo, fue creciendo la sospecha de que ese perro de lengua colgante no era nuestro estimado Cacho. Sus hábitos eran bien distintos de aquel que nosotros veíamos todos los días echado junto a la puerta de la pizzería, justo al lado del pizarrón de las ofertas. Por ejemplo, el Cachorro original no se molestaba por las bicicletas y las motos, sin embargo, el que habían traído de San Martín, a cada pierna de motociclista o ciclista la tomaba como si fuese propiamente un jamón de Jabugo; el Cachorro primigenio sentía un odio racial hacia los gatos y los corría por calles y senderos de grava hasta que los felinos lograban ganar las copas de los árboles con el corazón al borde del estallido. Este Cachorro sanmartinense, en cambio, veía pasar a silvestres y félixes y no les ladraba ni siquiera por compromiso. Al punto me acordé de una notable película de 1950 titulada en castellano La mentira ardiente (título original: No man of her own) protagonizada por Bárbara Stanwyck, John Lund, Jane Cowl, Richard Denning y gran elenco, dirigida por Mitchell Leiden y basada en la novela de Cornell Woolrich I married a dead man (Me casé con un muerto), quien firmó la obra como William Irish, aunque también se le conoce bajo el seudónimo de George Hopley. En el filme Helen (Barbara Stanwyck) es una mujer embarazada que ha sido recientemente abandonada por su novio. Sola y sin un penique la pobre dama encinta aborda un tren desde New York hacia San Francisco con la finalidad de iniciar una nueva vida. En el convoy conoce y traba una amistad ocasional de viajeros con un gentil, joven y adinerado matrimonio, Hugh y Patrice, quienes también esperan un hijo. En un momento Patrice le pide a Helen que se coloque su anillo de matrimonio porque necesita lavarse las manos en el toilette del tren. La formación ferroviaria descarrila, la mujer embarazada muere y también su esposo. Helen, que también sufre heridas en el accidente, entra en coma pero posteriormente se salva y da a luz prematuramente a su hijo. Por el anillo matrimonial que tiene colocado en su anular los rescatadores creen que Helen es Patrice y la llevan a la sobria mansión de los padres del joven muerto en la tragedia vial, que no conocían a su nuera ni por fotos. Allí Helen-Barbara, columbra la posibilidad de tener una familia y no sufrir nunca más privaciones, ni ella ni su criatura, y decide tomar el lugar y la identidad de Patrice, la desafortunada mujer muerta junto a su cónyuge. Los suegros nunca sabrán nada pero el hermano de Hugh, el elegante Bill, comienza a sospechar… Sin embargo Bill opta por continuar con la farsa al ver a sus padres tan radiantes y dichosos en compañía de la que creen su nuera y su nieto recién nacido. Hasta que aparece el amante de Helen, Steve, el cruel sinverguenza que inoportunamente la había abandonado a su suerte, y que ahora le exige…
Bueno, lo que sigue en el filme es excepcionalmente apasionante pero me estoy desviando demasiado y temo descarrilar como el expreso New York-San Francisco. La pregunta que me hago es ¿Sería justo si aventuro que nuestro pizzero está siguiendo el mismo proceder que el cuñado, el apuesto Bill, que continuó con la simulación de que esa mujer era la madre de su sobrino, es decir, su cuñada, es decir, la nuera de sus padres, es decir, la madre del nieto de sus suegros, con el objeto de no ocasionar una pena extraordinaria a sus padres de él? Así como en la película el caballeroso Bill, por misericordia hacia sus ancianos padres, decidió prorrogar la farsa de que Helen era Patrice ¿fingirá el pizzero, por autoconmiseración, que ese perrito es su Cachorro querido para no enfrentarse al dolor inconmesurable que supone la ausencia de su mejor amigo?

