sábado, septiembre 30, 2006


MI ESPOSA LLORÓ DESPUES DE CHATEAR CON SU HIJA

Cuando llegué a mi casa a la noche encontré a mi mujer con signos de haber llorado: ojos enrojecidos, pañuelo estrujándose en su mano, mirada baja, horno y cocina apagados. Al principio no lo quieren reconocer. Hay que sacarles las cosas con tirabuzón. Será de Dios.
-¿Qué pasó?
-Nada.
-Vos estuviste llorando. No me podés engañar.
-...
-Dale, decime qué pasó sino tiendo a pensar lo peor.
-No pasó nada.
-¿Entonces por qué hablás como si estuvieras resfriada?
-Estaré resfriada.
-¿Quién te ofendió?
-¿Quién me va a ofender?
-¿Con quien te peleaste?
-Con nadie. Julio, no sigas.
-¿Quién se murió?
-¡Nene!, la boca se te haga a un lao.
-Estuviste chateando con la nena.
Estuvo chateando con la nena. Su silencio era un sí clavado. Siempre que chatea con Juliana terminan llorando las dos. Se extrañan. Todos la extrañamos. Cómo será que hasta el hermano la extraña. Cuando Juliana estaba acá se llevaban como Silvestre y ese perro bull-dog que no sé cómo se llama. Ese que siempre termina defendiéndolo a Tweety en detrimento del gato. Ahora que mi hija está en España, los hermanos se llevan bien. Se pasan horas conversando a través de la red. Pensar que uno ha luchado tanto para que fuesen unidos porque esa es la ley primera. Se necesitaba un océano en el medio (el Atlántico) para que comenzaran a quererse. Pero estábamos con que mi esposa había llorado después de chatear con su hija.
-¿Qué te dijo Juliana?
-Nada.
Va a ser difícil así. Lo sé. Insistí:
-Dale, Mariana. Te lo pido por favor.
-En serio, no me dijo nada en especial. Se mudó al nuevo departamento. Mandó las fotos.
-Eso es una buena noticia.
-Si, pero es fuerte. Es la primera vez que va a vivir sola.
-Bueno, si se peleó con la amiga que se haga cargo.
-Siempre la hacen sencilla ustedes.
-Ustedes ¿Quiénes?
-Los hombres. La nena está a trece mil kilómetros de su casa. Y sola. Sin su familia. Ni siquiera tiene a la amiga.
-Que yo sepa, nadie la obligó, nadie la mandó al exilio, no está desterrada, no es una refugiada...
-Bah, vos no entendés nada.
Mi hija Juliana hace un año que viajó a las Islas Canarias. Fue a trabajar y a “hacer su vida” Parece que sus padres la oprimían, o algo así. No la dejaban ser. Bah, esas boludeces que dicen los hijos. ¡Si le dimos todo! Como dicen Los Beatles en She’s leaving home (Ella se va de casa), hermosa canción que forma parte del extraordinario long-play llamado Sgt. Pepper’s lonely hearts club band:

LE DIMOS LO MEJOR DE NUESTRAS VIDAS
SACRIFICAMOS LO MEJOR DE NUESTRAS VIDAS
LE DIMOS TODO LO QUE EL DINERO PODIA COMPRAR
¿CÓMO PUDO TRATARNOS TAN DESCONSIDERADAMENTE?

Le dimos la plata para que se pagara el viaje a las Islas Canarias. Le regalé mi valija favorita, una Samsonite que ni Amira, mirá. Desde hace un año vive y trabaja allí. Pero Julianita no es feliz. Pensar que se fue del país porque no era feliz. En la Gran Canaria, que así se llama la isla, parte integrante del archipiélago de las Canarias (un profesor de geografía argentino diría el archipiélago del mismo nombre), mi joven hija de 23 años logró alquilar un departamento con el producido de su trabajo, cosa que aquí, en la República Argentina, no hubiera podido hacer con su modesto conchabo de promotora. En fin. Juli nos mandó por e-mail las fotos de su “piso”. Los argentinos llamamos piso a una unidad de vivienda bastante más grande. De hecho es tan grande que abarca todo el piso de un edificio. Por eso se llama piso. No la complicamos. El piso de Juliana, en cambio, es más bien pequeño.
-Y fijate que no tiene mesa. Acá en casa tenemos mesas hermosas...-le dije a mi mujer, mirando la de la cocina-.
-Bueno, se puede vivir sin mesas después de todo.
-Hay dos copas y una botella de bebida alcohólica. ¡Juliana estaba con un tipo pronta a emborracharse! ¡Seguro que tuvieron una orgia!
Dije orgia sin acento en la i porque a mi mujer le disgusta que hable mal. Pero por suerte trocó de la pena a la indignación. El enojo le quitó la lloradera. Me lo tiene que agradecer.


























