jueves, agosto 31, 2006



REMUEVA LAS TEJAS ROTAS QUE AFEAN SU HOGAR
La granizada caída el mes pasado supo averiar automóviles, casas, cabezas de seres humanos, palomas y gorriones, además de, me consta, algunas nalgas de damas. Los hombres se preocuparon más por sus vehículos que por sus casas. Y las mujeres se desesperaron ante la entrada del agua que dañaba sus parquets y sus muebles. Los chalets de estilo californiano, que adornan el bonito barrio de Providencia, donde desempeño la mayoría de mis actividades, han sufrido como pocas comunidades por efecto de estas piedras congeladas que se ensañaron con ellos, como si alguno de sus pecados mereciera un severísimo castigo de arriba.
Hoy caminaba por las calles del barrio y reparé en que, junto a la vereda de, por lo menos, el ochenta por ciento de las casas, había una montaña más o menos considerable de tejas coloniales rotas. Esos restos colorados (ver imágenes exclusivas) documentan la furia del granizo sufrido el último Julio. Al ver este paisaje se me prendió la lamparita, lucidez propia de quien se ha pasado años imaginando (no me gusta tanto el verbo pergeñar) negocios y vendiendo servicios. No en vano he trabajado durante tanto tiempo en la inmobiliaria Arizmendis, que hoy reclama mi vuelta. Para dar forma a mi emprendimiento hacía falta conseguir un camión y luego salir a recorrer las calles de Providencia y La Providencia –este último queda pasando las vías y no tiene cloacas-, para ofrecer al vecindario el servicio de remoción de tejas coloniales molidas, por un estipendio razonable. Fui en busca de mi amigo el oso Ribero, compañero en el equipo de fútbol. El oso tiene un camión destartalado pero que funciona. Nunca lo usa y allí duermen sus perros. Le ofrecí a él formar parte del negocio pero se negó porque las obligaciones en su taller mecánico se lo impedían. Le detallé en pocos trazos la ganancia estimada, calculando que por cada remoción podríamos ganar hasta treinta pesos y terminó por mandarme al vago de su hijo como chofer. Cerramos el trato al cincuenta por ciento para cada parte, él pone vehículo y conductor, yo la idea y la mano de obra. Me encantaría decir el know how pero todavía no sé muy bien qué significa. Empezaremos hoy, a la hora en que las amas de casa ya estén despiertas y lúcidas. En el peor de los casos bastará sólo con que estén despiertas. Y presentaré la renuncia indeclinable en la pizzería porque no puedo seguir tomando frío por tan poco, una tos persistente amenaza con volverse crónica.







martes, agosto 29, 2006


ÑOQUIS TRICOLORES

Mi esposa preparó sus exquisitos ñoquis tricolores, una especialidad de su amplia paleta gastronómica. Cuando uno se encuentra con platillo tan polícromo imagina una comida relajada, tranquila, silenciosa. No fue el caso. Mariana me dijo que ya no soportaba mi trabajo, que se avergonzaba de mí, que sus vecinas y amigas la miraban como si se hubiese quedado viuda y algunas llegaron a ofrecerle comida y ropa usada, que por favor basta de repartir pizzas (y empanadas). Le dije que el problema no era ser delivery boy sino el escaso salario que se gana, que si me pagaran cinco mil dólares no diría nada, y sus vecinas y amigas molestarían a sus propios maridos poniéndome como ejemplo y elogiando la brillante carrera que estaba haciendo en La Muzza Inspiradora, que así se llama la pizzería en cuestión. Finalmente logré tranquilizarla con la promesa de que en poco tiempo dejaría este trabajo y conseguiría algo mejor. Me preguntó si pensaba volver a la inmobiliaria donde estaba antes de renunciar. Le contesté que eso nunca. Se enojó mientras me servía un segundo plato y me espolvoreaba queso reggianito (para mi esposa, la comida no tiene nada que ver con las discusiones, tranquilamente me puede alimentar e insultar al mismo tiempo)
El dueño de la inmobiliaria me llama casi todo los días a través de alguno de los vendedores. Pero no quiero volver. Cuando más viejo, el martillero Arizmendis se vuelve más cínico. Recuerdo que, cuando alguien en la oficina utilizaba el término "ética", él se ponía nervioso. Esa palabra le molesta. Dice que no es una palabra operativa. Que cuando uno está intentando vender una casa se tiene que olvidar de ese concepto.
Pero ¡qué exquisitos ñoquis!

lunes, agosto 28, 2006

UN EMPATE CON SABOR A TRIUNFO

Después de una cantidad insoportable de partidos perdidos y sin goles a favor el equipo logró empatar y, lo mejor, conseguir un gol. Lo convirtió el colorado Strugla. Fue un verdadero golazo de chilena con el que empatamos en uno y ese fue el resultado definitivo. Lo celebramos como si hubiera sido un triunfo en la final del mundo. Pero el fútbol es así, las derrotas se sufren como si fuera el fin del mundo. Fue un centro del oso Ribero que le cayó justo al colorado que, ni lerdo ni perezoso, como decía el finado Muñoz, le dio de chilena ante la sorpresa de su marcador, que creo que le dicen Crespito. El arquero contrario, un muchacho apodado el enano debido a su baja estatura, no pudo hacer nada porque la pelota le entró por arriba, que es, precisamente donde defecciona. En la maqueta queda explicada la naturaleza de la maniobra, desde dos ángulos diferentes, para una mejor comprensión. El modelo a escala toma el preciso momento en que el colo Strugla ya lanzó el balón que, a la sazón, ingresará al arco por encima del cuerpo del enano. El partido se jugó en un club muy bonito de Vicente López con importantes chalets a la vera del campo de juego. Y cuando finalizó la brega, los jugadores, superando viejas inquinas, antiguas diferencias, añejos litigios, nos abrazamos, nos palmeamos y nos besamos. Hasta el peludo Rodríguez y mi amigo Ricardo Ditro, en apariencia enemigos irreconciliables, se confundieron en un abrazo. Tal vez lo hicieron, precisamente, porque se confundieron.



Obsérvese desde este otro ángulo de visión, cómo el colo, desde la media luna del área grande, despide una chilena más magnífica que Cecilia Bolocco. El balón entrará de vaselina en la puerta del golero conocido como el enano. Un golón. 1 a 1 y puntito que viene de perlas para salir del fondo de la tabla.

viernes, agosto 25, 2006

COLECCION DE POSAVASOS
(47 carpetas)

He defendido a rajatabla mi derecho a que las colecciones permanezcan intactas y no se les dé la utilidad para la cual los distintos artículos han sido creados originariamente. A un filatelista jamás se le ocurriría extraer una estampilla de su colección para enviar una carta, vamos. Así están las mesas y mesitas de mi casa, debo reconocer, con centenares de aureolas que han deteriorado severamente la madera.



COLECCION DE SEÑALADORES
(31 Carpetas)

Lo paradójico es que a veces, para marcar las hojas de los libros, utilizo trozos de papel higiénico enrollado.
MI COLECCION DE AZUCAR

Qué se puede decir de una persona que colecciona sobres de azúcar. Desde demente para abajo le cabe cualquier calificativo desdoroso. Lo hablé mucho con mi analista y ella me brindó algunas claves para que las trabajara. Hoy puedo afirmar con orgullo que he logrado sacar afuera como la primavera esta colección que hasta ahora nadie ha conocido. Veinticinco carpetas con sobrecitos de azúcar no es poca cosa. Mi mujer, cuando le mostré mis carpetas, llegó a la conclusión de que allí había más azúcar que en una despensa de mediano porte. Obsérvese, como curiosidad, que dentro de esta hoja, que extraje al azar de uno de mis dossiers, hay un sobre de sustituto de crema para café. Debo confesar que tuve alguna vez la intención de iniciar una colección de sobres de sustitutos de crema para crema para café pero mi proveedor, el amigo Ricardo Ditro, que se la pasa viajando, me convenció de lo contrario y me dijo que ya no encontraba más lugar en sus bagajes para traerme todas las porquerías que yo le pedía.
NOTICIAS DE MI AMIGO DESDE CROACIA

