miércoles, enero 24, 2007

Hacía tiempo que venía dilatando la compra. Es cierto que había y hay otras prioridades. Desde alimentos hasta ropas, pasando por el pago de las facturas de servicios, impuestos, tasas, contribuciones y el club. Llegaron las navidades, los años nuevos y la poca plata que quedaba debió ser aplicada al rubro regalos. Quiso el destino, contra el que nadie la talla, que se me presentase la oportunidad de viajar en avión al exterior, más precisamente a la república de Georgia, ex república socialista soviética. Un corto viaje que serviría para destapar las cañerías del espíritu por donde discurre la vida turbia. Pero me vi impedido de hacer la travesía porque no tenía el pasaporte actualizado. La falta de ese importante documento me impidió comer los platillos de la comida georgiana, tomar el frío georgiano, mojar mis manos en las aguas del mar Negro y escalar el Cáucaso, o por lo menos, llevarme una piedrita. Pero no. Todo se vino abajo por una cuestión burocrática.
Se está jugando el campeonato sudamericano juvenil y hay un jugador uruguayo apellidado Arizmendi, lo que me hace acordar al martillero Arizmendis, que nos ha dado vacaciones porque se fue a Punta del Este. Pero al escuchar Arizmendi, inevitablemente me acuerdo del viejo dueño de la inmobiliaria donde trabajo y no me agrada. Además, el futbolista uruguayo interviene bastante en el juego de modo que escucho Arizmendi, más o menos, cada diez segundos y eso me pone tenso. Otro jugador celeste se llama Fonderputen. Dato que no agrega nada al temario que nos ocupa, pero cómo lo deben cargar al pobre botija.
Entonces, ante la frustración de un viaje perdido, me sentí muy pero que muy apenado. Y así se lo conté a Clara, mi analista, mi psicóloga, a quien hacía más de seis meses que no veía, principalmente por razones económicas, pero que ahora necesitaba para descargar mi alma. Se sabe que los psicólogos son laxantes de almas.
-La bronca que tenía, Clara, no se imagina, me quería morir, un viaje con todos los gastos pagos. Está bien, eran un par de días, pero no sabe, Clara lo que hoy en día necesito un cambio de...
Sonó el celular de mi analista. Lo atendió con disgusto y dijo:
-Estoy con un paciente, llamame después ¿si? Discúlpeme, Julio, me olvidé de apagar el celu. Continúe, por favor.
-Necesitaba tanto este viaje –continué-. Bueno, era tanta la bronca que tenía que me decidí a comprar por internet un enano de jardín. Usted sabe cómo me pueden los enanos de jardín. Este no era de acá sino uno importado de Estados Unidos. Hermoso. Pero lo pagué un platal. Sesenta dólares más gastos de envío. Es que de alguna manera tenía que sacarme la bronca. Acá tengo la foto.
Le mostré la foto a Clara, que la vio unos dos segundos, sin demasiado interés, y preguntó:
-¿Esto le parece bonito?
No me agradó la pregunta, ella debe saber que los gustos son subjetivos y que si a mí me gusta algo, eso no necesariamente debe significar que estoy loco. O mejor dicho, no necesariamente debe significar que, por eso, estoy loco. El enano en cuestión es un poco diferente, pero no tanto, a nuestros telúricos y queridos muñecos de yeso. Posiblemente éste tenga más cara de nabo que los criollos. Sus orejas recuerdan al señor Spock, protagonista de la serie norteamericana Viaje a las estrellas, filmada entre 1966 y1969. Este simpático ornamento de jardín importado tiene a una rana como abrazada de frente, en una actitud corporal que remite a un acto emparentado con lo lúbrico, lo que haría un poco más interesante la vida de estos serviciales gnomos. Yo me quedé mirando la foto de este enano, que hoy le otorga realce mi parque, cuando la psicoanalista Clara me hizo una pregunta que me hizo incorporar de la cómoda poltrona donde solemos evacuar los débiles de espíritu:
-¿Qué le regaló usted a su esposa para Navidad, Julio?