viernes, septiembre 29, 2006

EL TESTAFERRO
Cuando llegué a la oficina estaba esperando el testaferro. Al martillero no le gusta que le digamos el testaferro. Pero no existe inmobiliaria que no tenga el suyo. Ahora bien, ¿qué es un testaferro? Martínez Aizpirtúa, por ejemplo, es un testaferro. Este es el testaferro de la inmobiliaria Arizmendis. El retrato a lápiz que vemos en la parte superior del presente trabajo se debe a mi compañero Zuloaga, que lo dibujó durante el acto de firma de un boleto de compra-venta (Luego sería retado enérgicamente por el martillero por no haber prestado atención al acto en el que estaba presente el vendedor, que a la sazón era su cliente) Este testaferro es un hombre que supo vivir épocas de esplendor y ahora está medio loco por haber perdido todo. En la República Argentina eso se da mucho. Hoy estás allá arriba, mañana le hacés compañía a Julio de Grazia en el fondo del mar. Un día lo fui a buscar a la casa, que tiene varios embargos y se la pueden rematar en cualquier momento. Estaba despatarrado en un sillón viendo un programa conducido por un estúpido de esos que se la pasan haciéndose los graciosos. El mando a distancia en la mano, siempre atento a la primera patinada del cómico para ejercer el derecho al zapping. Su hija estaba preparando la comida en la cocina. Cuando toqué el timbre dijo pase. La puerta no estaba cerrada con llave. Ya no temía a los robos o estaba loco. O ambas asimetrías a la vez.
-Hola Martínez Aizpirtúa –me acuerdo que le dije-
-¿Quién sos?
-De la inmobiliaria Arizmendis.
-Hay que firmar algo.
M.A. se incorporó trabajosamente. Tenía una cara de dolor que daba pena.
-Tengo que comprar una casa –dijo-.
-Si
-¿Cuántas tengo ya? –me preguntó-.
-No sé, eso sólo lo sabe Arizmendis y usted.
-Creo que son tres.
-Ahora van a ser cuatro, entonces.
Yo le veía el rostro vencido y me daba ganas de salir corriendo.
-Es un chalé en la calle G. Perelló.
El testaferro tenía que figurar como comprador de una casa casi derruida en Providencia. La iba a, abro comillas, comprar, cierro comillas, por dos pesos. Después el martillero las hace arreglar superficialmente y las vende por diez mil dólares por sobre el precio pagado originalmente. Pero el precio de venta, en este caso, no era de diez mil dólares con sesenta y seis centavos. Era mucho más.
/Es un chiste aritmético de escaso ingenio, veamos: si compró la casa por dos pesos, que vendrían a ser en dólares el equivalente a sesenta y seis centavos de dólar, conforme a la paridad actual que establece que un peso argentino vale tres dólares estadounidenses, y posteriormente la vendió por diez mil dólares por encima de lo pagado, que fueron sesenta y seis centavos (dos pesos), el precio de venta fue, en consecuencia, de diez mil dólares con sesenta y seis centavos/
Demasiado tonto.
El testaferro me preguntó cuánto le iban a dar por ese trabajito. Le dije que no sabía pero creía que serían algo de doscientos pesos, o doscientos cincuenta si el acto de la firma del boleto se alargaba.
La hija, que había escuchado todo, se asomó a la sala, no me saludó y le preguntó:
-¿Por qué tenés que seguir haciendo eso, papi?
-Porque me tienen agarrado de las pelotas, por eso. Porque no tengo trabajo. Porque, a mi edad no consigo nada. Porque esta casa tiene una hipoteca que hace un año que no pago, porque ya me comí la plata de la indemnización, porque... Mejor no sigo porque se te va a quemar la comida. Parece mentira, soy dueño de tres casas, y ahora voy a comprar una cuarta, y no tenemos ni para comprar un mísero vino.
-¿Por qué no compran los de la inmobiliaria la casa? –mientras se lo preguntaba al padre, la chica, que era bonita, me miraba a mí-.
-Porque se supone que ellos no tienen que figurar –le explicó Martínez Aizpirtúa-. Ellos la compran a través de mí porque si el dueño se entera que la casa la compra la propia inmobiliaria, es una falta de ética, o algo así. Ellos ni figuren en la compra. Además, así lo pueden convencer mejor al tipo de que venda por monedas. Le dicen que el mercado está bajando, que está todo parado, que se viene un quilombo bravo, que a la gente le van a sacar la plata, que se pudre todo, que el gobierno se hunde, que el calentamiento global, qué sé yo. Entonces el tipo le vende su casa a la inmobiliaria pero nunca se entera. Pensar que si yo quisiera...
-Si vos quisieras ¿qué?
-Nada.
Una vez dejado el mensaje, me fui de su casa con dolor de estómago. Martínez Aizpirtúa ahora es una persona desgraciada pero supo conocer buenos tiempos, es decir, que no siempre fue una persona desgraciada. Hay personas que nacen para ser desgraciadas y muy pronto se ponen la camiseta que dice desgraciado. Otros, primero, reciben el dulzor del éxito, dulzor engañoso porque te promete que siempre será así. El testaferro había sido ejecutivo durante más de veinte años en una empresa multinacional con sede en Sudáfrica. Ahora se lo ve siempre caminando con la vista clavada en el suelo, la ropa buena, pero maltrecha. Va con dos perros delgados, uno de ellos está enfermo. Tiene un único traje decente con el que se presenta a firmar los boletos de compra-venta en su carácter de testaferro. Su casa se cae a pedazos. Un día de estos se la va a comprar Arizmendis sin necesidad de conseguir un testaferro. Ahora Martínez está esperando en la oficina. Apenas me saluda. Zuloaga supo captar su desesperación.

















jueves, septiembre 21, 2006

UNA CENA EN CASA DE MI PADRE

Hoy fuimos a comer a lo de mi viejo. Vive a pocas cuadras de casa, en el barrio Providencia, calle L. Aufranc. No pude zafar. Las comidas en lo de mi papá son, en el mejor de los casos, tensas. Y todo por el maldito noticiero. Además hoy juega la be y me hubiera gustado quedarme apoltronado en el sillón y disfrutar de una de las máximas alegrías que te da la vida, el soccer. Pero padre está contento porque regresé a la inmobiliaria y ya no ando por allí como un zaparrastroso, llevando pizza o recogiendo las inmundicias vecinales. He mencionado en algún sector de esta monografía que mi papá es un militar retirado de ochenta y un años. Está casado en segundas nupcias con una señora que no es mi madrastra y a quien se la conoce como la negra. Padre pidió que estuviera toda la familia. Por toda la familia se entiende mi señora, mi hijo y yo. Tengo una hija que vive en el extranjero.
Una picadita es la manera cariñosa de recibirnos. Mi padre es hombre de ocultar los sentimientos como saben hacer los que se criaron en la soledad de los regimientos y durmieron con un tipo, o dos, encima (me refiero a esas camas triples, se entiende)