Hoy he recibido un e-mail de mi amigo Ricardo Ditro que está en Croacia trabajando para una guía internacional de restaurantes. Miren ustedes qué lindo currito. Viaja a todos los sitios del mundo, se mete en los restaurantes donde lo manda la editorial y come y bebe un poco de cada especialidad que hay en la carta. Después elabora un informe con una calificación final y se vuelve al país. Hay gente que tiene suerte.
“Querido Julito: hoy ya me vuelvo. Estoy en Dubrovnik. Tuve que calificar un restaurant de acá que se llama Orsan. Como sabrás, Dubrovnik está en la costa del mar Adriático. Me harté de pulpos, sopa de ostras, risoto negro, calamares. Ahora casualmente estoy acá en el Orsan ,que forma parte del yacht club de Dubrovnik chupando un aperitivo que se llama Pelinkovac, es un licor croata de hierbas. Se saca fundamentalmente del pelin y otras hierbas de Dalmacia. Uno siempre aprende algo. Lo complicado es el tema de los aeropuertos. Ahora te preguntan si llevas algún líquido. Le dije a la mina de migraciones que llevaba el líquido cefalorraquídeo, pero se lo dije en castellano no fuera cosa de que se chivara (siempre fui medio cobarde). No te llevo nada para tus colecciones, a lo sumo alguna cajita de fósforos, un posavasos, el del restaurant y sobrecitos de azúcar, pocos. No me acordé qué otras cosas coleccionabas pero no me gusta andar con mucho valijerío por un viaje tan corto. Además ya va siendo hora de que tu terapeuta te cure esa pendejada del coleccionismo. Creo que, con suerte (¿con suerte?), voy a llegar para el partido. Espero que el peludo Rodríguez no juegue. Podría pasarle algo, por ejemplo caerse de un acantilado. Pero no que se muera, yo no le desearía la muerte a nadie. Soñé que esta vez no perdíamos. Que el partido se suspendía por lluvia. Te veo el sábado. Espero que siga bien tu trabajo de delivery boy. Supongo que ya te habrán ascendido, ahora serás el que le hace los nudos a las cajas o algo así. Un abrazo. Ricardo”

miércoles, agosto 23, 2006

COMO DECIRLE A MI PADRE QUE TRABAJO DE DELIVERY BOY
Peor sería decirle que soy chorro. Pero a los 53, con una carrera, una familia, una casa en el barrio La Providencia y un trabajo de más de veinte años en Providencia, seguro que se lo toma a mal.
Mi trabajo de repartidor de pizzas necesariamente me lleva a hogares cuyos dueños o locatarios se sorprenden al verme. En lugar de ensayar una explicación poco creíble prefiero en todos los casos decir la verdad, que estoy en el negocio de logística alimentaria provisoriamente, hasta que aparezca otra cosa. Lo peor es soportar las caras de conmiseración. Piensan que estoy en la bancarrota. No me importa. Muchos me dicen que no puede ser que lo único que alguien como yo consiga sea un empleo tan mal pago y tan ingrato, especialmente por todo el frío que se absorbe por boca y oídos. Ni hablar de los sabañones. La principal consecuencia de mi nueva actividad es que todo Providencia, Providence y, en menor medida, mi propio barrio, La Providencia, se enteraron de que el ex gerente de la inmobiliaria Arizmendis todas las noches monta su motito y lleva a los hogares providenciales los pedidos de la pizzería La Muzza Inspiradora. Pero la verdadera prueba fue llevar pizza a la casa de mi padre. Cuando la esposa del dueño de la pizzería me dio el papelito que decía “L. Aufranc 679, una chica de muzzarella y dos empanadas de carne” me preparé para lo inevitable, un gran disgusto para el viejo. En la calle L. Aufranc 679 vive mi padre con su segunda esposa. No encontré una explicación que no lo dañara. Sabía que eso es imposible, el hombre tiene ochenta años y es militar retirado. No fue sencillo.
-¡Hijo! ¿sos vos? -me reconoció aunque yo tenía puesto un pasamontañas-
-Si, padre. No te asustes.
-¿Te compraste una pizzería?
-No, padre. Soy un simple repartidor.
-¿Te echaron de la inmobiliaria?
-No, me fui por propia voluntad. Acá está tu chica de muzzarella y tus dos empana…
-Vos estás loco. Si no te da ni un poco de bochorno lo que estás haciendo es porque definitivamente has perdido la chaveta. ¿Qué dice tu mujer?
-Nada.
-¿Y Matías? No me vas a decir que mi nieto no está avergonzado de tener un padre que reparte pizza. ¿Cuánto es?
-Ocho pesos. Es hasta que consiga algo mejor. Lo comprende. Los chicos son más abiertos que nosotros.
-Si, y mientras tanto que todo Providencia vea que un hijo del coronel reparte pizza con una motito. Ojalá y no te rompas la crisma antes de que recapacites. ¡Vos sos un ingeniero agrónomo, Julio! El estado te ha pagado la carrera para que tengas tu título arrumbado y trabajes de pizzero. Así estamos en este país. Qué sentido tiene destinar tanto presupuesto para la educación. Para que después los mequetrefes, los nenes de papá, tomen las facultades o repartan pizza. Tendrían que ser pagas las universidades, ahí sí que íbamos a ver. Inexplicable lo tuyo, Julio. Tomá diez pesos. Guardate el vuelto.
-Gracias, padre.
Dos pesos de propina está mejor que bien.

martes, agosto 22, 2006

NO ACABA LA SERIE DE FRACASOS

Le pedí la motito a mi amigo Ricardo en el vestuario mientras nos quitábamos la ropa de calle. El ya estaba enterado de que yo estaba trabajando en la pizzería La Muzza Inspiradora y que mi herramienta de trabajo había quedado averiada después de un accidente.
-Te la presto, pero vení a buscarla hoy porque mañana me voy a Croacia.
Y seguimos cambiándonos porque el partido estaba por comenzar.
Ahora imaginemos la música de una marcha militar estadounidense, por ejemplo Semper Fidelis, mientras comienzan a llegar los jugadores al campo de juego. Apelo a la imagen de la marcha puesto que para la edad de estos players , que ahora dan pequeños saltitos mientras flamean sus abdómenes, ese es el marco musical que corresponde. En los cincuentas y sesentas los programas deportivos en general y las transmisiones futbolísticas en particular comenzaban con marchas estadounidenses como Semper Fidelis o Stars and stripes. Desde hace más de veinte años la música que caracteriza al fútbol es una composición del músico griego Vangelis que constituye la banda musical de la película Blade Runner protagonizada por Harrison Ford. Este dato me lo pasó mi hijo Matías, que es un avanzado estudiante de la carrera de cine. Ahora bien, no digo que uno sienta en su interior esa música cuando sale a la cancha pero casi. Aun a la edad de cincuenta y más, en algún segmento de su participación futbolística, contando desde que se mete en el vestuario para cambiarse y ponerse los cortos, hasta que salta al field y ensaya esos movimientos un poco ridículos que llevan la intención de evitar los problemas musculares, el futbolista amateur, en algún momento de su desempeño siente que es un jugador de verdad, me refiero a uno de esos que aparecen en la televisión o en los estadios y, aun sin quererlo, copiará muchas de las conductas y las frases que la cultura de la transmisión televisiva tiene para ofrecer.
Es justo decir que dos o tres muchachos de mi equipo conservan un cuerpo bastante aproximado al de la edad juvenil. Es el caso de Constancio Marcelletti, cincuenta años, canoso. Pocos kilos más que cuando era joven pero con el organismo malogrado por cincuenta cigarrillos diarios. Con todo, su porte lo hace parecer a un deportista. Los demás cargamos como podemos nuestras prominencias y cada uno trata de entrar en calor sin fatigarse prematuramente. Hay que señalar que nuestros partidos no despiertan ningún interés debido a nuestra ubicación en la tabla de posiciones y la manera horrible que tenemos de jugar. Nadie nos ve, ni nuestros hijos, ya adolescentes o en camino a la adultez, a los que les cuesta bastante tener que vernos en la vida diaria, cómo no se van a resistir a ser testigos de nuestros esforzados y estériles despliegues. Ahora nosotros saltábamos y movíamos los brazos de arriba abajo hasta que llegó el preparador físico y nos indicó una rutina de precalentamiento que a muchos nos diezmaba las escasas energías que guardábamos para la brega. El team estaba con los ánimos en su nivel más bajo por una seguidilla de derrotas. No estábamos seguros de que viniera Ricardo, que había bajado bastantes puntos en la consideración de sus camaradas luego de las ofensas proferidas al peludo Rodríguez. Algunos, sin embargo, cuando lo vieron llegar con su colorido bolso, lo recibieron con señales de cariño. No me refiero a los besos, de hecho, no incluyo al ósculo entre hombres argentinos como muestra de cariño. En mi opinión, el beso, en la cultura nacional, es un saludo como cualquier otro y no significa necesariamente una muestra de afecto. De forma tal que, uno tranquilamente puede odiar a alguien e igualmente saludarlo con un lindo chuponcito en la mejilla, como fue el caso de Ricardo y el peludo Rodríguez, que tan pronto se tuvieron cerca, mientras daban una de las carreritas propias de la calistenia, se saludaron con un besito aunque sin palabras.