Antes de que la culpa comenzara su lento proceso de corrosión, decidí partir con mi esposa a Mar del Plata.

jueves, enero 18, 2007





IMPRESIONES DEL VIAJE A GEORGIA

Resumen de lo publicado: Julio, el protagonista de este entrañable diario, que parece periódico, y que lleva el nombre de este Julio es uno, fue invitado por su gran amigo Ricardo Ditro, a realizar un corto viaje a la República de Georgia con el fin de calificar la comida y la bebida de algunos de los más importantes restaurantes de su capital, Tbilisi.



GEORGIA es un país fresco en Enero. Apenas un grado centígrado. Pero podrían ser diez o quince bajo cero, que es la marca normal. Gracias al calentamiento global, los inviernos del planeta están viniendo más bien chirles. Una camperita a la noche por si refresca. En mi caso, que vengo de 30 grados sobre cero, bajar a cero sobre cero, es descender treinta grados de un saque, si no hice mal las cuentas. Después la salud te lo cobra. Y apenas pisé el suelo de la capital de Georgia, empecé a sentir esa sensación de gripe tan característica. ¿Viste cuando vos sabés que te viene la gripe apenas con un par de síntomas?
Acá, lo único que falta es que el vodka salga de la canilla. Así que, con todo el vodka que bebí, fui matando la gripe, o por lo menos la sensación de gripe con si dolor de huesos, escalofríos...
Los habitantes de acá son sumamente gentiles y hospitalarios. Al punto que en uno de los restaurantes que tuve que calificar me hice amigo del mozo y me invitó a comer a su casa. Brindamos con su familia como veinte veces. Acá los brindis hay que respetarlos. La comida es rica. A mí me gusta mucho la comida, de cualquier clase y cualquier país, si es bien condimentada, mejor. El plato más tradicional de la cocina georgiana se llama khachapur. Es un pan de queso, lleno de queso caliente. Cómo me gusta el queso. A veces le ponen un huevo frito arriba. Eso de ponerle un huevo frito encima expresa un notable sentido del perfeccionismo. Con un huevo frito arriba se mejora todo. Hasta la vida mejora si le ponés un huevo frito arriba.
El colesterol se me debe haber ido a la mierda. Pero casi siempre lo tengo allí. Así que se quedó donde estaba. Otra comida notable es el khinkali, que es un budín relleno de carne de chancho. Muchos platos llevan ajo y nuez. Ah, la sopa de hongos también es deliciosa. Es una barbaridad la cantidad de comida que morfé en menos de dos días. El restaurante de Tbilisi se llama Genasvali y allí fue donde me hice amigo del mozo. En su casa seguí dándole al diente. Me sirvió un budín de riñon con alubias, que estaba para chuparse los dedos. Pero tomé más vodka que Boris Yeltsin el día de su cumpleaños.
Es una lástima, Julito, que no hayas podido renovar a tiempo tu pasaporte. Sos un boludo, tenés que tenerlo listo siempre porque nunca se sabe cuando te va a salir un viaje . Y además me cortaste las vacaciones. Yo estaba lo más tranquilo en Mar del Plata haciendo dibujitos con los granitos de arena que me salían del agujerito que se forma cuando hacés un tubo con los dedos contraídos. El domingo voy a jugar al club con vos a ver si bajo algunos kilos. Tendría que ser un partido de seis horas, por lo menos, pero bueno.

Leía el e-mail de mi amigo Ricardo y las fotos que me mandó desde Georgia, mientras, en la inmobiliaria, le explicaba a un cliente que si su inquilino se atrasaba unos días en el pago del alquiler, no tenía derecho a matarlo. Sentía que en estas ocasiones mi trabajo no me suministra ninguna satisfacción, que es más bien mediocre y que por qué no pude gestionar a tiempo ese puto pasaporte. Tenía tanta bronca que me hubiera ofrecido al propietario para matar a su inquilino. Pero no se debe mezclar el trabajo con el placer.