A la hora de la comida el hambre ha sido casi neutralizado gracias a lo sustancioso del copetín.
-¿Por qué no vino mi nieto? –pregunta padre mientras escancia el vino-.
-Está en la escuela –le contesto-
-¿Sigue en esa carrera?, bah, si se le puede llamar carrera.
Mi hijo estudia cine y para mi padre eso no es una carrera. ¿Y para mí? No quiero hablar de mi. Nadie le contesta ni intenta explicarle, menos mi esposa, que ya lo tiene calado. Yo también lo tengo calado pero algunos de sus comentarios todavía me zahieren. Algunas veces pienso que me quiere desafiar para que yo confronte. Si de chico le decía a todo que sí, por qué no volver a hacerlo de grande. Cuando estaba en la facultad algunas veces supe enfrentarlo y terminamos en inolvidables peloteras y mi posterior desahucio de la casa paterna, apenas munido (del verbo munir menem) de un bolsito preparado de urgencia por mi mamita y escuchando el clásico vilipendio: ¡ZURDO!
Mi viejo, a la hora de la cena, mira "el informativo”. No importa quién está sentado a su mesa. El informativo es sagrado, tal vez porque lo conduce Santo. Es un buen juego de palabras. Nada del otro mundo pero para un seis da. Santo es Santo Biasatti (mi papá lo llama Santos) Puedo asegurar que Biasatti come con mi papá todas las noches. Y conversan, discuten. Por lo menos mi viejo habla como si discutiera mano a mano con la televisión. O con Santo, que para el caso es lo mismo. Mira a la pantalla y parece responderle. Pruebas al canto (o al Santo. Otro juego de palabras pero de menor eficacia).
Santos: Kirchner convoca a los empresarios a que inviertan en la Argentina.
Padre: ¡Si! Los convoca pero no sé qué les va a decir cuando no tengan energía eléctrica para trabajar y después no les deje fijar los precios. Si esto es peor que el comunismo… ¿Qué empresario va a querer invertir acá?
Santos: Kirchner tocó la campana de la bolsa de New York.
Padre: Mucha campana, mucha campana y después acá despotrica contra todo lo americano. Muy valiente, como todos los zurdos.
Santos: Algunos bancos ya han instrumentado los créditos hipotecarios con cuotas similares a los alquileres.
Padre: ¡Si! A los alquileres de las mansiones en San Isidro. ¡No le mientan más a la gente!
Santos: Kirchner advirtió en las Naciones Unidas sobre el deterioro ambiental.
Padre: ¡Por qué no se fija en el deterioro ambiental del riachuelo que lo tiene a dos cuadras de la Casa Rosada! Hasta el olor a podrido le debe llegar. Negra, trae el queso rallado.
Santos: El ex represor Miguel Etchecolatz…
Mi padre pegó un respingo cuando escuchó la palabra represor y le ordenó a la negra que apagara el televisor. Yo tenía necesidad de pedirle que me alcanzara la quesera que su esposa había apoyado cerca de su posición. Me costó animarme. Yo sé lo que pasa cuando acercás un alfiler a un globo muy inflado (se pincha). Pero cuando acercás algo inofensivo, por ejemplo si lo rozás involuntariamente con una uña, también puede pincharse. Y mi padre estaba muy inflado.
-Padre… Me alcan…
-¡Represor! ¡Represor! ¡No saben lo que es la represión! Dicen que éramos una dictadura. ¡Ja! ¡Dictablanda éramos! Si hubiéramos hecho lo que…
-El queso, padre, el queso.
-Ah, si.
Y se sumió en un silencio que quebró cuando me preguntó cuándo íbamos a ir a la cancha a ver a nuestro equipo. Ahí me dí cuenta de que había recuperado el buen humor porque dijo el bicho colorado en lugar de Argentinos Juniors.

miércoles, septiembre 20, 2006



SUFRO DE ENANISMO

RESUMEN DE LO PUBLICADO: Volví a la inmobiliaria donde he trabajado tantos años que ya casi perdí la cuenta, amalaya.
Me acuerdo que entré de pantalones cortos. Fue un sábado a la tarde. Yo iba a jugar un partido de fútbol, ya estaba cambiado y con los Fulvence puestos. Arizmendis, el corredor inmobiliario a quien conocía porque le había vendido a mi padre la primera casa, me detuvo cuando pasaba frente a su oficina y me hizo entrar para ofrecerme trabajo.
Pero eso es pretérito indefinido. Hoy tenemos en venta los departamentos de un edificio mal llamado a estrenar ubicado en la calle M. Vivot del barrio Providencia. Zuloaga, uno de los vendedores de Arizmendis propiedades me lleva a ver las unidades por orden del martillero.
-Este edificio no es a estrenar –le dije mientras él manejaba su automóvil y parecía como ausente-.
-¿De qué?
-¿De qué qué? –le pregunté-.
-¿Cómo que no es a estrenar si el martillero dijo que era a estrenar?
-Te lo digo yo que hace añares que pateo estas calles. Este edificio es una clínica reciclada. ¿Vos no sabías?
-¿Qué cosa?
-Que antes era una clínica.
-No.
Me parece mentira que un tipo que trabaja en Providencia desde hace no sé cuánto ignore que este edificio no es a estrenar y que antes funcionaba la clínica privada del doctor Doluborsky. Pero en Zuloaga no me extraña tanto como para pasarme más de cinco segundos rascándome la punta de la pera. Siempre parece distraído. Cuando por fin cae del parral uno diría que el hecho de haberse dado cuenta no le interesa ni mucho ni poco. También es muy factible que no sea un problema de distracción sino que hay pocas cosas en la vida que percibe de primera intención, como si hiciese falta un segundo y aun un tercer estímulo de sus meninges para que entre en tema y sepa de qué corno está uno hablando. Y para eso se requiere paciencia. Mucha.
-Esto antes era una clínica.
Le repetí –las repeticiones son bien recibidas por esta clase de personas- mientras entramos por la puerta que todavía es una placa de chapa canaleta. Al ingresar me encontré sobre el marco saliente de la parte superior una especie de nicho donde vigilaba el enano de yeso fumador al que aspiro en breve a dar de alta para mi colección. Ya lo he mencionado anteriormente y por una lamentable errata atribuible a la urgencia de la entrega dije que el muñeco tenía en una pierna una venda “sanguilonenta”, barbarismo indisculpable que debe ser prestamente reemplazado por “sanguinolenta”.
Penetramos en el edificio donde unos obreros trabajaban en la colocación de un revestimiento sobre la pared de lo que será el pallier de entrada. Saludé y los muchachos devolvieron el saludo con distintos grados de cabezazos. Zuloaga comenzó a mostrarme los departamentos y así fue que distinguí el quirófano, donde alguna vez me extrajeran un quiste, y las distintas dependencias del hospital. El quirófano es el departamento más grande. La sala de enfermeras, el más pequeño. El que viene con la cocina más espaciosa es el que, precisamente aprovechó la que había en la antigua clínica. Pero los dormitorios son mínimos, dividieron en dos el cuarto de desechos patológicos. En fin, un reciclaje bastante caótico: una pared derribada por aquí, otra levantada por allá y todo así. El Constructor se las ingenió para inventar unos bonitos tres ambientes que, al decir del martillero Arizmendis, se tienen que vender como bola de fraile rellena de dulce de leche. En cualquier caso, ya me siento parte nuevamente del maravilloso mundo de la intermediación inmobiliaria. ¡A vender! ¡A triunfar! Basta de someter el físico a pruebas imposibles. Conservo una tos persistente a causa del frío que chupé arriba de la motito cuando trabajaba para la pizzería. Y no hablemos de mi cintura que aún no me permite caminar erguido.
Pero para jugar al fútbol nunca estás mal.
Me parece escuchar la voz de mi esposa.
Al salir del edificio le dije a Zuloaga que me diera una mano y me encaramé apoyándome en la pared de ladrillo a la vista para alcanzar al enano fumador, manotearlo y hacerlo mío. En ese momento salió un albañil que, al ver nuestro accionar, que no debe ser tomado como delictuoso puesto que me estaba apoderando de una res nullus (cosa de nadie), empujó a mi sostén lo cual me hizo caer de culo sobre la vereda avainillada.
-¡Al que toca al enano le corto la mano! –dijo el hombre de U.O.C.R.A. con involuntaria rima.
-Discúlpeme –le dije mientras me incorporaba y sacudía el polvo de mi pantalón-. No sabía que…
-Ese enano de acá no sale. Es el amuleto de todos los muchachos. Gracias a él la obra no registra ni un accidente. Lo queremos un montón.
-Se lo compro.
-Cuánto.
-diez pesos.
-Hecho.