EL PARTIDO

Los primeros movimientos dentro de la competencia son de una torpeza que causaría vergüenza de no ser porque, como ha sido dicho, la concurrencia de público es inexistente. Ni siquiera estaban aquellos dos o tres viejitos que tienen por todo entretenimiento ir a los partidos del club. Este sábado hacía demasiado frío. Los pases eran ejecutados con la imprecisión propia de quien ha bebido o padece de serios trastornos neurológicos. La pelota se fue afuera apenas cumplidos cinco segundos del inicio de la brega. Aquellos que pasaron mal la pelota durante los primeros minutos, por ahora, recibían un contemporizador no importa no importa. Pero cuando se equivocaban más de tres veces, los no importa no importa comenzaron a escasear y nos costaba mucho ahogar esa puteada que pedía salir. Al peludo Rodríguez, como siempre, le tocó ir al banco de los suplentes a la espera de que alguien se lesionara, se ahogara o se muriera. Eludí de contar el desgraciado momento previo en que, enterado que fue de su momentánea exclusión del equipo titular, ensayó un escandalete con ribetes de niña malcriada que fue recibido por el director técnico Máximo Rolón como si se le hubiese posado una mosca sobre su saco de cuero, esto es, que no le hizo ni mucha ni poca mella. Tampoco faltaban en el banco los que, con el afán de ganarse la simpatía de Rodríguez, actuaban una sorpresa por la, abro comillas, injusta, cierro comillas, exclusión.
-Cómo te sacan a vos, peludo, hoy que necesitamos hacer goles –dijo uno que se hacía el compungido y cebaba mate-.
-Pst –contestó el peludo con modestia-.
Entretanto el partido continuaba y nuestro equipo no lograba dar pases, que es el abecé del soccer. Obsérvese que digo no lograba dar pases y no no lograba dar dos pases. Dos pases para nuestro equipo es una quimera. Algunos no los daban porque no les interesaba ese asunto de pasarle la pelota al compañero, quizás porque en algún rincón de su juventud, el egoísta poseería algo de habilidad para la finta y la gambeta, hoy irremisiblemente perdidas. De modo que intentaba sortear a los adversarios sin reparar que resultaba más sencillo entregársela a ese compañero que estaba tan cerca, dispuesto a recibirla y desprenderse de ella o, en todo caso, a perderla pero con la intención honesta de darle buen destino. No hubiese correspondido, eso sí, que me la diera a mí porque, si bien mi adversario más próximo estaba a dos metros, el lapso desde que yo la recibiera hasta que la pasara era suficiente para que me la quitaran a causa de mi lentitud mental para decidir qué hacer. Pero ahí estaba Ricardo, el mejor, el más hábil, el que acreditaba superior estado físico, a despecho de sus desarreglos. Mi amigo Riqui Ditro estaba siempre a la espera de recibir el útil, que muchas veces llegaba a él más por una circunstancia fortuita del juego que como consecuencia de un pase voluntario. Y allá lejos, más lejos todavía, nuestro goleador Constancio Marcelletti, con una sequía para convertir que ya llevaba quince partidos. Son demasiados, hay que reconocerlo. Un goleador que durante quince juegos no convierte no merece ser llamado más goleador. Es como la mujer que al amor no se asoma, que, bien sabido lo tenemos, no merece llamarse mujer. Ahora yo pregunto: ¿ante otra jornada impotente, era pertinente sacar del partido a Marcelletti para ponerlo al peludo? Con un resultado de tres goles en contra poco es lo que se puede intentar para revertir situación tan dificultosa. Más tarde el peludo diría que lo mandaron al muere. Necio. El equipo ya está muerto y espera pacientemente la cristiana sepultura. De cualquier modo, Rodríguez tuvo su situación propicia cuando Ricardo dejó atrás al marcador de punta y el golero contrario salió apresurada y equivocadamente del arco. De tal forma que, cuando Riqui envió el centro débil, a ras de suelo, bien débil porque pateó mordido y este concepto sólo un futbolero lo entiende, la redonda le llegó al peludo que esperaba en la posición de nueve pisando el manchón donde se ejecutan los penales, solo porque los otros defensores se encontraban lejísimos, nadie sabe por qué aunque parte de la explicación es que un hombre de cincuenta años corriendo siempre llega tarde a todas partes. Pues bien, solo y su alma, el peludo Rodríguez le pegó más arriba del alambrado que divide la cancha grande de la cancha chica, un tejido de más de cuatro metros. El balón terminó en un partido de otro campeonato, como si fuera un intruso. El reemplazante de Marcelletti volvía a perderse un gol imposible como dos sábados atrás. Y de nuevo el recuerdo del gol perdido por el jugador español Julio Cardeñosa contra Brasil durante el mundial del 78. No lo describiré aquí pero, al igual que nuestro peludo, el jugador de la selección que dirigía Ladislao Kubala, falló un gol a puerta vacía tras trompicarse (al decir de un diario español) Pero el peludo ni siquiera tienen el atenuante de haberse trompicado. Luego la selección ibérica quedó eliminada debido a la racañería goleadora y su juego apático.
Ya en el vestuario, con el resultado sentenciado de 0 a 3, dio la casualidad de que Ricardo Ditro y el peludo Rodríguez quedaran uno junto al otro, sentados en el banco mientras se quitaban medias y vendas. Mi amigo Riqui, sorprendentemente, mostraba un rostro simpático y dulce. Le dijo al peludo con una voz amable y casi tierna.
-Voz, peludo, tendrías que probar de jugar como lanzador.
-¿Te parece?
-Yo creo que sí. Si sos un vómito...

viernes, agosto 18, 2006

MI JEFE NO ME QUIERE PERDER

Resumen de lo publicado. Yo trabajaba en una inmobiliaria y renuncié. Me empleé como repartidor de pizzas. Mi jefe me llamó porque se resiste a perderme. Detalles de la entrevista.
Tantos llamados me hizo Arizmendis que al final no tuve otra salida que ir a enfrentarlo y cerrar de una vez el capítulo de mi historia en la inmobiliaria. El viejo estaba en su despacho con una persona. Los vendedores estarían en la calle, supongo. Me senté en el sillón que está frente a la puerta de su oficina. Me dolía todo a causa del accidente de motito sufrido en la víspera, cuando, en mi función de delivery boy de pizza llevaba una calabresa y media docena de empanadas a un cliente en la calle Estenógrafo Garcete del barrio Providencia. Todo me dolía, la rodilla, los brazos, el tobillo, el cuello. Seguir con la descripción sería ocioso. Si digo todo debe entenderse todo.
-Pasá, dale, Tito, sentate. Pará que te sirvo un feca –le dijo mi ex jefe al desconocido con ese tono campechanamente falso, o falsamente campechano, que sabe acentuar cuando la situación lo pide. La oficina de bienes raíces de Roberto Arizmendis es una de las más importantes del barrio Providencia. Providencia es un cuadrado de veinte manzanas por veinte donde conviven, como pueden, treinta inmobiliarias. Podría decirse que todas son inmobiliarias familiares. De esos treinta negocios de intermediación, tres son conducidos por padres ancianos, con hijos que resultarán sus herederos una vez que sus ascendientes vayan abandonando este valle de boletos de compra-venta. Una de las inmobiliarias, por ejemplo, es atendida por el martillero y su madre, otra por el martillero y dos de sus hijastros, una por un martillero y su hija, otra por el martillero y su padre, hay una que dirige una martillera y su marido, otra que tiene como titular al hijo del principal vendedor y su amante (la del martillero). Como se ve, son pequeñas oficinas parentales que completan su staff con un par de vendedores, o bien, alguno que otro promotor que trabaja captando propiedades en la calle, como es el caso de éste que ahora fumaba impaciente en el despacho del viejo.
-Bueno, Tito, no tenés tiempo y yo tampoco –le dijo Arizmendis-.
-Y, si... Tengo que volver a la remisería.
-Bueno, te la hago corta. Vos, como remisero, laburás en la calle y la calle es también lo nuestro, o mejor dicho, la información que podemos sacar en la calle. Fundamentalmente lo que nuestra inmobiliaria necesita es saber quién vende su casa para convencerlo de que venda con nuestra inmobiliaria. Pues bien, ahí es donde entrás vos. Hay pasajeros que te cuentan sus cosas, ¿no? Cuántas veces habrás escuchado que un tipo te bate que tiene que vender la casa porque está endeudado hasta las pelotas, o porque se quiere agrandar, o por lo que a vos se te ocurra. Bueno, como antes de que el tipo te contra sus cuitas, vos lo tuviste que pasar a buscar a la casa, ya sabés donde vive. Entonces, con la dirección anotada en un papelito, venís hasta la inmobiliaria y me contás más o menos cómo es la historia del candidato. Por ese trabajito de nada yo te pago diez mangos. Cada información que me traigás, diez pesitos. ¿Cómo la ves?
-Trato hecho.
Todo método de promoción es válido para acopiar ¨mercadería¨ que es como en la jerga se llaman a las casas y los departamentos. Cuando se fue el remisero, el viejo me hizo pasar y me dio un abrazo. Me preguntó por qué me había ido en forma tan imprevista, cuando no había mediado ni una discusión ni nada.
-Qué va a ser, Roberto –le dije en una demostración de mi mediocridad para el argumento-.
-Qué va ser las pelotas, Julito, vos sos mi mano derecha, no te podés ir así. Son muchos años luchando juntos, sos el único que escribe Arizmendis como se debe...
-Primero con zeta y después con ese.
-Exacto. Eso no lo hace nadie.
-Igual a veces lo escribo mal (pensé en estos mismos escritos. Los revisé y alguna vez he fallado con su apellido)
-Cuando te distraés. Pero eso no es óbice. No me podés dejar. Sos como un hijo. A mí no me queda mucha...
-Basta, Roberto.
Intenté incorporarme pero el sufrimiento que me prodigaba mi osamenta maltrecha me lo impidió. ¿Podré jugar el sábado?
-Ya es una decisión madurada, Roberto.
-¿Y qué vas a hacer con tu vida? ¿Vas a repartir pizza? Me llamo Patruccio y me contó que fuiste vos el que le llevó la muzzarella.
-Era una calabresa.
-¿No te da vergüenza? Vos sos un referente en Providencia, carajo, no te podés rebajar así.
-Es un trabajo digno como cualquier otro...
-No empecés con esas boludeces. Si vamos a hablar en serio, entonces no me vengas con frases de fórmula, Julito. Mirá Julito... mejor tomate el fin de semana. Descansá. Tal vez el stress te está jugando una mala pasada y te hace hacer cualquier pelotudez. El lunes te espero. Nueve y media como siempre. Ah, Julito lindo y peludo. Che Julito... estás en las últimas. ¿Te atropelló un tren?
Me fui. Tengo que conseguir una motito. Creo que mi amigo Ricardo tiene una.

jueves, agosto 17, 2006

ME ACCIDENTE CON LA MOTITO

Resumen de lo publicado: La semana pasada renuncié a mi trabajo en una inmobiliaria y me empleé en una pizzería como repartidor.