jueves, febrero 14, 2008

















I REMEMBER

El artista, poeta y escritor estadounidense, Joe Brainard (1942-1994) publicó en 1970 una crónica evocativa titulada I remember, elogiada entre otros por el célebre autor Paul Auster que la calificó de obra maestra. I remember es un compendio de recuerdos (más de mil) que configuran la autobiografía de este creador que hoy llamaríamos multimedia. Cada evocación de la obra de Brainard comienza con el encabezamiento I remember (recuerdo). El que esto escribe toma prestado el método para después devolverlo y lo aplica para rememorar algunas vivencias de sus vacaciones costeñas.
Recuerdo que un avión sobrevolaba la playa anunciando un homenaje a Ricardo Arjona por un imitador que cantaba sus canciones, supongo, ya que no creo que fuese colocando una ofrenda floral en su monumento.
Recuerdo que un choclo playero costaba tres pesos con cincuenta y el kilo de choclos en una verdulería, distante una cuadra de la playa, cuatro pesos.
Recuerdo que algunos días el viento me impedía leer el diario y que si soltaba un extremo las páginas envolvían y copiaban el brazo incluyendo sus músculos, tendones y venillas.
Recuerdo que leía los suplementos literarios y me causaban gracia las polémicas forzadas que la patria literaria inventa para llenar espacio.
Recuerdo que las mujeres gordas no se avergonzaban de usar bikini.
Recuerdo que mi amigo, el cantor Dante Rey, tocó en un restaurante pero no fui porque estaba el último capítulo de Son de Fierro.
Recuerdo que las chicas que no sabían jugar a la paleta igualmente se movían con gracia y donaire cuando paleteaban el aire.
Recuerdo la cara de trastornada que tenía la gente frente a las máquinas tragaperras del bingo.
Recuerdo que el viento me voló la gorra y que la corrí. Que cuando la alcancé y la fui a tomar, se volvió a escapar. Que la corrí. Que cuando la alcancé y la fui a tomar, se volvió a escapar. Que la corrí. Que cuando la alcancé y la fui a tomar… Cuando al quinto intento logré atraparla me fui de la playa sin mirar atrás.
Recuerdo que el jingle de Mundo Marino me hacía acordar al de muebles cama Gicovate.
Recuerdo que los partidos de la copa de verano eran horribles.
Recuerdo que un señor llamado Jorge Hané vendía por la tele su producto para adelgazar y Ethel Rojo testimoniaba que estaba así “gracias a ti”.
Recuerdo que salía a correr por la playa y esquivaba con hábiles movimientos las pelotitas con las que se juega a la paleta y las hamburguesas de madera que tiran en el tejo.
Recuerdo que captaba las radios uruguayas comentando los desempeños de sus murgas de carnaval.
Recuerdo que unos jóvenes disfrazados de personajes de historieta, con sus uniformes un poco mugrientos, invitaban a los niños al trencito de la alegría y que el Hombre Araña se rascaba la entrepierna.
Recuerdo que en lugar donde comprábamos comida la cocina estaba sucia, los cocineros discutían y la dueña tosía sobre mi milanesa napolitana.
Recuerdo que muchas parejas aprovechaban estos exclusivos días del año para caminar tomados de la mano.
Recuerdo que la playa estaba llena de perros caniche toy.
Recuerdo que una mujer brasileña vendía conservadoras de cerveza y me compré una
Recuerdo que dos niños construyeron con arena un monstruo jetón y que su dentadura eran unos caracolitos blancos.
Recuerdo que un día encontré a Carlos Chamaco Rodríguez, extraordinario jugador de River Plate cuando las casacas tenían botones.
Recuerdo que con mi mujer juntábamos las reposeras y nos quedábamos mirando el mar marrón y a los bañistas cayéndose de la banana.
Recuerdo que leí un libro de John Le Carré y era largo largo.
Recuerdo que mi aparato reproductor de música estaba un poco pasado de moda.
Recuerdo que escribí esto en un cuaderno Gloria de hojas espiraladas.

martes, febrero 12, 2008





VACACIONES MAGICAS



El adjetivo mágico, en mi opinión, no le calza a ningún otro acto que no sea ejecutado por individuos como Fu Manchú o cuanto menos por el hijo de Dora Baret. “Fue una experiencia mágica” es una expresión que por fortuna está cayendo en desuso por su abuso. Sin embargo quedan todavía vacacionistas esnob/grasas que aluden a lo mágico cuando se quieren dar dique con algún aspecto de su viaje que supere a lo que cualquiera puede ver por televisión o internet. Porque si dicen que Pisa tiene una torre que está torcida, todos lo sabemos aunque nunca hayamos pisado Pisa. Pero si explicás que cuando te paraste frente a ese imponente milagro del equilibrio sentiste como una energía que te llenó de gozo, una fuerza que te inundaba de luz, que hasta tu piel comenzó a ponerse más tersa y sin estrías, y que bla, bla, bla, ahí ya te miran con otros ojos, como interrogándose éste qué tomó. Esos esnobs barra grasas pasan por una catedral más o menos célebre y creen haber sentido como un tocamiento de Dios Nuestro Señor. Me gustaría informarles que si Dios se aparece solamente en vacaciones, entonces no es Dios, en el mejor de los casos podría llegar a ser el coordinador de la agencia de turismo. Renata Schusseim, la famosísima artista multimedia, pasó unas vacaciones en una isla griega y nos cuenta en una interesantísima nota de Clarín: “En semejante ámbito se percibe a los dioses que andan por ahí cuidándonos”. Así que los dioses viven y nos cuidan en Santorini -que es el nombre de la isla donde estuvo la plástica-. ¡Entonces, vamos todos a vivir a Santorini que tiene muchos dioses y no uno solo que siempre está diciendo puede fallar, como nuestro diosito criollo! Esas personas siempre te salen con la experiencia trascendente, nunca escucharás de ellos un me compré un cenicero de yeso con forma de inodorito, que es un primor. No, todo tiene que ser una aventura del espíritu, una incursión cuasi místico-ayaguasquera, una vuelta al origen mismo de nuestra trascendencia identitaria… Y lo único que en verdad nos está ocurriendo es que, gracias a las vacaciones, sea en Santorini, sea en Santa Teresita, tenemos la mente más limpiecita, más allanada de conflictos reales, cuanto menos por las próximas horas, hasta que la bestia de nuestro/a hijo/a se mande otro humor espeso y pegajoso que segregan las membranas mucosas y especialmente el que fluye por las ventanas de la nariz. Lo único que se nos exige pensar cuando estamos de vacaciones –si somos gentes sencillas y de pensamientos small-, es si a la noche en el tenedor libre acabaremos con la cazuela de mariscos, nos tiramos a la parrilla, u optamos por ambas asimetrías a la vez; si nos vamos a poner ese solerito que nos queda tan bien al bronceado o aquel shortcito tan cómodo que permite ver las piernas que las tengo tan doraditas y depiladitas. Por eso yo afirmo que eso que los esnobs/grasas definen llenándote de explicaciones chopra es nada más que sentirse bien. No se trata ni de experiencia mística, ni mágica, ni un ardite. En la época de las tarjetas postales había menos chantapufismo quizás porque la falta de espacio te obligaba a escribir sucintamente: la estamos pasando un kilo.
Con eso nos quedaba todo claro.
resumen de noticiasviajes y turismo
contador web