lunes, septiembre 18, 2006



POSTALES DE UNA JORNADA INOLVIDABLE.
(Agradecimiento a El Gráfico por el original título)

Segundo triunfo consecutivo. Esta vez como visitante contra el Colegio de Podólogos. En la foto uno vemos a uno de nuestros hinchas caracterizados (no barra brava) mirando el partido preliminar. De visitantes no estamos llevando mucha gente, es cierto, aunque de locatarios últimamente tampoco nos estaba viendo nadie. Sin duda debido a nuestra errática marcha en el torneo. Pero el amable torcedor, padre de uno de nuestros jugadores, tuvo fe y viajó decenas de kilómetros para ser testigo de una victoria que hilvana un nuevo eslabón en esta impresionante cadena de triunfos (2). En el grabado número dos se observa al mismo tifoso y a parte del banco de suplentes. Falta el peludo Rodríguez, que en ese momento le formulaba un planteo al técnico (a este técnico le ha hecho más planteos que los militares al finado Frondizi). Según hemos podido reconstruir, los términos fueron éstos:
El Peludo: ¡Otra vez voy a ir al banco?
El técnico: Y… si.
El Peludo: ¿Y por qué?
El técnico: Y… hace dos partidos que no venís.
El Peludo: ¿Vos sabés la causa de mis ausencias?
El técnico: Si, inauguraste otra pizzería de tu cadena.
El Peludo: Exacto. ¿Y sabés lo que significa inaugurar una pizzería?
El Técnico: Si, que te regalan plantas, ficus y esas cosas. Peludo, está por empezar el partido.
El Peludo: Inaugurar una pizzería es ni más ni menos que darle de comer al pueblo, por si te parece poca cosa. Yo no trabajo de especulador en la patria financiera…
El Técnico: ¡Y qué querés! ¿Qué te declare ciudadano ilustre? No me rompas las bolas, peludo, dale, andá y sentate en el banco.
El Peludo: Estuve entrenando todos los días, te puedo asegurar que vuelo.
El Técnico: Entonces pedile a Harry Potter que te deje un lugar en su equipo. El juega a un deporte en que los jugadores van volando como boludos. No me jodas más, peludo, en serio, que me sube la presión.
Protagonistas estelares del partido fueron los hermanos Strugla. Nuestro conocido colorado al que mandaron al arco porque el golero titular se lesionó y el negro Strugla (los hermanos Strugla son conocidos como los hermanos Ñuls) que, aunque forma parte de la plantilla, no juega casi nunca con nosotros. Participa ya de dos equipos más y no tuvo inconvenientes en que lo anotáramos en nuestra lista de buena fe a condición de jugar sólo cuando no se superpusiera con sus otros campeonatos. Eso habla de la categoría de jugador que es el negro Strugla. Gracias a que lo suspendieron en los dos torneos a los que les da prioridad pudo venir con nosotros al campo que tiene el colegio de podólogos. Y jugó un partidazo que coronó convirtiendo el gol del triunfo. El colorado, por su parte, portero improvisado, atajó un penal. Qué duda cabe que los hermanos Strugla se transformaron en héroes de la jornada. Todo el equipo jugó un gran partido ante un Colegio de Podólogos cuyos jugadores son todos de buen pie. Dios sabe que he querido todo el tiempo evitar el chiste fácil, pero no era yo si no lo hacía.
Por último, el daguerrotipo tres testimonia el vicio repulsivo de uno de nuestros compañeros, que fuma antes y después de los partidos, y de quien no daré el nombre por razones de decoro y porque nunca me gustó ser batilana.
La nota de color la da el simpático ticket de estacionamiento que dan en la entrada al predio del Colegio de Podólogos.