La segunda noche de trabajo fue desastrosa. Todo porque en el barrio de Providencia nadie respeta los semáforos. Y de noche es peor. Para colmo (de males) llovía y la calzada estaba resbalosa. Mi motito fue impactada duramente por un automóvil negro, dio una vuelta de campana y no me rompí la crisma porque Dios es grande. Luego, choqué, me lastimé todo, y mi motito se inutilizó, siempre porque Dios es grande. Es un silogismo, no una opinión. La pizza que llevaba en mis alforjas se transformó en un calzone por efecto de la voltereta que pegó al salir por la portezuela del cajón térmico y el subsiguiente aplastamiento bajo mi propio cuerpo. Llegué a mi casa cuando mi esposa estaba durmiendo e intenté quitarme la ropa embarrada, sangrada y rota. No quería que nadie me viera. Me dolía todo el cuerpo. Mi hijo, desde su habitación escuchó mis pasos, o mejor dicho, el arrastrar de mis pies y me vino a ver. Me ayudó a desvestirme y me llevó al baño. Yo casi no podía caminar aunque creo que no se me rompió nada.
-Viejo, te hiciste mierda –diagnosticó Matías-.
Ya en la cocina, mientras bebía un tazón de sopa caliente, el chico se quedó a mi lado mirándome sorber en silencio, gesto que un padre valora y atesora como un recuerdo precioso. Le conté del choque que se produjo cuando transportaba una primavera y media docena de empanadas. Un coche cruzó la bocacalle con la señal roja y me dio en el medio.
-Pero tu madre no tiene que saber de esto porque se va asustar mucho. Va a decir que un día me voy a morir en la calle y todo eso...
-No sé cómo se lo vas a ocultar. Las minas se dan cuenta de todo. Me acuerdo de un capítulo de El show de Dick van Dyke, de 1963. Se llamaba No viajes a la montaña. Robert Petrie, el personaje central de la serie...
-La conozco a la serie, pibe, yo nací antes que vos.
-El tipo quería ir a la montaña a esquiar, y su esposa Laura tenía miedo de que se lastimara. Además había soñado que se accidentaba. Pero él se sale con la suya, de puro caprichoso, como vos algunas veces, viejo, y se pega tremendo palo. Cuando llega a la casa, todo golpeado, le oculta a su mujer que está hecho mierda, como querés hacer vos. Lo único que no le dolía, le dijo a su amigo Jerry, eran los labios.
Mi hijo es estudiante de la carrera de director cinematográfico. O mi vida es muy emocionante o el muchacho me tiene podrido con sus comparaciones cinematográficas. El muchacho tiene una colección de devedés de películas y series de televisión que cubren por completo dos paredes de su dormitorio. Eso lo heredó de mí, que colecciono toda clase de objetos en forma compulsiva y es motivo de muchas sesiones con mi analista. Pero ahora disfrutaba de su compañía. Casi nunca lo puedo ver. El chiquilín postergó quizás un muy buen momento de play station para quedarse conmigo y compararme con Dick van Dyke. Qué tierno cuando me da consejos, aunque sé que, como todos los hijos a partir de la adolescencia, me desprecia un poco. O bastante.
-¿Y cómo quedó la motito? –me preguntó-.
-La tuve que traer en tres viajes.
-Ah.

Cuando me acosté mi señora me preguntó que qué me había pasado.
-Nada –le contesté al borde del llanto por el dolor de todo el esqueleto-. ¿Por?
-Por la manera en que te acostaste. Cuando estás normal, depositás el cuerpo de una sola vez sobre el colchón. En cambio, cuando te duele algo, primero te sentás muy lentamente y después vas subiendo a la cama las extremidades inferiores, una por una, ayudándote con las manos, como hiciste ahora.
-Lo hice para no despertarte. Vos sabés bien que cuando uno se acuesta en un sector del colchón repercute en el otro.
-Pero además de todo lo que te dije, me di cuenta por los ayes que reprimías a medida que te ibas acostando.
Las mujeres intuyen todo. Y además, deducen.






COLECCIONO DE TODO

Desde que era apenas un retoño me gustó coleccionar objetos. Genéricamente los denomino objetos porque son tan variados y de tan distinto origen que no encuentro otro término que los englobe debidamente. Así es como he venido acumulando a través de mi vida, que ya no es corta, toda clase de cosas inútiles, algunas de mediana utilidad y otras, que ya iré difundiendo, de un valor incalculable. Las de menor importancia no tienen precio, es decir, están fuera del comercio, en consecuencia no valen nada. Son las que mi mujer insiste para que las tiré a la basura. En períodos de infortunio, a las importantes me ruega que las venda. Pero jamás podría vender esa casaca que vistió Francéscoli en el año 85, por ejemplo. O la de la selección argentina que vistió Ayala en el momento en que erró ese penal, malaya suerte. Antes de hacerlas plata me bebo un sorbo de riachuelo. Hoy me complazco en presentar parte de mi colección de cajitas de fósforos. Tengo miles de ellas, de todas partes del mundo. Centenares de cajas llenas de cajetillas y carteritas ocupan varias estanterías de uno de los cuartos de mi casa que destino a las colecciones. Atesoro algunos objetos que no parecieran susceptibles de coleccionarse y también tengo colecciones de cuya existencia nadie conoce y que daré a publicidad cuando mi analista termine de convencerme de que no es vergüenza juntar ese tipo de material. Por ahora las mantengo en un secreto que por momentos me abruma. Hay ocasiones en que siento la necesidad de contarles a mis amigos y parientes los objetos que acopio. Pero, aunque lo intento, no me sale. Me da calor. Quizás, a medida que vaya tomando confianza lo pueda divulgar y deje atrás mi cortedad. No se puede ser tan pavo.


miércoles, agosto 16, 2006

YO FUI REPARTIDOR DE PIZZA EN MOTITO

El viernes renuncié al trabajo pero enseguida conseguí una entrevista para un empleo, que acepté sin demasiadas consideraciones aunque necesariamente tenía que ser provisorio por lo exiguo de la paga. La paga es un término que suelen utilizar los mexicanos pero me permití apropiarme de la expresión porque me gustó como la rechingada madre.
Cómo es que dejé un excelente cargo en una inmobiliaria acreditada del barrio Providencia, con sueldo, vacaciones pagas, seguro médico, ticket canasta y otras ventajas. Qué complicado se me hace justificar mi accionar ante la familia.
Reuní a mi esposa y a mi hijo. Mi esposa se asustó, mi hijo se indignó. Cuando les comuniqué que iba a comenzar a trabajar en una pizzería como repartidor o delivery boy mi esposa se asustó más, ya no sólo por la incertidumbre económica que sobrevendría sino también por sus dudas sobre el estado de mi mente. Mi hijo:
-¿Pero quién te crees que sos, viejo? ¿Lester Burnham?
Mi hijo es estudiante de cine.
-¿Quién es ése? –le pregunté-.
-Es el protagonista de American Beauty. Es un tipo de clase media como vos que entra en una crisis depresiva y se va del excelente laburo que tenía para ir a trabajar a un local de comidas rápidas.
-Yo voy a trabajar en una pizzería –le precisé a mi muchacho-.
Mi esposa, cuyo miedo crecía en intensidad, me preguntó:
-¿Y qué le vas a decir a los que te conocen de la inmobiliaria cuando llegues con tu motito a entregarles la pizza, me querés decir?
-Acá está la calabresa que pidió, o algo por el estilo. Todo va a ir según cuál haya sido el pedido.
Mi mujer se retiró hacia su dormitorio. Parecía ofendida.
-Viejo –me dijo Matías, mi muchacho-, lo tuyo se parece a una copia trucha de American Beauty.
Y se fue. No alcancé a pedirle la motito pero descontaba que no tendría inconvenientes en prestármela.
La entrevista con el dueño de la pizzería duró lo que tarda un pizzero en hacer el nudito. El hombre, ya mayor, se resistía a tomar a un cincuentón de buen ver y sin zapatillas y le pasó el tema a su señora, una hermosa morocha de piel blanquísima posiblemente por la harina que se le adheriría a la cara y los brazos mientras trabajaba en sus amasijos. La señora del pizzero no tuvo ningún prejuicio y me tomó una vez que yo acepté el pago de los cinco pesos por hora.
Comparto el reparto con un joven que tiene la edad de mi hijo y que me miró con cierta desconfianza cuando me presenté a la noche con mi moto limpia y con luces. Seleccioné de mi guardarropas lo más abrigado pero, a su vez, lo que estuviese en peor estado, lo más arratonado, en lo posible atuendos que no ostentasen marcas primermundistas, que es lo que se estila en el barrio de Providencia donde me desarrollé laboralmente, bien que en el campo de los bienes raíces. Yo no vivo en Providence sino en una barrio vecino, que se encuentra pasando las vías del ferrocarril, que se llama La Providencia, villa más añosa que Providencia y más aun que el barrio privado que se creó dentro de Providencia, y que se llama Providence. Yo soy de La Providencia, un pueblo de casas que no tienen techo a dos aguas y tejas rojas como Providencia. La diferencia más importante entre uno y otro es que La Providencia carece del servicio de cloacas que sí gozan Providencia y Providence. No sé si quedó claro pero importa poco.
En la primera noche, gélida, ominosa, muy propicia para suicidas, se cumplió el vaticinio de mi esposa. La primera entrega fue en la casa de un ex cliente de la inmobiliaria donde supe trabajar hasta el viernes último. El hombre me miró sorprendido, una vez que me reconoció, tarea que no le fue tan sencilla porque yo estaba cubierto por camperas y bufandas varias.
-Julio –me dijo el ex cliente (mi nombre, en efecto es Julio)-.
-Qué tal, Patruccio, acá le traigo su pedido. Una calabresa grande y una porción de faina.
Nos saludamos. El, acaso para no herir mi dignidad, no me dio propina. Yo ya me encontraba compenetrado con mi rol de delivery boy, o quizá correspondería llamarme delivery old man, de modo que la ausencia de gratificación monetaria me cayó francamente pésimo. Cinco pesos la hora no es una fortuna y ese pesito extra viene de perlas para engordar un poco el básico. Más tarde me daría cuenta tristemente que una propina de un peso no es lo habitual, a veces te dan cincuenta centavos y muchas otras veinticinco. Y no se les cae la cara, achalay. En el caso de la ausencia de propina en los clientes desconocidos, quise atribuir su avaricia, antes bien que a un pecado de aquellos que penan expresamente las Sagradas Escrituras a una intención de no herirme, al verme tan educado y formal. Se hacía necesario cambiar mi discurso inmobiliario por una voz, un acento, un decir un poco más campechano, lógicamente para aquellos clientes de Providencia y Providence que todavía no me conocían.
A la una de la mañana llegué a mi casa con los pies congelados, al punto que no los sentía, igual que las manos y las orejas, pero con mis diecisiete pesos honradamente ganados. Mi mujer, antes que reprocharme de nuevo por mi decisión injustificable, me preparó una sopa y me dio un beso en la cabellera escarchada. Mi hijo me dejó el devedé de Belleza Americana en la mesita del living. Después de comer, cuando todos estaban durmiendo, vi la película y encontré varias semejanzas entre mi conducta y la del personaje del extraordinario Kevin Spacey, ese Lester Burnham hastiado de su trabajo, de su jefe, de su vida, que da un giro violento en su rutina antes de que la cabeza le explote de tanto pensar sobre el sentido de la vida.
En mi contestador telefónico había un llamado del dueño de la inmobiliaria, el señor Roberto Arizmendis. Me fui a uno de los cuartos donde están mis colecciones. Cuando no me puedo dormir me gusta revisarlas y ordenarlas. Esas comunidades de objetos me regalan solaz, entretenimiento y una pausa terapéutica en la consideración de los serios problemas que enfrenta el hombre moderno.