jueves, enero 11, 2007



VIAJE A GEORGIA



Mi amigo Ricardo Ditro me invitó a Chechenia, con todos los gastos pagos. Imagínense, tres días viviendo de arriba en...
-No, pará, te dije cualquiera –rectificó Riqui-, Georgia, no Chechenia. Chechenia no es ni siquiera un país, todavía. Georgia, la republica de Georgia. Bueno esta cerca, creo. Cerca de Chechenia, digo. De acá está muy lejos. La invitación esta hecha. No te podés negar. Te pasás unas cuarenta horitas en Georgia, tenés que visitar un par de restaurantes, morfar como un cerdo, chupar como un cosaco, y te volvés pipón. Es un embole, si te tengo que ser sincero, no te queda tiempo para recorrer. Pero no deja de ser interesante para vos que no estás tan acostumbrado a viajar. Si no vas, voy a tener que volver enseguida de la costa para hacer yo el trabajo.
Mi amigo es calificador de restaurantes para una guía internacional y viaja por todo el mundo. Me invitó a que haga yo uno de sus viajes así puede pasar más días de vacaciones en la costa atlántica junto a su esposa.
-Si vas vos a Georgia, yo voy a poder estar más tiempo en la playa aburriéndome como un hongo. ¿Entendés?
-Pero…
-Pero nada. Y a ver si me decís después que Dios le da pan a quien no tiene dientes. Cuando termines de hacer el trabajo, me mandás un e-mail con las respuestas a las preguntas de un formulario que te voy a preparar y listo. Es una papa… Pero qué te vas a animar...

Cuando le dije a mi mujer que viajaba a Georgia pensó que iba a comprarme un par de zapatos a una zapatería que hay en Providencia que se llama Stylo Giorgio, cuyo dueño se llama Jorge, de ahí quizás la confusión.
-No, Mariana, a la República de Georgia –le aclaré-, la ex república socialista soviética.
-¿El país?
-Ajá.
-¿Cuya capital es Tbilisi?
-Cómo sabés.
-Me tocó en un crucigrama.
-¿Qué opinás?
-Vamos a tener que sacar los pulóveres de la naftalina.
Me parece que no me creyó. Su ironía la tengo calada. Hasta que le mostré el pasaje que me había endosado mi amigo Ricardo Ditro. Ahí si me creyó. Y se fue a sacar los pulóveres de la naftalina.