sábado, septiembre 16, 2006

ENANISMO


Todos los días paso por el frente de una obra en construcción casi terminada. Sobre el marco de la puerta de entrada al edificio alguien colocó un enano de jardín. Parece una especie de cariátide humilde sin su correspondiente columna. El adorno debe tener no menos de cincuenta años y las huellas del tiempo se notan en su pérdida de color y en sus heridas. Me vendría de perlas para mi colección de enanos de jardín y anexos. Aun en el estado en que se encuentra actualmente. Algún albañil o aprendiz le colocó un gorrito, un pucho (¿un porro?) en la boca -lo que le da un parecido notable con un ekeko de la suerte-, y le envolvió una pierna con una venda sanguilonenta. El enano de jardín es una escultura superada por la mano artística de los obreros de la construcción que la supieron embellecer con sus aditamentos dramáticos. Y yo la deseo. Quiso el destino, ese loco, que bien pronto me acercara a cumplir mi anhelo.
Hoy he decidido volver a trabajar en la inmobiliaria de Roberto Arizmendis de donde me alejé para intentar empresas de servicios diversificados. Ahora eso es pasado. Mi último trabajo de recolección de tejas rotas parecía tener futuro pero una flor de multa de la municipalidad, por arrojarlas a la vera de la ruta, disminuyó notoriamente las ganancias. Un segundo problema se presenta con los vecinos de Providencia que no parecen dispuestos a determinados gastos superfluos. Hay gentes a las que no se les puede sacar un peso y eso que ostentan hermosos chalets, fulgurantes camionetas 16 y ropas de grandes marcas confeccionadas en importantes talleres clandestinos. Pero treinta, veinte, quince pesos para remover esos antiestéticos montículos no tenían. O decían que no tenían. Hoy, a casi dos meses del Ultimo Gran Granizo la mayoría de las veredas sigue mostrando los restos de la teja colonial. Pero estábamos en que había aceptado regresar a la inmobiliaria donde durante años pasara tanta mala sangre por culpa del viejo martillero. El reencuentro fue sencillo, breve y sellado con un abrazo de mediana presión. Testigos, uno de los vendedores (el otro renunció) y Zuloaga, que también es un vendedor.
-Mirá, Julito, no podías haber vuelto en mejor momento. Acabamos de cerrar con El Constructor para venderle el último edificio que levantó. Treinta departamentos de tres ambientes. Lo debés haber visto cuando repartías pizza, está en la calle M. Vivot.
-Ah, sí. Cuando repartía pizza y levantaba tejas rotas. Tiene un enano de jardín sobre el marco de la entrada.
-Si, no me hables. Les dije cien veces a esos imbéciles que saquen esa cagada.
-Yo me encargo, Roberto, no hay problema.
-¡Julito! Qué alegría que volviste, carajo. Ese edificio lo tenemos que vender rápido porque El Constructor nos lo dio a nosotros y a otra inmobiliaria que ahora no quiero nombrar. Eso sí, tenemos que cobrar el cuatro por ciento de comisión y dos puntos vana para El Constructor.
-Pero...
-Hay treinta y pico de inmobiliarias en Providencia. No podemos hacernos los exquisitos. Hay que agarrar lo que te dan. Vamos, Julito, qué te tengo que explicar a vos.
-¿Puedo ir a ver el edificio? –le pregunté-.
-Claro. Che, Zuloaga, acompañalo.
-¿Adónde?
-¿Dónde estabas, Zuloaga? Ponete las pilas ¿querés? Al edificio M. Vivot.

jueves, septiembre 14, 2006

APUNTES DE UNA VELADA ENTRE AMIGOS (II)
ANGEL BELTRAN SE RECIBE DE IDOLO
Desearía rebobinar y volver por unos minutos a la noche del sábado, aquella de la reunión en el quincho de mi amigo Ricardo Ditro para celebrar la victoria de nuestro equipo y comer jamón contrabandeado de España. Casi cuando la noche estaba en pañales geriátricos (sería la una de la mañana, hora avanzada para un cincuentón que jugó un partido completo de fútbol hacía solamente nueve horas) uno de los muchachos, Angel Beltrán, parecía estar buscando algo en su teléfono celular. Cuando lo encontró nos llamó y procedimos a arracimarnos en torno a la pantallita de cristal líquido, también llamada display, de su pequeño aparato. Unidos en una especie de scrum rugbístico intentamos ver pero apenas adivinamos el rostro de una mujer joven que parecía estar engullendo un conogol. Por un segundo nos dispersamos y corrimos en busca de nuestros anteojos. Así pudimos confirmar que no era ningún conogol. La siguiente foto, que pasó cuando el ohhhhhh se aplacó, era la de nuestro amigo y la chica ensayando una figura geométrica parecida auna silla vista de costado.
Luego ella sola, completamente desabrigada y tendida, imitando esta letra:
X
A continuación, ambos emulando esta cifra:
69
Angel Beltrán nos explicó didácticamente que las fotos que parecían tomadas por un tercero eran también obra de él, que había enfocado con su celular al espejo que saben tener estos lugares, donde el sentido de la vista participa exhaustivamente. En efecto, en todas las tomas en las que él era coprotagonista, excepto la del conogol, se le podía ver con la mano extendida y con el teléfono-cámara apuntando a lo que debería ser el espejo. Pasó una serie de tomas de gran realismo que arrancó entusiastas vivas y sobreactuadas genuflexiones. El ambiente de sana algaraza gobernó hasta el fin de la velada.
Cuando acabaron (las fotos), Angel nos explicó que se trataba de una alumna del colegio donde él ejercía como profesor dictando la materia sociales. Alguien le dijo que iba a terminar en cana y nos tranquilizó informándonos que era una escuela nocturna. Pero la mujer parecía lo bastante joven. Nos hizo callar y mostró la siguiente foto, era Angelito, ahora ataviado de impecable jacquet celeste llevando del brazo a una chica con vestido largo, pero de rosa.
-Son las fotos del cumpleaños de quince de mi hija.
Se emocionó y le rodaron dos lágrimas, una por lagrimal. Entre los seis que formábamos una sola cabeza para poder visualizar la pantallita, nos dividimos entre los que lo admiraron y los que sintieron vergüenza, dentro de este segundo subgrupo, podemos distinguir a los que a) sentían vergüenza por él, y b) los que sentían vergüenza por ellos mismos.
¡Angelito!
APUNTES DE UNA VELADA ENTRE AMIGOS (I)
MERLO EN PROBLEMAS - REVELACIONES -UN JAMON QUE ES UNA MANTECA