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sábado, agosto 12, 2006

¿DEBE UN EQUIPO DE FUTBOL ADMITIR EN SU SENO A UN TRONCO?

Antes de que se me planteen objeciones del orden de che, eso de tronco está de más, acá no hay ningún maradona, que yo sepa, no discriminemos, cambiaré lo de “tronco” por “futbolista con capacidades diferentes”. Debo admitir que en mi equipo la mayoría somos troncos. Pero hoy no quiero hablar de un tronco cualquiera sino de uno carcomido por el temible bicho taladro.
Tengo un amigo que se llama Ricardo. Un tipazo. Nos conocemos desde que éramos unos purretes. Hicimos juntos la primaria, la secundaria, la universidad y también compartimos un curso de piano. Ahora somos compañeros en el equipo de fútbol del club del barrio Providencia. La categoría se llama senior-mayores. Para ser más claros, se trata de jugadores que promedian la cincuentena. Pregerontes sería la denominación correcta. Ricardo tiene mi misma edad, 53, gran jugador, un enganche clásico. Diez diez. Buen panorama. Pegada precisa. Zurdo neto. No siempre puede jugar los partidos a causa de las obligaciones de su trabajo. Viaja mucho como enviado de una publicación internacional dedicada a clasificar y calificar a los restaurantes de todas partes del mundo. Ya hace un mes que está en el país y por eso pudo jugar el último partido y estaría en condiciones de jugar este sábado. Pero no quiere. Se niega. No por el equipo, o mejor dicho, por el equipo y por uno o dos odios concretos, en especial contra el peludo Rodríguez, un jugador con capacidades diferentes, tanto como deportista cuanto como persona, que por su condición de eficaz demagogo no es mayormente detestado sino por una minoría que goza de un sentido especial que le permite distinguir al bueno del agradable que parece bueno, pero que no lo es. Pensemos en Simón el agradable (Simon, the likeable), entrañable personaje de El Super Agente 86. Este Simón era una persona simpática y adorable, pero detrás de esa máscara primorosa se escondía un importante agente de Kaos. Y al decir Kaos resumo toda la maldad posible. El eje del mal en ritmo a go-go.
El peludo Rodríguez, para mi y para dos o tres más, entre ellos mi amigo Ricardo, es una persona que esconde una ruindad que no se atisba a simple vista. Pero lo que más nos molesta es que sea tan incompetente como jugador de fútbol. Al no compartir con él intereses de ninguna índole, sus defectos a nivel humano casi que los pasamos por alto.
El peludo pretende ser un centrodelantero pero no recuerdo que hubiese hecho un gol en los últimos ocho meses. Su autoestima es tan elevada que nunca deja de reclamar un lugar en el equipo titular y se enfurruña con el director técnico por lo poco y nada que juega. ¡Ni un minuto debería estar en la cancha! Puede parecer exagerado pero pocas veces vi a un jugador con tan mal pie. Pregúntenle a mi amigo Ricardo, cualquier cosa. En el último partido se perdió un gol tan imposible que en el banco de suplentes del equipo contrario se rieron como si acabaran de presenciar un sketch de los cómicos más graciosos, por ejemplo, Triky y Willy. Algunos llegaron a caerse al piso y se tomaban el estómago, sacudidos por violentos espasmos de carcajada. Ese es el peludo Rodríguez. Por ello es que no debería culpar a mi amigo Riqui si planta bandera y no juega más mientras él se encuentre entre los convocados.
Hace unos días se reunió el equipo para comer un asado con el fin de estrechar relaciones y reforzar la moral tan necesaria para sobrellevar la sucesión de derrotas que hoy persiste. Ricardo no quiso ir. Le insistí. No daba el brazo a torcer. Le dije está bien, andate a la mierda. Y aceptó.
-Ok –dijo-, voy al asado pero no al partido.
-¿Ah sí? ¿y qué le vas a decir al técnico? ¿Te vas a animar a blanquearle que no vas porque lo odiás al peludo?
-Claro que sí, después de todo no es ningún crimen no querer jugar al lado de un hijo de puta, futbolísticamente hablando. Yo juego con quien se me cantan las pelotas. Si quiero jugar con un tronco voy al club los domingos a la mañana, que juegan todas las momias del barrio, pero como no es por los puntos uno no se puede enojar, que igual me enojo, pero lo menos posible. Lo que no puedo resistir es tener que ir, un decir, hasta Valentín Alsina. Una hora de ida y una hora de vuelta, cambiarme en un vestuario de mierda, más chico que una cabina de teléfono y mientras me cambio, escuchar las boludeces del peludo, y sus berrinches cuando queda fuera del equipo. Ponele que después, de lástima, lo ponen. En el caso extremo de que el que tenga que salir soy yo, bueno, ahí sí ya me pongo de la nuca. No digo nada pero lo mataría al técnico de una patada. Mirá, Julito, yo ya tengo cincuenta y tres pirulos, vos sabés, porque somos los dos del 53, que después de los cincuenta la paciencia se debilita y cae. Nosotros, amigo mío hemos compartido muchas canchas, nos hemos cansado de jugar contra equipos mejores, más jóvenes, mejor preparados. Pero nunca hemos tenido como compañeros a tipos que no tienen idea de lo que es jugar a la pelota. ¿Quién nos obliga a tener que estar dentro de un plantel que tiene a un tipo así? Nadie. Nadie, por Dios, nadie. Y menos a nuestra edad en que ya estamos de vuelta de todo. Así que yo doy las hurras y se van todos a la concha de su madre.
-Estás loco –aduje-. En mitad del campeonato no te podés borrar.
-¿Y quién me lo impide? La única posibilidad de que vuelva al equipo es que él se vaya para siempre. Que abandone el fútbol. Si lo decide, te juro que yo me encargo de organizar el partido homenaje.
-Si le planteás eso al técnico...
-¿Lo del partido homenaje?
-No, boludo, lo de que te vas si él sigue en el equipo. No te va a dar bola y vas a quedar como una mala persona, mal compañero, un cerdo.
-Yo no pienso plantear nada. Sólo tengo la ilusión de que algún día se canse de entrar tan poco y se vaya a la mierda. Decí que el técnico tampoco se lo banca demasiado que sino, como es el peludo, tan adulador y chupamedias, jugaría los partidos enteros. Basta, me cansé de hablar de ése. No es tema.
El asado fue organizado por el concesionario del buffet del club de Providencia. Consistía en carne de vaca a la parrilla, chorizos y un vino entre mediocre y malo, que como todo vino, aclara las mentes al principio y después te pide lo que antes te brindó, con más un interés.
Como en toda reunión masculina de camaradería, los integrantes del equipo se tocaron, se abrazaron, se juraron eterno cariño, todo mechado con bromas sencillas y grotescas. Cerca de la medianoche llegó la fatiga propia de cualquier hombre que haya nacido durante la segunda presidencia de Perón y comenzó el desbande. La mayoría de los muchachos se levantó de la mesa y caminó hacia la salida con paso casi seguro.
Antes de despedirse algunos se trenzaron en una discusión sobre la mejor manera de encarar el siguiente partido. Mi amigo Ricardo, que estaba ebrio, dijo que nos iban a cagar a goles por la sencilla razón de que somos horribles. Si bien es una verdad difícil de rebatir, suena chocante cuando es tan limpiamente proferida. Bueno, decían algunos, tan malos no somos, acordate cuando le ganamos a..., y decía el nombre de algún contendiente inferior.
-Qué casualidad. No jugó el peludo –dijo Ricardo maliciosamente-.
El peludo, que conversaba con otros compañeros en la otra punta de la mesa, alcanzó a escuchar el comentario pero hizo caso omiso. Hubiese quedado allí de no ser por la insistencia de Ricardo. Alguien le dijo “bueno” en forma contemporizadora.
-Bueno, las pelotas –dijo Ricardo-. Es un tronco y cuando él está en el equipo jugamos con uno menos, todos lo sabemos pero nadie dice nada. Ahora, explíquenme, quién dice que tenemos que jugar al lado de un tipo tan impresentable. A mí, por lo menos, nadie me obliga. Pero no voy a hacer nada para que se vaya. Me voy yo y chau. Servime más vino.
Casi imposible continuar una velada que había quedado herida de muerte. El peludo se levantó de su silla, salió del buffet y a los dos segundos volvió a entrar portando la funda de una guitarra. Durante su breve ausencia me pasó por la cabeza que hubiese ido a buscar un bufoso para asesinar a Ricardo. Pero ahora bien podía ser una ametralladora. No era para tanto pero la mayoría creyó que continuaría por la fuerza el pleito que había iniciado Ricardo con sus dichos injustificados, agresivos y propios de alguien sin códigos, según el parecer del noventa y tres por ciento del plantel. El peludo Rodríguez volvió a sentarse, desenfundó la guitarra, que guardaba en el estuche negro afelpado y se la acomodó según las reglas del arte. Luego comenzó a templarla, tarea que le insumió unos pocos segundos. Mi amigo Riqui permanecía en una punta de la mesa, en completa soledad y sin levantar la vista de los desechos parrilleros, ese cuero de morcilla, qué cosa más asquerosa. Cualquiera diría que mi amigo estaba avergonzado. Y también que estaba tan borracho que no tenía fuerzas ni para disciplinar su cráneo. El peludo dispuso los dedos de la mano izquierda en diferentes lugares de la parte alargada del instrumento, cerquita de donde estaban las clavijas. Con la mano derecha comenzó a rascar el sexteto de cuerdas. Luego de una pequeña introducción punteada, entonó una canción de Perry Como llamada Magic Moments, cuyo significado en castellano es Momentos Mágicos, que comenzaba, antes de la letra propiamente dicha, con un tarareo bastante tonto, algo así como bobobobom, bobobobom. Los comensales supieron apreciar la entonación y la ejecución del peludo, que cuando finalizó la obra parecía tener los ojos brillosos. Muchos se emocionaron junto a él y Rodríguez explicó el porqué del propio lagrimear:
-Esta canción es de Perry Como, me la cantaba papá cuando yo era muy pero muy chiquito...
El peludo sentimental alargaba las ies griegas lo que teñía su discurso de un tono más propio de Julieta Magaña contando un cuento para los pibes que la confesión de un cincuentón. A mí me despertaba un poco de indignación, qué no sentiría en ese momento Ricardo, que sólo tenía ganas de odiar. Pero se lo veía agotado y sin más capacidad para la lucha, además era consciente de que ahora todos los votos iban para su enemigo, que moqueaba en la otra punta como un verdadero pavote. Yo tampoco estaba del lado del artista, que tenía cautivo a su auditorio, todos babosos pidiendo zambas, chacareras y aun tangos.
-Este tango es muy bonito, se llama Naranjo en Flor... –introdujo el peludo antes de pasar a la segunda pieza-.
Ricardo y yo aprovechamos nuestro eclipse para hacer un mutis sin saludar, previo dejar el dinero de nuestras consumiciones en manos del técnico que tomó los billetes sin quitar la vista del cantor.
-Nunca escuché una canción más pelotuda -dijo Ricardo mientras nos subíamos a mi auto-. ¡Popopopom, popopopom! Yo no me siento muy bien pero es lo más ridículo que escuché en meses. Y todos los boludos embelesados, me daban vergüenza ajena.
Lo dejé en su casa, y antes de darme el beso de las buenas noches, me prometió que hoy venía a jugar.