martes, enero 09, 2007






La mañana del sábado pasado me desperté con un regalo de reyes que alguien (¡los reyes, bolú!) dejó depositado en el jardín delantero, justo pasando la ligustrina, junto a la canilla, en mi morada del barrio de La Providencia. De trata de un enano de jardín que porta una canasta de florecillas (foto), el que debe tener no menos de cincuenta años y ha resistido al paso del tiempo y la intemperie con milagrosa dignidad. Lo que mejor conserva es lo más valioso de cualquier ser humano, la sonrisa. Qué cara de bueno tiene este enano, amigos, qué paz irradia. Es el mejor presente que me pudieron haber hecho. Mi mujer no protestó cuando lo coloqué en un lugar preferencial de nuestro sector enanístico, lo que me hace sospechar que este año, en nuestro hogar, los reyes son cuatro: Melchor, Baltasar, Gaspar Burgos y Mariana, mi cónyuge.
Cuando vino mi amigo Ricardo Ditro lo invité a verlo y apreciarlo. Dijo qué lindo de compromiso, pero sé que la sonrisa del enano le produjo algún efecto benefactor.
-¿Cuánto lo garpaste? ¿mil dólares? –me preguntó con evidente ironía-.
-Me lo trajeron los reyes-.
-Buena gente los Reyes, yo soy amigo de Carlitos Reyes, uno que juega en el club. De diez. Muy hábil. Le dicen el mago.
-Los Reyes Magos.
-Ah. En mi casa, cuando yo era chico y me regalaban cosas berretas para el día de reyes, mis viejos me decían que este año los reyes vinieron pobres. Este año tus reyes vivieron pobres...
-Para mí es un regalazo.
-Si, ya sé. –me dijo Riqui, justo en el momento en que mi mujer venía llevando una bandeja con dos vasos que contenían aperitivo hasta los tres cuartos de su contenido posible, una botellita de agua mineral con gas y una hielera llena de cubitos.
-Mañana me voy de vacaciones –me informó Ricardo mientras tomaba uno de los vasos y se servía con los dedos índice y pulgar derechos, a manera de pinza, dos cubitos-.
-¡Qué bueno! –dijo Mariana, mientras me alcanzaba el segundo vaso y me ponía, sin consultarme, dos cubitos y un poco de agua mineral sin gas de la botellita. Podría seguir abundando en detalles como, por ejemplo, mencionar que la mañana era soleada y calurosa, aunque con un vientito que aplacaba algo los efectos del bochorno veraniego, que esa ventolina hacía cantar al pino de la casa de junto y también al llamador de ángeles que cuelga de uno de los tirantes de mi galería, pero no es lo mío, prefiero que el lector trabaje con su imaginación y dibuje la escenografía con sus propios crayones. Eso sí, en el ángulo izquierdo del cuadrado que constituye mi lote de terreno no debería soslayar esa población importante de enanos de yeso, a la que tantas veces mencioné, uno de los cuales fuma un faso, además un pato amarillo, un ganso-macetero y mi nuevo enano de sonrisa amigable.
-Unos días nomás –precisó Ricardo Ditro-. Después tengo que ir a trabajar a Chechenia. Además, mi mujer no quiere dejar sola a nuestra hija, ahora que está embarazada.
Mi amigo trabaja para una guía internacional de restaurantes como calificador y su tarea consiste en visitar los diversos establecimientos y comprobar la categoría de su comida, su bebida, la atención, y otros rubros, para lo cual debe probar cada ítem, comiendo y bebiendo a discreción. Trabajo envidiable, si los hay.
-¿Adónde vas? –le pregunté-.
-No sé. Vamos a agarrar la ruta dos y después vemos. Yo, la verdad que tengo ganas de descansar, pero no me banco más estar en un hotel –Ricardo esperó a que mi esposa se retirara con la bandeja, que ahora llevaba de costado entre su brazo y flanco derechos-. Decí que ahora voy a estar con mi jermu, que es distinto. Pero la verdad que se me complica.
-¿Por? –le pregunté, antes de tragar un sorbo importante de Lusera-.
-Y... Nos cuesta comunicarnos. Hablamos poco, tengo que reconocer. Eso sí, no tenemos ni un sí ni un no. Buenos, días, buenas noches, qué hay de comer, dónde está mi remera colorada, llamaron del trabajo, dónde andan las chicas. Ni un sí ni un no... Cuando en casa están las chicas se me facilitan las cosas porque las que hablan son siempre ellas, con mi esposa. Y de los asuntos de ellas. Y uno nunca caza una cuando chamuyan. Pero ahora vamos a estar los dos solos, mi jermu y yo. Y ¿de qué querés que le hable? ¿Del peludo Rodríguez? ¿Del gol que se perdió en ese partido famoso? ¿De los cambios pelotudos que hace Máximo?
Ricardo alude a nuestro técnico, Máximo Rolón, que en algún que otro partido del equipo de fútbol del club A.F.A.P. (Asociación Fútbol y Amistad en Providencia), hizo cierto cambio inexplicable, como sacar a nuestro mejor jugador cuando necesitábamos ganar, y otras cosas sobre las que no quiero abundar porque podría llegar a enojarme y mucho.
Ricardo pone a prueba, sin buscarlo, mi capacidad de comportarme como un verdadero amigo, que es el que dice cosas dignas de ser atendidas por el otro, no pavadas para salir del paso.
-Vos tenés una vida muy rica, podrías contarle sobre tus experiencias en tantos lugares del mundo que visitás.
-¿Experiencias? ¿Qué experiencias? Te cuento en pocas palabras mis experiencias: mil horas de avión, hotel, restaurante, comida rica, bebida buena, informe, aeropuerto, mil horas de avión, vuelta a casa. Decime, qué carajo le encontrás de interesante a mi laburo.
Yo pensaba que Dios le da pan a quien no tiene dientes y le dije a mi amigo:
-¡DIOS LE DA PAN A QUIEN NO TIENE DIENTES, BOLUDO!
-Ya estoy podrido que me digan eso, Julio. Cada vez que me preguntan de qué trabajo y yo les cuento, me salen con esa esa memez. Bueno, ya me pudrí, te transfiero mi pasaje de avión, te vas a Chechenia y hacés vos el informe. No pasa nada porque los informes los paso por e-mail. ¿Aceptás? ¿Te animás?