Estábamos en el quincho de Ricardo Ditro disfrutando de un auténtico jamón de Jabugo, chancho alimentado a bellota de encina o alcornoque y hierba, traído por Ricardo Ditro de uno de sus viajes, y viendo el partido en donde Racing perdió con Argentinos Juniors por tres a dos, tres goles de Nuñez. Eramos siete integrantes del equipo de fútbol del club de Providencia, cantidad reducida debido a que la invitación fue con escasa anticipación y además algunos muchachos no tienen permiso para salir solos los sábados a la noche. Es triste decirlo cuando se trata de personas que ya superaron los cuarenta y cinco años (algunos ya orillan los sesenta) La esposa y las hijas de Riqui permanecieron en la casa y no se aparecieron por el quincho. El anfitrión no las quiere por allí cuando están sus amigos, además se lleva pésimo con su mujer. A las hijas, en cambio, su padre les resulta indiferente. La rana Ferrario me dio el pésame por mi condición de subocupado primero, desocupado ahora. Los demás pusieron cara de circunstancia y me prometieron que la cosa ya iba a mejorar. A la rana le llamamos así porque se llama René, un nombre de pila dudoso que lo obliga a explicar a cada momento que su padre, hincha de San Lorenzo, así lo bautizó en homenaje al extraordinario jugador René Pontoni. René me ofreció trabajo en su empresa de pintura de edificios pero tuve que desistir porque padezco de vértigo. Ricardo, mientras cortaba y repartía lonchas de jamón a los comensales, dijo socarronamente que en este país nadie quiere laburar lo que me obligó a referir el origen de mi fobia, historia que sólo conocen el dueño de casa y Constancio Marceletti, que en una mano tenía un sandwichito y en la otra un cigarrillo encendido. Cómo fuma ese muchacho. Masticaba y sacaba humo por la boca. Eso es un asco porque el alimento se impregna de nicotina. No querría seguir porque me da náuseas de sólo recordarlo pero es inevitable mencionar que la nicotina le transmitía al chacinado un amargor que modificaba completamente su sabor. Me fui por las ramas. Hube de referirles a los cuatro muchachos que menos conocen de mi pasado (La rana Ferrario, Angel Beltrán, el oso Ribero y Carlos Díaz) cómo fue que contraje esa verdadera patología mental que se llama vértigo.
-Fue en unas vacaciones a Brasil –introduje, justo en el momento en que Argentinos marcaba el tercer gol y el entrenador Reinaldo Merlo sentía, a estar por su rostro descompuesto, que paso a paso se encaminaba hacia el cadalso-. Estábamos en un morro que daba al mar y mi señora quiso sacarme una foto al borde del precipicio. Pero quería que me fuera corriendo para atrás porque la cara me salía con sombra. Para atrás, para atrás, para atrás. Me corrí tanto para atrás que me caí por el acantilado.
-¡No! –dijo Carlos, que tenía la vista fija en el televisor, como todos. Nadie me miraba hasta que dije lo del acantilado- Estuve un mes en un hospital de Porto Alegre.
-¡Dejate de joder! –dijo el oso Ribero-
-Es verdad. Tengo las fotos –juré-
-¿Del hospital?
-No, de la caída, boludo.
-¡Andá!
-¡Salí!
-¡Andá a cagar!
No me creían. Salí del quincho, subí a mi auto y me dirigí a mi casa en el barrio de La Providencia, distante diez cuadras de la casa de Ricardo Ditro que vive en el barrio Providencia. No deben confundirse Providencia de La Providencia, estas dos poblaciones están separadas por las vías del ferrocarril y, además, la segunda, carece del servicio de cloacas.
Volví cuando el partido había terminado. Ricardo explicaba que el jamón de Jabugo lleva un proceso de curación de dieciocho a treinta meses, dato de interés menor, Carlos Díaz miraba los cuadros que había colgados en una de las paredes del quincho, cuadros de equipos de fútbol en su mayoría, en donde se podía ver a un Riqui más joven, más flaco y con unos pantaloncitos ajustadísimos, como se usaba en los ochentas. En una de esas fotos estábamos Constancio y yo. El oso Ribero seguía comiendo, Angel Beltrán buscaba algo en su celular, la rana Ferrario escuchaba a Ricardo y Constancio fumaba.
Les mostré las fotos de mi horrible accidente, que agrego a este expediente y solicito que sean incluídas como prueba número uno.
DE CUANDO ME CAI DEL PRECIPICIO
(Secuencia fotográfica exclusiva)

FOTO UNO: Una bella imagen pero la cara sale con sombra. Correte un cachito para atrás.




FOTO DOS: Me precipito por el precipicio.




FOTO TRES: Como testigos mudos, mi gorrito y la bolsa de plástico donde llevaba los juguetes de mis niños (el kit básico: pala, rastrillo y baldecito)

lunes, septiembre 11, 2006

JAMON CON EL QUE FESTEJAMOS LA VICTORIA DEL ULTIMO SABADO
Banco de suplentes y pajarillo errante
Campo de juego

UN CAMPO DE JUEGO QUE NO SERA UN BILLAR PERO QUE TAMPOCO ES UN POOL


Tarde propicia para la práctica de los deportes al aire libre
El astro rey se asoció al fútbol, pasión de multitudes

El público ya palpita el comienzo de la brega mientras agita estandartes y gallardetes.
Cuando al maestro José María Muñoz se le agotaban las florituras del comienzo de la transmisión daba paso al comentarista (Ardigó, Zavatarelli, Macaya Márquez, según fuese la época) para que, con verbo no menos rebuscado, pronunciara el “comentario previo”. Pero estas cuestiones sólo las podrían comprender aquellos que han pasado los cincuenta años como este grupo de entusiastas muchachos del club de Providencia que acaban de ganar su primer partido después de varios meses. La tarde, en efecto, era propicia y el astro rey se asoció, no cabe duda. Público, eso sí, no había, si no contamos como público a un pajarillo errante, de esos que beben agua de los estanques mas no de nuestras manos, y que, posado en el alambrado que divide al campo de juego de las vías del ferrocarril (foto), parecía observar a esos fatigados señores, pero que no lo hacía.

El equipo venció por dos a cero a un contrincante que padecía de las mismas dificultades físicas, atléticas, anímicas, prostáticas y cardíacas que el nuestro y algunas más, como por ejemplo, que no habían podido traer suplentes. Obsérvese la foto del banco desierto. Qué tristeza.
Otro hecho destacable fue que nuestro goleador al fin pudo convertir (un gol) después de dieciséis o diecisiete fechas, no recuerdo bien. Cuando le pregunto a él por la cantidad exacta me contesta qué te importa, imbécil. Era tal la algarabía (palabra patentada por el relator Muñoz) que nuestro compañero Ricardo Ditro nos invitó este mismo sábado a la noche a comer un jamón de Jabugo que guardaba para las grandes ocasiones. No pudo concurrir el plantel en su totalidad por compromisos previos (bautismos, casamientos, bar mitzvahs) Algunos tenían compromisos previos incluso al matrimonio (“cuando nos casemos olvidate de querer salir con tus amigotes cuando se te venga en gana”), compromisos que ciertas mujeres se encargan de renovar con increíble persistencia. De tal forma que fuimos solamente siete muchachos a comer ese jamón que, les garanto, estaba tan delicioso que me comí diez (10) sandwichitos. Nos aposentamos no en la residencia propiamente dicha de Ricardo sino en el quincho, adonde normalmente no acceden la mujer ni sus tres hijas, excepto en las reuniones familiares. En este encuentro ellas no tenían cabida, sencillamente por una cuestión de disimilitud de intereses. Este sábado teníamos que disfrutar de la victoria y también ver el partido de Rácing y Argentinos Juniors por la televisión que tenía colgada de un soporte metálico empotrado en la pared, en una ubicación que permitía la visualización tanto desde la parrilla como desde la larga y rectangular mesa de tabla sobre caballetes donde el dueño de casa cortaba las lonchas del chacinado con mano maestra y las distribuía a los seis apóstoles como el Señor Jesucristo hiciera con los suyos (aunque no era jamón de Jabugo sino pan) en ocasión de la Ultima Cena. Por la convocatoria tan de última hora el asador estaba cerrado y comimos solamente ese jamón de Huelva, auténtico jamón de pata andaluz, como lo certificaba la etiqueta o vitola que rodeaba la pezuña del malogrado animal y que Riqui me regaló por si tenía intenciones de iniciar una colección de vitolas de jamón. Mencioné en alguna oportunidad que soy un coleccionista compulsivo y cuando tengo dos objetos de una misma especie, eso supone el puntapié inicial para una nueva colección. Ese exquisito jamón color rojo púrpura nos estimuló la sed así que bebimos para saciarla. Algunos también lograron saciar la tristeza.