viernes, agosto 11, 2006

AVERTENCIA PREVIA A LA JORNADA FUTBOLISTICA

LA CUESTION FISICA EN EL DEPORTISTA AMATEUR PRE-GERONTE


Excelente título para una publicación científica.
Los cincuentones que pretendan jugar al fútbol el fin de semana se enfrentan con varios problemas. En primer lugar, el físico, que al llegar a esa edad se muestra decadente y dubitativo, fláccido e inoperante. El hombre se resiste a reconocerlo y no suele atender a las observaciones de su esposa, que pueden clasificarse en dos grandes líneas de pensamiento: a) las que no quieren que vayamos a jugar porque podríamos arriesgar hasta la propia vida (”ya no estás en edad para andar haciéndote el pibe. Un día de estos el corazón se te va reventar, tarado”), y: b) las que a esas alturas de la vida en común sólo lamentan el tener que lavar la ropa sudada después de la brega. (”te tengo que lavar toda esa podredumbre como si todavía fueras un nene. Me das lástima.”). Para este segundo subgrupo, el riesgo de la salud ya pasaría a ser un problema nuestro.
Un buen calentamiento previo a la competencia es imprescindible, pero hay que saber medir la intensidad puesto que podríamos fundirnos antes de que el referí pite el inicio. Los músculos necesitan estar calientes y para ello nada mejor que una buena elongación, cuidando, eso sí, de no ser nuestros propios verdugos que estrangulemos, de puro brutos, nervios y tendones. Los jugadores que completan el banco de suplentes suelen hacerlo a regañadientes, bajo protesta, con cara de culo. No entienden por qué tienen que quedar afuera cuando ese tronco está dando pequeños saltitos justo en la posición en donde, a su juicio, deberían estar ellos si existiese la justicia. Pero son unos pavotes. No deberían estar tan malhumorados puesto que no es nada extraño que alguno de los titulares, en el primer pique, sienta el temido tirón y pida el cambio con el clásico gesto de antón pirulero. Las tardes de invierno son propicias para las lesiones. En los torneos que disputa el equipo superior del club del barrio Providencia, el fixture los suele pasear por campos de juego suelen emplazarse a la vera del río o en algún descampado junto a la ruta, que fue cedido oportunamente por la autoridad municipal. Allí hace frío de veras. Y no hay abrigos que valgan, salvo aquel jugador de buena posición que se fue de shopping y se compró un camperón igualito al que usan los profesionales. Y no de los truchos, ojo.
El partido del pasado fin de semana terminó con una derrota por cinco a cero. Duele perder así. Alguien en el vestuario hizo el consabido chiste de que el cuarto gol nos mató. Pero no hay lugar para las bromas. Nuestro equipo lleva una serie de seis caídas consecutivas. Es el que más perdió, el que menos goles convirtió, el de la valla más vencida y el que cuenta con mayor cantidad de pelados entre sus filas. Desalentador por donde se lo mire. Con todo, todavía podemos clasificarnos. Se trata de no escuchar a los agoreros que bajo la ducha sostienen que somos horribles, de madera, que no podemos hacer dos pases seguidos, que no jugamos a nada. Y por Dios, no pensemos en el gol que se perdió uno de los que estaba afuera y el técnico lo hizo entrar para empatar cuando íbamos tres goles abajo. No quiero personalizar, le pondré un nombre de fantasía que enmascare su verdadera identidad, para que no se sienta más humillado de lo que ya está por haberse perdido ese gol imposible: el peludo Rodriguez. Y además para que no me rompa la cara. Debo una crónica objetiva y desapasionada de ese gol perdido, más insólito que el que se perdió Cardeñosa jugando para la selección española en el mundial del 78.