jueves, enero 04, 2007

2007




Beber, comer y resaca. Bueno, eso ya está. Ya hemos cumplido con el rito. Ahora, saquemos el casete y pongamos otro. En Enero el pensamiento está focalizado en las vacaciones. Entiéndaseme bien, pensar en las vacaciones del mismo modo en que podríamos pensar en componer una sinfonía para orquesta filarmónica. Uno piensa en las vacaciones independientemente de si puede salir o no. Los diarios, con sus secciones específicas dedicadas a los balnearios de aquí, de Uruguay y de Brasil, no colaboran en nada para quitarnos esa idea de la cabeza. Y nos pasamos el tiempo barruntando qué lindo sería estar como Mafalda, tirados en la arena y aprovechando que el sol nos quema sin intermediarios como el molesto ozono. Los jóvenes no sé cómo hacen. Dicen que se van y se van. Mi hijo Matías ya se fue a San Bernardo con la novia.
Me dejó de regalo un triste filme en video que denominó Los tiempos muertos.
En su pequeña obra, que dura no más de treinta minutos, se puede ver a nuestro grupo familiar en ocasión de los banquetes de Navidad y Año Nuevo, pero desde un enfoque menos amable que lo que las fiestas sugieren. Cada uno aparece en algún momento sorprendido en actitudes que patentizan un tedio vecino al noaguantomás. Personas que parecen escuchar al que habla pero que, al estar cruzado de brazos, su atención queda en entredicho. Cuando una persona está cruzada de brazos, su actitud corporal denota impaciencia, aburrimiento. Es muy posible que el tipo esté podrido. Hay otro tramo de la película, de tres o cuatro minutos, enteramente dedicado a los bostezos reprimidos. Nadie se salva. Me incluyo. Después aparezco hablándole a Zuloaga. El se mira los zapatos y no me da ni cinco. Yo habitualmente me doy cuenta cuando una persona no me está prestando atención y eso me obliga a cambiar la táctica e imprimirle un nuevo ritmo a la exposición. Más brevedad en las frases y anécdotas impactantes. Y si el tipo sigue sin prestarme atención, pues entonces que se vaya a la concha de su madre. ¿Cómo entonces no me di cuenta de que el gran Zuloaga no me atendía? La explicación es sencilla, la champaña lentificó el funcionamiento de mi caletre. De cualquier modo, el que supuestamente hubiese quedado mal parado en el rubro sociabilidad era Zuloaga. Pero eso a él le importará un ardite cuando se lo comente. Luego se ve a mi viejo comiendo chancho como un ídem, aprovechando que no estaba su cancerbero, su segunda mujer, la negra. Mi madre nunca miraba para el sector de su ex marido, salvo cuando el hombre se atragantaba de lechón u otras porquerías. Y el militar chupaba como un cosaco. Mi hijo es muy cruel con sus películas realistas. Prefiero las que hace sobre villas miseria. El viejo coronel se servía vino y miraba para todos lados como si alguien lo estuviese vigilando. Y no faltaron en el divertido cortometraje los que se dormían redondamente, como mi tío Bancho, mi suegro y uno de mis hermanos. Eran siestas sumarísimas, excepto el tío Bancho que se apoliyó su buena media hora. Toda la película es ligeramente patética y aburrida, como todos los tiempos muertos y como casi todas las personas en reuniones en donde no beben lo suficiente como para ponerse divertidas. Pero esa suficiencia está a un trago de transformarse en demasía y entonces sí, ya no serán divertidas, sino penosas. Un trago separa a la suficiencia de la demasía. Excelente aforismo que le regalo de onda a A.A.
Pero yo pienso en las vacaciones, en Mar del Plata en alpargatas, o Minessota en ojotas, o Florencio Varela en chinelas. No importa el destino, que más da, yo me quiero ir. En verano el trabajo de vender casas afloja un poco. Todos se han ido, sus propiedades están cerradas y no se pueden mostrar. Hasta Arizmendis se fue a Punta del Este y los ratones bailamos. Los ratones somos Zuloaga, el otro vendedor y yo. Que apoyamos las patas en el escritorio del jefe.
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