jueves, septiembre 07, 2006

OTRA VEZ DESOCUPADO
El negocio de recolección de tejas rotas me venía reportando un beneficio diario de casi doscientos pesos que repartía con mi amigo el oso Ribero, socio en el emprendimiento. Esta mañana me llamó cuando yo estaba negociando con la dueña de una casa el emolumento por el trabajo de remoción. Habíamos llegado con la vieja a un acuerdo interesante: diez pesos (no era un montículo considerable) y me daba un hermoso cisne-maceta de jardín, preciosa incorporación para mi colección de enanos de jardín y anexos. Sonó mi celular en el momento en que cargaba el cisne en el camión.
-Tenemos que cortarla -me dijo el oso-, me llegó una citación de la municipalidad por haber tirado los escombros en la ruta.
-Todos tiran los escombros en la ruta –me defendí- Acordate el día que estábamos corriendo por allá y encontramos un cadáver. ¿Dónde tiran los ladrones los autos una vez que los afanaron y desmantelaron? En la ruta. ¿Y los azulejos y sanitarios viejos de las casas reformadas de Providencia? En la ruta. ¿Y los animales muertos?
-En la ruta.
-Exacto. Así que no me vengan.
-No me importa nada. Acá tengo un acta por diecisiete infracciones. Se acabó el negocio, mandame al pibe con el camión y no te gastés la guita que la mitad de la multa te corresponde. Además, si seguís castigando así el físico el sábado no vas a poder jugar. Chau.
El chico de Ribero, chofer del camión donde juntábamos las tejas, experimentó una sana alegría cuando le dije que su trabajo se había acabado. Me llevó hasta mi casa, me entregó mi cisne-maceta y desapareció haciendo un peligroso derrape con el camión. Quizás era lo mejor –digo el final de la empresa de recolección de tejas rotas por el granizo, no el derrape-, yo padecía de terribles dificultades para moverme a causa de mi dolor de espalda, mis manos estaban espantosamente llagadas y mi cintura endurecida no me permitía desplazarme sino de costado, ladeado, como en falsa escuadra. Estos días sentí como que he envejecido veinte años o tal vez más. Mi señora recibió la noticia con alivio y me preparó una bañadera y un tazón con agua y sopa calientes, respectivamente. Casi ni me riñó al ver el cisne que ella juzgó simplemente como asqueroso.

miércoles, septiembre 06, 2006

ESCENA DE UN ENCUENTRO DE HOMBRES ARGENTINOS EN EL SIGLO XXI (21)

martes, septiembre 05, 2006

¿DEBEN LOS HOMBRES BESARSE ENTRE SI?

Cada vez que me encuentro con algún miembro activo del sexo masculino, a quien conozco, mi mente debe desentrañar la razón por la cual casi es una obligación saludarlo con un beso, aunque el individuo en cuestión no sea, por ejemplo, ni pariente cercano, ni amigo, ni mujer. ¿Qué especie de afeminada involución ha sufrido nuestra sociedad que hoy parece que no existe otra forma de saludar que no sea con un beso en la mejilla? Mi amigo Ricardo Ditro, enemigo declarado de la hipocresía, sólo les estampa besos a sus mejores amigos. No establece excepciones a ese principio salvo en el caso de que vayan hacia él y le busquen la mejilla. A los que son conocidos apenas les regala un apretón de manos. Y no me gusta el adverbio apenas. Apenas, no. El apretón de manos conserva un extraordinario prestigio cultural, olvidado en nuestra república, es un formidable saludo viril que sabe transmitir un sentimiento cuando éste es entrañable. Hay excepciones, como cuando la mano se da en forma blandengue, flojita, babosona. Cuando la presión es de moderadamente enérgica a muy enérgica, constituye, no lo dudemos, una perfecta salutación que no necesita de ningún otro aditamento ni contacto. El estrechamiento manual deber ser definitivamente reivindicado como saludo honorable y autónomo. No necesita nada más. El beso sólo debería estar reservado para nuestros padres, abuelos, tíos, primos, amigos y, por supuesto, mujeres, tan deliciosamente perfumadas, tan suavecitas, tan lampiñas. Riqui, mi amigo, cuando nos juntamos los integrantes del equipo de fútbol, discrimina claramente y para que a nadie le queden dudas lo que es amistad de conocimiento, camaradería de mera proximidad por identidad de intereses. De forma tal que, en un encuentro entre los veteranos del club de Providencia, es común observar que, cuando él llega, besa a unos y extiende la mano a otros, gesto que produce algún escozor entre besados y no besados. Esa actitud supone una declaración lisa y llana de a cuáles personas quiere y a cuáles no. A cuáles les tiene afecto y a cuáles indiferencia, en el mejor de los casos. Sin contar con que, a un par de ellos, ni los besa ni les extiende la mano. A esos hombres los ignora porque no los quiere ni un poquito, casi diría que los desprecia. Hagamos un cálculo sencillo, sujeto a verificación por alguien que sepa de aritmética: si yo tengo que besar a catorce compañeros de equipo, eso significa que ellos también me besan a mí, que me devuelven el beso, lo que da 28. Si multiplico 28 por 14, que sería la cantidad de jugadores que integran un plantel, entre titulares, suplentes y técnico, eso me da 392. 392 besos en un encuentro que se supone de hombres, de machos que van a practicar el deporte viril por excelencia, me parece un exceso de ternura incompatible y extemporáneo. Es para pensarlo. Adiós y muchos besos.

lunes, septiembre 04, 2006

LA TERNA ARBITRAL COMPRUEBA EL ESTADO DEL TERRENO DE JUEGO
Aquí se observa cómo el árbitro y sus asistentes verifican in situ que es imposible jugar al fútbol en un terreno que luce muy blando causa de la lluvia caída durante la víspera. Nótese que uno de los líneas ríe (porque podrá aprovechar la tarde del sábado para dormir una buena siesta
), mientras que el otro ¡usa anteojos!