INMOBILIARIA DE BARRIO

Intentaba comentarles a mis compañeros acerca del gol que se había perdido el peludo Rodriguez en el momento en que un tipo entró a la oficina con los ojos enrojecidos y el pelo revuelto. Arizmendis lo recibió como hace con los clientes habituales: alguna frase simpática, entradora, graciosa, un chiste malo, o que podría llegar a ser bueno si se entendiera. En este caso la frase del viejo, como le llamamos en la intimidad del plantel de ventas, no resultó ni lo uno ni lo otro ni lo de más allá. La frase fue una metida de pata hasta el fondo. Veamos.
-Che, ¿qué te pasó, te echaron de tu casa?
El hombre de los ojos rojos y el cabello savage primero dijo “sí” y después emitió un penoso lloriqueo. Tuvo que irse del local casi corriendo. El martillero público la había embocado de casualidad. En efecto, el pobre señor había sido lanzado de su hogar por la ahora ex esposa y entró a la inmobiliaria para conseguir urgente un techo donde pasar la noche. Se lo dijo al jefe una hora después cuando regresó a la oficina un poco más recompuesto y se le había quitado ese hipar que sabe venirnos cuando el llanto se nos cae de la boca mezclado con la baba. Hay diferentes formas de llorar, pero esa es patética, lo garanto. Arizmendis no sabía cómo hacer para disculparse:
-Che, José Juan, perdoname, no sabía...
-Está bien, Arizmendis, no tenés la culpa, acertaste de culo.
-Cómo me iba a imaginar que...
-Que me rajaron de casa... Ni yo lo puedo creer todavía. Cien veces le pregunté a mi jermu si no me estaba cargando. Y no. Me dio una patada y me dejó en el medio de la yeca. Necesito algo para alquilar, algo. Esta noche no tengo adónde mierda ir y no quiero volver vencido a la casita de mis viejos. Conseguime algo chico, no sé un derpa de un ambiente ¿tenés algo?
El negocio inmobiliario tiene estas cosas. El drama humano presentado como un matambre mariposa. Arismendiz y José Juan se fueron a tomar un café afuera y nosotros nos moríamos de risa con la acertada del martillero.
Cuando volvió del bar, el viejo entró en su despacho y comenzó a preparar una reunión de ventas. No hay nada más insufrible que una reunión de ventas. Nos dimos cuenta porque estaba el escritorio de su despacho completamente cubierto de papeles. Cuando ingresamos, nos repartió a los tres vendedores y a mí lo que él llama pomposamente dossiers. Lo felicité irónicamente por su acierto y volvimos a divertirnos con eso que se había parecido bastante a un paso de comedia:
-Qué pegada, martillero. Qué manera de adivinar.
-Adivinar, no.
Cada quien tenía su puñado de hojas A4 recién extraídas de la impresora y le ordenó al vendedor más joven que pidiera café por teléfono.
-Recién me decía Julio que qué manera de pegarla con José Juan cuando le pregunté si lo habían echado de casa –introdujo el anciano corredor público-.
Uno de os vendedores parecía divertido, el otro no. El tercero parecía como ausente. Antes de empezar llegó la esposa del martillero, como siempre, para pedir plata.
-Pupi, no me dejaste plata hoy. Me tuve que vestir y venir hasta acá.
-¿Cuánto necesitás?
-Cuatrocientos.
-¡Cuatrocientos!
Los tres vendedores sabían que esa plata no estaba, que era imposible que Pupi, es decir, Roberto Arizmendis, satisficiera la necesidad de su mujer. La comisión devengada por la última venta todavía no se había cobrado. Pero el martillero con un gesto de dignidad ofendida que se parecía al del coronel Cañones cuando le extendía un cheque al tarambana de su sobrino Isidoro, abrió el cajón de su escritorio y sacó cuatro papeles de cien pesos que le extendió a su mujer como al desgaire. Los vendedores quedaron sorprendidos pero brevemente. Luego se les pasó. Esa plata era un alquiler cobrado a un inquilino, que correspondía que fuese entregada al propietario del departamento arrendado. Nadie dijo nada, simulábamos leer los papeles. La señora de Arizmendis se fue sin saludar.
-Bueno, habíamos quedado en que... en qué carajo –dijo el viejo-.
Silencio desorientado.
-Ah, sí. Lo de José Juan. El episodio de José Juan. ¿Vos estabas Zuloaga?
Zuloaga es el vendedor más novel de la inmobiliaria. Siempre parece que está en otra parte.
-¿En dónde? –preguntó Zuloaga-.
-Ayer en la oficina, cuando vino José Juan.
-¿Quién es José Juan?
En el rostro del martillero latía la parte superior de un moflete.
-¡José Juan Oviedo!
-...
La cara de Zuloaga era un buscador google entre billones y billones de sitios web. Los demás seguíamos hojeando el dossier como si contuviese una información clasificada. Tuve que salir al rescate porque el viejo se estaba calentando. No le gusta que su gente no tenga puesta las pilas, como suele llamar a las lagunas mentales.
-Oviedo es un cliente de la inmobiliaria. Es un tipo que vino hoy más temprano con una jeta llorosa y el martillero le preguntó en joda si lo habían echado de la casa, por la trucha que traía y resulta que, efectivamente, la jermu lo había rajado. El pobre infeliz gritó ¡Sí! y se fue casi corriendo.
-Ah.
Zuloaga no parecía entusiasmado con la anécdota. Tampoco se puede decir que sea una gran anécdota. Nivel medio.
Ahora se venía la conferencia de Arizmendis. Eso es duro. Peroratas sobre cómo se vende, reproches cuando no se vende y euforia y chistes horribles cuando se vende.
-Bueno, de acá sacamos una enseñanza. No fue al pedo el episodio. Lean el papel –pidió el viejo-.
El paper estaba titulado “Lectura de la vista” y decía, palabra más, palabra menos lo que ahora explicaba el martillero en términos coloquiales:
-No le miré los ojos y ahí fue cuando pequé. Al verlos así brillosos tendría que haberme dado cuenta que algo le pasaba y no hubiese dicho esa estupidez de te echaron de tu casa. Fue una metida de pata. Decí que es un amigo y después le di las explicaciones que correspondían. De haber leído correctamente su mirada me hubiese dado cuenta de que ese tipo estaba sufriendo un flor de drama. Eso me pasó por no haber tenido puestas las pilas. Al próximo cliente que entre, vos (señaló a uno de los tres vendedores, que no era Zuloaga. Zuloaga se estaba quitando una brizna de su zapato de gamuza) le vas a leer la mirada y después vas a decir qué es lo que leíste, si pudiste captar su estado de ánimo, sus necesidades, sus urgencias. Pero lo vas a atender vos (y señaló a otro vendedor. Zuloaga se sacudía un polvillo de su hombro derecho) Después vamos a confrontar lo que nos cuente con lo que dice éste que leyó en la mirada.
-No entendí –dijo Zuloaga-.
-¡Nunca entendés! –exageró Arismendis-. Uno lo atiende y el otro, desde acá, para no escuchar lo que dice el cliente, le va a escrachar los ojos y después va a anotar lo que le sugiere la mirada.
Desde el despacho del martillero se escuchó que alguien había entrado a la inmobiliaria. El vendedor encargado del ejercicio asomó la cabeza y volvió a ocupar su lugar.
-Ya le leí la mirada, quiere guita.
En efecto, era un propietario que venía a buscar el dinero cobrado por sus dos departamentos alquilados.
-¿Quién es? –preguntó Arizmendis-.
-Zapiora.
-Decile que no estoy y que me llevé a ayer la plata de los alquileres por una cuestión de seguridad, para que no quede en la oficina. Si te pregunta cuando llego, decile que a la tarde.
La última parte corresponde a la conducta típica del que se hace negar cuando la plata ajena es reclamada y él previamente la mutó en propia por el mero trámite de gastarla. Zuloaga bostezaba. Yo miraba una foto que estaba debajo del vidrio que cubría el importante escritorio. Era el martillero recibiendo un diploma en el rotary.
Renuncié.






miércoles, agosto 09, 2006

martes, agosto 08, 2006

LUNES

El lunes uno ya puso a lavar la ropa sudada, ya lamió sus heridas, se levanta de la cama con la dificultad propia de un artrítico confeso y vuelve al yugo.
La oficina donde trabajo es una inmobiliaria que se encuentra en un barrio de clase media y casas de estilo californiano denominado Providencia. Dentro del barrio, existe otro sub-barrio, también de clase media pero con alguna aspiración de pertenecer a una por ahora inesistente clase tres cuartos. El sub-barrio se llama Providence (no confundir: el barrio es Providencia y el sub-barrio, Providence) Este sub-barrio está cerrado y su acceso es a través de una caseta, un portón y guardias de seguridad que solicitan de buena manera una certificación que justifique nuestro ingreso. La inmobiliaria donde trabajo pertenece al señor Roberto Arizmendis, un patriarca de la comunidad providencial, que orillando los setenta y cinco años conserva una lucidez que en ocasiones es exasperante.
El lunes a la mañana llego a la oficina y los vendedores me esperan para tomar el café, que paga el señor Arizmendis cuando llega temprano, cosa que casi nunca sucede.
Mi estado físico dista de ser siquiera regular. Jugué al fútbol el fin de semana y hoy me duele casi todo. Perdí los dos encuentros que disputé y todavía me acuerdo del gol que se perdió el peludo Rodriguez.
El jefe llega casi siempre de mal humor, con una cara de contrariedad que posiblemente reconozca su origen en las continuas demandas de su joven esposa, demandas de tiempo completo cuando se trata del domingo.
Salí de mi casa después de ver en la tele que informaban que había caído granizo. Otra vez granizo. ¡Cierren las escotillas! Ante este aviso, el pánico se apodera de una gran masa del pueblo, que diariamente debe salir a combatir las desgracias que Dios les arroja a los pobres a manera de prueba. Con tantas pruebas parecería como si fuésemos a rendir un examen para juez de la corte suprema. La grave disyuntiva es: ¿saco el coche o no lo saco? Pero, ¿por qué tengo que tomar decisiones tan temprano? A esa hora estoy, como se dice vulgarmente en el argot de los fantasmas, con las sábanas pegadas. Por fin, me decido y lo saco. El cielo está como Batman (encapotado) No es un día peronista, qué va, es un día tirano. El tiempo está amenazador y el recuerdo del fatídico 26 de julio a las quince treinta crece en nosotros y nos previene de que, si sacamos el coche, sería recomendable que circulemos en proximidades de recovas, estaciones de servicios, o, de última, en estacionamientos techados. Conozco el patético caso de un señor que, sin pedir permiso, ingresó en un taller mecánico, desesperado ante el apedreo entusiasta de San Pedro. El mecánico estaba terminando de sacar de su taller un coche de menor valor para ingresar una nave de un cliente de importancia, como decir un BMW, DKW, o NSU, no importan las letras. Imagínense un auto carísimo de esos que ameritan que Ricardo Darín vaya preso o Susana Giménez sea procesada. El mecánico intentaba meter uno de estos finos rodados de algún cliente estrella en el momento en que comenzó a caer la granizada. Pero fue tan veloz la maniobra del conductor anónimo, tan desesperada, que su Regatta, en menos de un periquete, quedó adentro, a manera de cuña y obturó la entrada a cualquier vehículo de cuatro ruedas, incluso de dos, como podría ser una moto. El coche alemán del cliente poderoso, tan lustroso (el coche, digo), tan caro como una casa, recién salido de la concesionaria no pudo salvarse de la ira de la naturaleza. Mientras esto ocurría, el conductor del Regatta, un pobre remisero, otrora gerente de una empresa hoy en convocatoria, se puso de rodillas ante el mecánico y le rogó llorando que no lo obligara a sacar su herramienta de trabajo. El mecánico también se prosternó llorando e intentaba explicarle al remisero que el coche que había quedado afuera era de propiedad de su mejor cliente, una persona tan magnífica que siempre le creía cuando él le decía que había colocado tal o cual repuesto carísimo, y no colocaba nada, no digo una autoparte de un coche usado. Digo nada. En fin, dos hombres grandes llorando no es demasiado edificante. Pero la historia es triste, no me van a decir. Quizás algunos piensen que el dueño del BMW, DKW, o TDK, ahora no recuerdo bien la marca, no va a tener inconvenientes en reparar las abolladuras de su fierro infernal y que, acaso en un acto de justicia, el de la gran gomera tirapiedras quiso que la protección que brindaba el taller mecánico de marras, en esa malhadada tarde, fuese a parar a manos humildes.