SABADO SIN DERROTA (SE SUSPENDIO POR LLUVIA)

Mi cuerpo estaba diezmado por la jornada anterior cuando paleé hasta caer desfalleciente para quitar los restos de tejas pulverizadas por el granizo que aquejó a Providencia en el mes que lleva mi nombre. Me dolía todo y dudé de mi presencia en el partido del sábado pero gracias a Dios se suspendió por la lluvia caída el viernes. En la maqueta adjunta se puede apreciar el momento en que la terna arbitral constata que el campo de juego es un fangal o lodazal, una verdadera ciénaga, y además verifica que la pelota no bota, por lo que decide que el partido no debe jugarse.

viernes, septiembre 01, 2006



EMPRESA DE REMOCIÓN DE TEJAS DESTROZADAS POR EL GRANIZO

Una vez más salí a la calle a buscar la vida, esta vez acompañado del hijo del oso Ribero, que no parecía contento por el madrugón. Detuvimos el camión junto a la primera montaña de teja molida. Me apeé, toqué el timbre de la casa, salió una señora de aproximadamente cuarenta años. Le dije:
-Buenos días señora ¿no quiere que le saque los escombros?
-¿Cuánto me cobra?
-Treinta pesitos.
-No, gracias.
-Señora, le aseguro que no es plata. Usted no se da una idea de cómo se afea su bonito frente con este montículo.
-No se lo niego, pero treinta pesos me parece una barbaridad. Mi marido me lo haría gratis si tuviese ganas.
-Bueno, le puedo hacer una rebaja. Veinte pesos y no discutamos más.
-Quince.
-Hecho.
Yo sabía que los treinta serían difíciles de conseguir en este barrio de clase media cuidadosa del dinero. Y más después de la debacle del 2001, en el que se experimentó un proceso tal de pauperización que llevó a que muchas familias tuvieran que achicar gastos en forma dramática. Por ejemplo, no pagar más el cable y engancharse. ¡Pero no es el caso de esta mina que tiene una espectacular cuatro por cuatro estacionada en el frente! Saqué la pala de la caja ubicada en la parte posterior del camión y comencé a trabajar, al principio con energía hasta que reparé en que, a ese ritmo podía caer muerto de un síncope o algo parecido. La segunda casa con escombros estaba al lado de la primera. Recuérdese que dije que el ochenta por ciento de las propiedades en Providencia habían sufrido los efectos del granizo. Creo que me quedé corto. Allí pude cerrar a veinte pesos y eso que el inmueble parecía un poco más humilde que el anterior y el coche estacionado no era una multiplicación. El negocio marchaba viento en popa pero comenzó a dolerme la cintura y me costaba un potosí agacharme. El recorrido nos llevó necesariamente por la calle L. Aufranc que es donde vive mi padre. Había teja molida en su vereda. No podía saltearlo por la simple circunstancia de que allí morara el anciano militar retirado. No hubiese sido profesional. Toqué el timbre. Salió él. Me vio vestido con mis peores ropas y ya con signos de agotamiento y suciedad. Mi pelo estaba colorado como el del colorado Strugla. Resollaba como un caballo y expectoraba con una tonalidad púrpura como si fuera un pianista tuberculoso.
-¿Qué hacés acá, hijo?
-Estoy removiendo la teja rota de las casas y vine a sacarte las que tenés acá.
-¿Y ese camión?
-Allí es donde pongo el material.
-¿Y por qué lo hacés, Julio? ¿Es alguna especie de labor comunitaria para una sociedad de fomento, o algo así?
-No, padre, es mi nuevo trabajo.
-¿Estás paleando teja con fines de lucro?
-Si, padre, pero a vos no te voy a cobrar nada.
-Vos me querés matar, no cabe la menor duda.
-No, padre. Renuncié a la pizzería.
-Vos sos ingeniero agrónomo. Te recibiste con las mejores notas. Todos los días te lo tengo que recordar. Si me hacés esto porque te acosa un viejo resentimiento que nace de la circunstancia de haber tenido un padre un poco exigente, lo puedo comprender aunque no justificar. Ahora, si lo hacés porque no querés que llegue a los ochenta y uno, entonces vas por buen camino.
-Padre, es un trabajo digno, estoy prestando un servicio que la gente realmente necesita. La municipalidad no se ocupa. Alguien tiene que ocupar los espacios que deja el estado ausente. No me podés negar que está feo Providencia con tanto escombro acumulado aquí, allá y acullá.
-Pero ese trabajo lo tiene que hacer alguno de esos vagos que cobran el plan jefas y jefes o algún desocupado borracho que necesita vino y te hace el trabajo por lo que vale un Tupungato. No vos que te criaste con una educación y un ejemplo. ¿Por qué te lo habré permitido cuando te negaste a estudiar en el colegio militar, Dios?
Paleé la teja, los restos de rubber oil y madera podrida y me fui, lamentando haber disgustado tanto a papá, que entró en la casa encorvado y casi llorando.
La recorrida por Providencia tuvo varios encuentros con gentes conocidas. Muchos de ellos, quizás porque les avergonzaba discutir el precio de mi servicio, se avinieron a pagar los treinta pesos. Pero sus rostros mostraban una infinita lástima. Y tal vez un sentimiento saludable de superioridad económica. Al mediodía habíamos logrado una ganancia neta de setecientos ochenta y cinco pesos pero tenía las manos horriblemente llagadas, el dolor de la cintura me impedía enderezarme y la tos por haber aspirado el polvo de ladrillo, se presentaba en un acceso tan violento que mi rostro estaba rojo por el esfuerzo, además de por el polvo.
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