sábado, agosto 05, 2006

estejulioesuno

Sábado 5 de Agosto de 2006
FUTBOL, GRACIAS AL CIELO
Hoy es día de fútbol y así será hasta que fenezca el domingo, de fútbol mirado, jugado, comentado y sufrido. Quien esto escribe es un muchacho de 53 años que participa en un torneo representando al club de su barrio. ¡Un viejo de 53 jugando al fútbol! Bueno, tanto como jugando al fútbol... Y tanto como un viejo... Ni poco ni demasiado... Me entusiasmé con los puntos suspensivos... Va por última vez... Esto que practicamos los que nacimos en la década de los cincuentas sería un remedo de balompié y como tal tiene bastantes puntos de contacto con el "verdadero fútbol" que es el que practican nuestros profesionales de la primera a, be, ce, de, etcétera, muchos de los cuales llegaron a jugar mundiales y los perdieron. Esos puntos de contacto se relacionan con la vestimenta, el vestuario y los códigos. Vestimenta: la indumentaria que vestimos los que jugamos en estas esforzadas y humildes ligas, con campos de juego donde no crece ni una miserable brizna de pasto, donde el barro es el hábitat natural, es muy similar a la de los profesionales. Las medias y los pantaloncitos, incluso, llegan a ser de las mismas megamarcas (cuando se trata de futbolistas pudientes que van al shopping y se compran lo último de lo último) y ni hablar de los botines, que los cincuentones nos estamos animando a usar en su novedosa variedad polícroma. A los que empezamos nuestras carreras con los Sacahispas, Sportlandia o Fulvence (pura calidad) parece habérsenos acabado todo temor al ridículo y no nos tiembla el pie para calzarnos esos amariconados zapatos colorados o plateados. En cuanto al vestuario, hasta las instituciones más humildes cumplen con los requerimientos básicos: ducha, casilleros y bancos largos para vendarse y cambiarse. Estos pringosos cuartuchos se emparejan con los vestuarios del primer mundo futbolístico también por los diálogos que allí se suscitan, esto es, el vestuario tomado no ya como ámbito aglutinante sino como espacio de intercambio humano. Es lo que se denomina habitualmente tener vestuario. Cuando escuchamos decir de alguien que tiene vestuario no está referido a que en su residencia, el afortunado dispone de uno en la zona de la piscina. Se trata de una figura para calificar a ese individuo que se las sabe todas, el que está de vuelta, siempre hablando en términos futbolísticos. Analicemos los diálogos que se suscitan en estos helados camarines y concluiremos en que no hay diferencias sustanciales con los que se escuchan en aquellos que gozan de porchelanato (así se pronuncia) y yacutsi (también ésta es la correcta prounciación), ya sea entre los propios jugadores o entre técnico y deportistas; el entrenador nos pedirá huevos, nos recomendará que juguemos y nos divirtamos, y que estemos ordenaditos. Lo que sí no nos pedirá es que lo hagamos por nuestras familias porque a ellas les importa un ardite lo que intentemos o dejemos de intentar adentro del potrero. Los players, por su parte, se pedirán que se pasen la pelota y que no sean morfones. Por último, los códigos tampoco difieren: no hay que insultar a un compañero cuando se la come (no estamos hablando de elección sexual, el que se la come es aquel que persiste en transportar el útil y aparenta no ver a sus compañeros que corren a la par esperando la descarga), cuando el camarada desvía un penal no hay que putearlo, mientras que por el lado del técnico, éste nunca debe suplantar al jugador que por querer salir jugando perdió la pelota, el contrincante se la quitó y convirtió el gol, me cacho en 10. Nunca hay que reemplazarlo. Nunca. Cuando ello ocurre, en casos excepcionales, los resentidos que se quedaron en el banco murmurarán entre dientes: eso no se hace. Lo escrachó ante todo el mundo (todo el mundo son dos viejitos jubilados que están viendo el partido de puro aburridos) Como se puede apreciar no hay diferencias entre un mundo y otro, podría decirse que son dimensiones paralelas. En la próxima entrada es insoslayable referirse a las diferencias entre fútbol profesional y amateur, en la rama denominada amateur-pregeronte. La primera diferencia surge sola: el aspecto físico. Recomiendo al lector que no se la pierda y la lea de un tirón. Y este es un juego de palabras medianamente ingenioso porque el tirón, precisamente, es el enemigo público número uno del futbolista amateur-pregeronte.

viernes, agosto 04, 2006

VIERNES 4 de AGOSTO DE 2006

Esta semana que se termina hoy ha sido fría y destemplada, mejor que la anterior, sin embargo, que fue la del granizo, verdadera desgracia para una gran franja de nuestra sociedad, un acontecimiento que fue tomado casi en broma por los que no sufrieron las consecuencias del meteoro y como una tragedia para los que vieron que sus coches recibían decenas de golpes y depreciaban su valor a medida que esas piedras de hielo embocaban el capot o la luneta trasera, y sus tejados se destrozaban y el agua penetraba por dormitorios y cocinas-comedor diario, o bien a través de las claraboyas de los baños internos.
Podrán decir que la desgracia de la semana que hoy acaba fue la aprobación de los superpoderes, pero eso es una cosa que preocupa más a los políticos. Para el pueblo no hace gran diferencia que roben de una u otra manera. Los políticos de la oposición están fulos no tanto por el avance del poder ejecutivo sobre el legislativo sino por la gran disponibilidad de dinero que tendrá el oficialismo en la época de campaña que se viene bien pronto. Los kirchneristas tendrán billetes de sobra para derrochar en avisos publicitarios magníficos en donde se verá al presidente queriendo parecer macanudo, siempre en compañía de su señora, que querrá parecer simpática y humilde, que linda ya es, la verdad sea dicha. El editor de este flamante blog desea darles la bienvenida y manifestarles que, se vote a quien se vote, ganará Kirchner de modo que no tiene demasiada consistencia conversar de política en los bares. Obsérvese, a propósito qué poco se conversa de política en los bares, o bien, qué poco se concurre a los bares, o peor aun, qué poco, qué poco de todo. Hoy el salario no alcanza para "vicios" y entonces se cumple, quizás involuntariamente, el mandato del general Juan Perón: "de casa al trabajo y del trabajo a casa", apotegma que actualizado a los comienzos del siglo veintiuno podría enunciarse de la siguiente guisa: "de casa al trabajo, del trabajo al segundo trabajo y del segundo trabajo a casa"
Podrá tildárseme de negativo, amargado u opositor, de hombre, en fin, que no toma conciencia de los espectaculares índices de crecimiento que registra el P.B.I. Y bueno, tíldenme, no se queden con las ganas, dejaré que me tilden en prueba de buena voluntad. Tal vez el frío lo apachucha a uno. Decí que hoy vuelve el fútbol y eso constituye un gran aliciente para la inmensa mayoría del pueblo. Hoy nos sentaremos frente al televisor y le espetaremos a nuestra señora esposa: sabés dónde podés meterte a la monita... (La monita es el personaje de una novela en horario central que muchos hombres se pusieron a mirar de puro aburridos ante la falta del deporte del balompié) Fíjense después en los rátings van a ver cómo esos programas con actores argentinos bastante deficientes descienden su nivel de audiencia. Y si eso no ocurre, no sería la primera vez que me equivoco.
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